Sara Escudero

Desde la muralla

Sara Escudero


Nadie en ningún lugar

18/11/2023

Lo que más me gusta de las fotos que me saltan en el móvil de «hoy hace un año» o los «¿recuerdas este momento?» es que te trasladan a lugares y situaciones que te hacen esbozar una sonrisa de añoranza. 
Como los cortos días y las largas noches de otoño, la nostalgia nos devuelve el olor a castañas y tierra mojada. Ya ha pasado el tiempo de colecho y las hojas se encuentran preparadas para volar y son abandonadas a su suerte. El otoño y los recuerdos envueltos en colores ocre.
Y sí, quizá la melancolía otoñal y ese recuerdo que apareció en mi móvil hace dos días, es lo que me han devuelto a Cox's Bazar, a Bangladesh, al olor coco recién cortado, a los atardeceres de aquel otoño tan diferente.
Acostumbrada a misiones donde la «recuperación» o «la mejoría» se palpa de una semana a otra, por el momento en el que he tenido la gran fortuna de formar parte, esta emergencia marcó un hito en mi vida, que me hizo replantearme muchas cosas: ¿Quién les dará un pasaporte? ¿Cómo les devolveremos la dignidad? ¿A quién realmente le importa le devenir de millones de personas escondidas bajo los escombros del silencio del resto de la humanidad? ¿Cómo medimos el impacto de una emergencia en personas que van a pasar la mayor parte de su vida encerradas en una cárcel de bambú?
Kilómetros y kilómetros de casucas en zonas abruptas, superpobladas e insalubres, áreas anegadas, mares de plásticos y alfombras de sueños. Millones de personas hacinadas en miles de hectáreas, esperando un final que nunca llega.  Me gustaría saber las condiciones de vida que tenían en su país de origen, cuando, ante la posibilidad de retorno, deciden quedarse, aun no teniendo las necesidades básicas cubiertas y con servicios mínimos y, en algunos casos, nulos. 
Colegios con vida, llenos de sueños rotos, viajes no planeados, cuadernos sin escribir. Juegos adaptados, manualidades inacabadas, infancia hecha adulta en medio de la nada. 
Agendas que ya no priorizan a la población Rohingya en las primeras páginas, porque nos encontramos en un momento convulso lleno de movimientos migratorios por causas similares: pobreza o guerra, o guerra y pobreza. 
Como la situación no era ya lo suficientemente compleja, el ciclón tropical Hammon, pasó en octubre de visita. Las casas, como las del cuento de los Tres Cerditos, han volado, ardido o desaparecido, haciendo los días más largos y más largas aún, las esperas.  Si ya antes era difícil la supervivencia, ahora tenemos otra cuenta atrás con cuarenta y tres mil familias que han perdido su casa de papel, quinientas noventa mil personas afectadas, trescientos diez mil niños y niñas sin acceso a infancia, y para las ocho mil quinientas personas con capacidades diferentes, sin posibilidad de tener una asistencia adaptada a las necesidades.
 Los ciclones aparecen en las zonas que menos lo merecen. Y se ceban en los países dónde las consecuencias humanitarias son exponenciales e inversamente proporcionales al respeto de los derechos humanos.  Aunque, quizá es cierta la moraleja de que el lobo sopla y sopla y, su impacto es más virulento en las zonas que no están preparadas ante desastres, que no se localizan en un mapa, que no existen para gran parte de la humanidad, que no cuentan en el listado de personas, ni tan siquiera como número total de la población mundial.
Hoy tu foto de Nadie me teletransportó a Ningún lugar. Hoy, volví a mirar la situación de una zona que, en vez de mejorar, muere lentamente en el olvido. Hoy volví a ser 1% de agua y 99% de emoción al pensar en los caminos recorridos cada día en aquel otoño diferente, por las rutas de arcilla, con la mochila cargada de sueños, entre techos de arco iris. Hoy la vida me llevó a ti, Don Nadie y a tu vida en Ningún lugar.