José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Ayuno veraniego

28/07/2023

Quizás la escena les suene. «El sentido de la vida», obra maestra de esos locos británicos, Monthy Python. Un hombre gordísimo –imposible ser políticamente correcto y decir que es una «persona con sobrepeso», no explicaría la escena– entra en un restaurante de lujo, donde tras zamparse todo lo que sale de la cocina insiste en que el camarero le rebañe la última cucharadita de un plato. Al meterla en su boca, comienza a convulsionar y, tras un momento de tensión, su barriga explota, mostrando el festín que se había metido. Poco recomendable para ver mientras se come, pero como todo lo de los Python, fabulosa.
Me representa. No en comer con desmesura, sino en lo que de metáfora tiene, acumular hartazgo de forma que siempre hay algo que colma el vaso y lo desborda sin control. Lo confieso, estimados tres lectores, a estas alturas soy el comensal de la película, no puedo con un solo bocado más. Llevamos en campaña política mucho más de medio año –la mente engaña, pero me cuesta recordar un periodo sin ella desde 2021– con declaraciones rimbombantes por aquí, encuestas por allá, dimes y diretes sobre candidatos o ausentes, pactos pre y pactos post, sesudos analistas, tertulianos y pesados columnistas –yo el primero– dictando doctrina y sapiencia, las redes sociales echando humo, la charla de bar centrada en quién gobernará con quién… Un sinvivir, el globo de mi aguante está al límite. Y lo peor es que esperaba que tras el 23J la cosa diese un respiro, pero me temo que no, hay juerga para rato.
Me planto, desconecto. Viene agosto y lo que me apetece es un helado en la Flor Valenciana, ir a la piscina, correr o montar en bici, pasear por el Rastro de amanecida o al caer la cada vez más temprana tarde, subir y bajar mil veces las escaleras mecánicas cuando las estrenen para no ser menos que nadie, visitar la provincia que siempre quedó pendiente: monumentos, pueblos, parajes. Volver a donde pasé mi infancia, sentado a la fresca, a la noche, de charla con los vecinos preguntándonos de quién será el que acaba de pasar con la bici. Vaciar la pila de libros de la mesilla, acabar la quinta temporada de Miss Maisel, podar los setos del jardín, salvajes demasiado tiempo, escribir poesía o el relato para el próximo libro de 'La Sombra del Ciprés'. No hacer nada, hartarme de hastío hasta que un solo segundo más de él me obligue a explotar de aburrimiento.
Y luego retornar. Al ritmo y a lo cotidiano, vomitada ya toda la falsa política en un cubo como hace el orondo personaje en la escena inicial. Criticar la barahúnda de las medievales, protestar por los aparcabicis, adivinar qué calle cortará la red de calor, debatir en la peña los fichajes del Barsa, charlar algo sobre el espacio, sus retos y sus asombros. Hablar del mundo real y no de los que creen regirlo. Llevar estricto régimen, evitando los que solo se ven el ombligo, inventan problemas o cruzadas, solo ven su escaño y no pensiones, personas, educación, despoblación, envejecimiento, competitividad, cohesión de país. No comer más de los que, si ven «Oppenheimer» –vayan a verla–, solo concluyen que es una película sobre la bomba. Ponerme a dieta.
Nos vemos a la vuelta, estimados lectores. Disfruten el verano.