José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Moriría por vos

02/06/2023

Se le atribuye a François-Marie Arouet —conocido por los amigos como Voltaire— la frase: «Estoy en desacuerdo con lo que usted dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo». Parece que no es suya —se citaba también de Churchill— sino de su biógrafa Evelyn Beatrice Hall, que la pergeñó hace más de cien años para describir la mentalidad del ilustrado francés. Se nos llena la boca con ella, al expresar con acierto lo que significa el imperio del respeto. ¿Acaso no firmaríamos todos decirla alguna vez desde nuestros fatuos y farisaicos pedestales de verdad, tolerancia y pluralismo?
Desde que se aprobó la Constitución ha habido 37 citas electorales nacionales: 3 referéndums, 12 elecciones locales, 14 nacionales y 8 europeas. Sumemos un número variable de convocatorias autonómicas, en el caso de Cataluña 13 por 11 en Castilla y León. Es cierto que en algunos casos las elecciones se han celebrado a la vez, pero un abulense habrá tenido que acudir a las urnas al menos en 36 ocasiones, y un catalán, peculiares ellos, 48. Más de una al año de media.
Yo tengo a bien haber votado en las 31 ocasiones que me ha correspondido. Pero hay personas que eligen decir cosas no votando. O quizás lo que hacen es no decir nada, nunca se sabe. Y salvo que cambiemos la ley y hagamos el sufragio obligatorio —algo que solo consideran 20 países en el mundo, 3 en la Unión Europea, Grecia, Bélgica y Luxemburgo— no creo que podamos criticarles nada. No obstante, algunos «demócratas», que defenderían hasta la muerte el derecho de un ciudadano a decir cosas, parecen no estar tan convencidos de que también lo tenga para no decirlas. Tras cada proceso electoral surge el mantra del abstencionismo como silente culpable del resultado; obviamente, los monjes que dan vueltas a la rueda de plegarias recitándolo son los perdedores. Despechados, como si los abstencionistas fueran suyos, potenciales votantes que los han dejado de lado. Una frase parece haber hecho fortuna entre las izquierdas estos días: «los malos gobernantes son elegidos por buenas personas que no votan». Un despropósito, un compendio de juicios y atribuciones infundadas —malos, buenos, culpables— que sacaría a Voltaire de su tumba allá en el Panteón parisino.
Se ha convocado ahora un nuevo proceso electoral en plena canícula y retiro estival, algo ideal para mitigar el abstencionismo. Seguro que del mal resultado de algunos culparán a los buenos ciudadanos —lo malvado es el sistema, el poder, otros en la sombra, nunca la gente— que eligen playa en vez de las urnas, la gran fiesta de la democracia en manida expresión. No es obligatorio ir de fiesta, es más, hay a quien le da bastante repelús cualquier jolgorio y más si la farra coincide con las vacaciones. Se puede predicar las virtudes que aporta el participar del proceso electoral, pero nunca culpabilizar a nadie si elige en su soberana libertad —como otros al escoger papeleta, incluso si es una que sea un voto «inútil» y no consiga escaño— no hacerlo. Estimados tres lectores, si por un casual son ustedes abstencionistas, playeros o por convicción, sepan que yo al menos defenderé hasta la muerte su derecho a no votar en julio. Lo haré mientras voto, eso sí.