Jefferson Smith (James Stewart) es un joven abogado de Montana. Tiene un gran corazón, a la vez que una gran ingenuidad. Jefferson llega al senado por unos intereses financieros y políticos que pretenden manejarlo como hombre de paja a fin de pasar a la Cámara Alta del Congreso un proyecto de presa. Sin embargo, Jefferson tiene otros planes: pretende construir en el mismo espacio un campamento de verano para los chicos de las grandes ciudades. Jefferson se verá difamado y acusado de corrupción. Ayudado por una secretaria, también idealista (Jean Arthur) ejercerán la obstrucción parlamentaria, un debate político de 23 horas en la que ejercerá una lucha abierta por la democracia.
A partir del domingo se dará inicio a la XV legislatura nacional. Dejando a un lado que pudiera haber repetición electoral –no parece factible–, Ávila tendrá una nueva oportunidad –la enésima…–, para poder hacer realidad alguna de sus demandas históricas, pero cuatro años pasan muy rápido como para que tanto el Legislativo, como el Ejecutivo resultante se acuerden de las necesidades particulares de los abulenses –siempre se anteponen otros compromisos–. Me anticipo a afirmar que poco o nada tangible se avanzará en los próximos cuatro años en lo que a comunicaciones, cultura y nuevas empresas se refiere, lo que contribuirá a incrementar la deuda del gobierno de la nación con un territorio que ha dado más a la democracia de lo que ha recibido de ésta.
La circunscripción electoral sigue siendo provincial. Los diputados y senadores electos lo son con los votos provinciales y por ello su primer deber sería amparar y preconizar, ante el grupo propio o el ajeno, los intereses de la demarcación por la que son elegidos (el campamento de verano), pero ya se sabe que cuando de provincias se llega a Madrid –se cobra un plus adicional– los intereses son otros (síndrome del congresista) y las presiones por mantener el cargo hacen el resto, que consiste básicamente en olvidar o pasar a un cuarto o quinto plano e incluso el abandono de lo que en campaña han pedido los vecinos e incluso llegado a prometer.
Es un juego diabólico. Las papeletas blancas o salmón que el domingo estarán en las cabinas de los colegios electorales incluirán unos nombres que, según el resultado, serán los abanderados de Ávila en las dos cámaras legislativas nacionales, mientras los ciudadanos asumen y son conscientes que ese compromiso adquirido para mejorar la gestión de los servicios públicos de los abulenses se esfumará con un solo chasquido de los dedos anular y pulgar, quedando también los electos diluidos. Los candidatos que concurren por Ávila casi son imperceptibles. Un paseo por las calles de la capital basta para ver como los carteles de propaganda electoral situados en las banderolas de las farolas o en las marquesinas del transporte urbano muestran –salvo en una formación– solo los rostros de los líderes nacionales (a modo de elecciones presidenciales que no recoge nuestro sistema electoral), pero así se ha escrito esta campaña de tinto de verano.
La película que da título a esta columna es una mezcla de cine social y político en clave de comedia, no por ello carente de crítica contra la deshonestidad parlamentaria y la corrupción política en la gran maquinaria gubernamental. A estas alturas cabe preguntarse a quién de los diputados y senadores por Ávila –pasado y presente– puede otorgársele el título de caballero sin espada.