De tanto mirarnos el ombligo a causa de las elecciones generales, la formación de Gobierno y demás cuestiones nos olvidamos de la importancia de Europa en nuestro futuro. El próximo Gobierno se encontrará, de momento, con asuntos económicos por resolver, como recortar 24.000 millones de euros, bajar déficit, en suma: ajustar las cuentas públicas. Depende de quien gobierne, lo fiará a recortes o al crecimiento de la economía. Ya veremos quien se lleva el gato al agua. Lo inmediato es una España que presidirá la Unión Europea hasta final de año, y ahí vamos.
El mundo se mueve, y aunque hay ligeras olas, la mar de fondo es agitada ¿Cómo afrontará Europa la actividad de las grandes potencias? Es difícil saberlo pero no sobra una ojeada a nuestro entorno que nos diga que están haciendo los otros «dueños del mundo».
Europa luchó contra sí misma para deshacerse y volverse a reconstruir. Encontró razones para vivir unida y crear un gran Estado europeo. Con lo que ahora se avecina debería pensarse si no es el momento de proponer una Carta Magna. Una Constitución para el futuro solventaría muchos problemas pues la Unión Europea está constituida por Estados desde su fundación, los nacionalismos perderían fuelle, aunque es impensable que esas minorías dejasen de reclamar.
Escribía Jürgen Habermas en 2005, «con una elevada participación electoral, dos de los seis países fundadores han expresado un abrumador no democrático al primer borrador constitucional europeo –se ha producido un auténtico cataclismo, el peor de los casos imaginable–», y Jean-Claude Juncker manifestaba: «La Europa de hoy ya no provoca ilusión y sueños en la gente. La gente no quiere a Europa tal y como es y por eso rechaza esa Europa que propone la Constitución». Dieciocho años después la realidad nos ha llevado a comprender que sin una Unión Europea habríamos sucumbido a la grandes recesiones provocadas por la crisis financiera de 2008 y la crisis sanitario-económica de la pandemia. Constituir un fortalecimiento jurídico salvaguardaría a Europa, que además sigue siendo la tierra prometida para millones de personas. También fortalecería a la Unión contra ese enemigo interior, ese quintacolumnismo de ultraderechistas, populistas, nacionalistas e independentistas que tratan de destrozarla.
Bruno Latour, citando a Sloterdijk en 2017, escribía: «Europa era el club de las naciones que habían renunciado definitivamente al imperio». Frente a la posición europea, Rusia, China y Estados Unidos no renuncian a recomponer sus imperios aunque los métodos aplicados estén alejados en muchos casos de los derechos humanos reconocidos en la ONU.
Europa se ha constituido, con todos sus defectos, en espejo de aquellas naciones que pretenden salir del casillero en el que la historia las había metido como Brasil o India. Continentes enteros quieren jugar en el tablero internacional como África y Asia, pero las otras potencias han puesto, o lo intentan, sus zarpas en ellas.
Rusia utiliza la guerra, expandiéndose a costa de sus vecinos, no importan los costes, y como bien manifestó Borrell en una reciente entrevista, «Putin está sacrificando su ejército y su pueblo para sobrevivir», no sólo quiere resucitar su imperio es que no quiere dejar la satrapía, por tanto tendremos guerra para rato. El sátrapa del este, ávido de poder y nostálgico de la vieja gloria, vive en un mundo de sueños irrealizables. Cualquier método para desestabilizar a Europa le es válido, aunque sea a costa del hambre y la miseria de personas y naciones.
China, más al este aún, usa como arma la economía y tiene abiertos varios frentes. En su patio próximo, el Pacífico, no soporta presencias ajenas. Estados Unidos ha llamado a rebato a Corea del Sur y Japón, algo, como señala la BBC, que parecía imposible. Ambas naciones son aliadas de EEUU, pero ellas son enemigas acérrimas, "extraños amigos de cama hace la política". Otro frente es la tesitura de hacer ver que no apoya a Rusia, lo que no es creíble y concierne a su principal socio comercial, Europa. Además, su economía no crece al ritmo previsto, ha bajado sus tipos de interés en un intento de reactivar un modelo con cierto agotamiento, y no entraremos en su crisis inmobiliaria. El país asiático utiliza el comercio y la economía como modelo de expansión y control ¿Esto puede afectar a Europa? veremos, es el principal socio comercial de nuestro continente, ya en 2020 desbancó a Estados Unidos. Y no olvidamos la brutal dependencia que tiene Europa como se demostró en la reciente pandemia.
Por el oeste llegamos a otro socio-adversario que no renuncia a manejar a los países europeos. EEUU usa el proteccionismo, hace de gendarme, con la OTAN de fondo, y aprovecha la incapacidad de Europa para dotarse de una Comunidad de Defensa, aunque intentos ha habido. Estados Unidos no se resigna a perder la supremacía que tenía aunque ha perdido fuelle en lo económico, ya no es el líder mundial que ha visto su PIB reducido al 24% del total mundial cuando hace pocos años era casi la mitad. China le sigue muy de cerca, el 18 %, y la Unión Europea el 14,5%. Esa reducción del poderío económico de EEUU va acompañado de una menor influencia cultural, como era antaño con su cinematografía y Hollywood como laboratorio y punta de lanza.
Hay que recordar a estos dinosaurios mundiales su menor influencia política, como hemos escrito en artículos anteriores. Otros países como Brasil e India piden paso y llaman a la puerta de «algo que decir» en el futuro, sin olvidar el despertar de África; que pregunten a Francia el roto energético y económico que le puede hacer Níger.
El mundo está cambiando y la Comunidad Europea es más de fiar y tiene mucho que decir en el orden político, democrático y social. Europa es una tierra prometida… aunque rodeada.