Abel Veiga

Fragua histórica

Abel Veiga


¿Dónde están los límites?

28/11/2023

En toda democracia verdadera, existe un límite indeleble, la ley. El imperio de la ley, jalonada por la constitución y los principios generales del derecho. Todos somos conscientes que, de no haberse necesitado los votos de un partido hoy abiertamente independentista, al menos de intereses, no hubiera habido amnistía. Por tanto, solo por un interés propio y particular, alcanzar el gobierno, se accede a esa condicio sine qua non, lejana, qué duda cabe, y demagogias al margen, del interés general e incluso de las reglas no escritas pero sí consuetudinarias, de todo buen gobierno. Aunque este término, el del buen gobierno, cae en tierra yerma en este solar patrio desmadejado. Gravada por la amnistía, nace una legislatura lastrada. Lastrada por idas y vueltas oportunistas. Y donde los valores democráticos, columna vertebral de una sociedad plural y libre, se ponen o están siendo puestos en una tensión insoportable y que puede a medio plazo acarrear problemas aún mayores. La voracidad impenitente de quiénes se creen por encima de la norma y, como tal, se siente tan inmunes como impunes no tiene límite. Pero el poder de legislar sí los tiene y deberíamos ser conscientes de los mismos.
Ciertamente y al menos de un modo implícito la constitución no prohíbe la amnistía. Es más, no se pronuncia explícitamente. Por lo que las falacias son múltiples así como las argumentaciones tan espurias como vacuas que a favor de la misma se han prodigado con cierto descaro y debilidad argumentativa. Somos muy dados a desculpabilizarnos a nosotros mismos y hallar, en el de enfrente, toda culpa y cualquier reproche. Y en esa culpa, una intencionalidad manifiesta y decidida, la ruptura del marco constitucional y la quiebra de la convivencia nacional. Si esa fue la intención, por muy sedicente que la misma fuere, se produce un uso desviado de las instituciones y quiénes las representaban de cara a ese cisma de consensos y legalidad establecida. Es lo que hoy, abiertamente y por encima de anclajes y justificaciones del debate jurídico y preceptivo de instituciones, se quiere llevar a cabo amnistiando una serie de delitos. Delitos de los que se era consciente y que además se sabían las consecuencias de tamaña conducta antijurídica. Dejemos ya al margen lo que fue y es un indulto, de lo que es, amnistiar. 
Estamos rompiendo consensos, convivencias y haciendo que el griterío y la confrontación llenen calles y relatos. Cuidado con las derivas, los extremismos y la senda intransitable hacia la violencia, luego no hay vuelta atrás. Canalizar la calle, encauzar el descontento solo se puede y se debe hacer desde el más escrupuloso respeto a la ley y a las instituciones. Fuera de esa senda, solo se genera más confusión, más polarización y mayor tensión que puede acabar desbordando hacia viejas derivas. 
No somos conscientes de que se abre un nuevo tiempo en la política, o quizá, en la antipolítica. Demasiados conspiradores conspicuos de tergiversar toda verdad y ocultar la realidad. Muchos, insondables, los intereses en juego cuando las ansias de poder y la quitas y cotas en su distribución nublan el criterios y rompen el horizonte. La transición entra en vía muerta, sin andenes ni puentes. Quiénes la rompieron celebran su victoria, sedienta aún de otros Rubicones, cueste lo que cueste. El alma nacionalista no se saciará hasta la consecuencia de la ruptura y el Parnaso acrisolado de románticas ensoñaciones que nos lastrará a todos.