Abel Veiga

Fragua histórica

Abel Veiga


París de nuevo

18/04/2023

De nuevo la bella ciudad se convulsiona ante graves disturbios. Lo ha hecho durante semanas. Si no hace muchos meses eran los chalecos amarillos, en los últimos tiempos el descontento se ha materializado en la reforma de la jubilación. De 62 a 64. Y los países del sur, caminamos ya a los 68. Pero se hacen bromas respecto a nosotros no siempre objetivas ni que recogen con fidelidad el sentir y la realidad. Frente a la luz y la perfección de su trazado rectilíneo y pomposo, calles, contenedores y coches han ardido. Escaparates rotos, tiendas saqueadas, cajeros, parkings, destrozos y adoquines sobre las aceras. Es la historia siempre ensoñada y revolucionaria de una ciudad tan única como desbordante. Macron ha despertado por segunda vez de su limbo ensoñado. Entronado sin hacer nada ni tener otros méritos que encarnar las ganas de cambio y el hartazgo ante las viejas y oxidadas formas políticas, el presidente francés se ha topado de bruces con una realidad de descontento y hastío. Nadie  ha sabido ni querido preverla ex ante. Como en 2005 cuando la periferia de París era escenario de choques violentos de los hijos y nietos de la migración de los cincuenta y sesenta. El fracaso manifiesto y realista de un multiculturalismo que no esconde marginación, pobreza, guettos, aislamiento y radicalidad. A ello únase en esa coctelera el yihadismo que ha golpeado con fuerza al país y que ha tenido en aquellos focos y guettos un caldo de cultivo ideal.
No es la primera vez que en Francia los manifestantes salen a la calle al grito de «Macron dimisión2. El presidente está desbordado. El gobierno en shock, temeroso que vuelvan a repetirse unos incidentes que van más allá de unos «giletes jeunes» y ahora de las pensiones por mucho que la corte constitucional ha avalado las reformas del gobierno. 
Hace dos años aparentemente el detonante inicial era claro, una protesta frente a la subida de los precios del diésel. Alegando que estas tasas son medidas frente a la contaminación medioambiental, la ruptura entre la Francia de la capital y las grandes urbes y la otra Francia, la real, la más profunda, la de pueblos y pequeñas urbes industriales donde el diésel y el vehículo es clave, las subidas empobrecen el nivel de vida y corren el riesgo de la expulsión laboral. La brecha del poder adquisitivo crece, pero las desigualdades sociales, económicas y educativas se han disparado.
Las dos Francias, la global, la tecnológica, la capitalina, la universal choca frente a otra que recela de tanta abstracción y tanta velocidad. 
Desde hace dos meses las protestas se centran en una reforma de pensiones y jubilación que a priori una gran mayoría de franceses no quiere ni acepta de buen grado. Corren por toda Francia aunque en intensidades variables. Hemos visto como el ayuntamiento de Burdeos ardía hace apenas tres semanas. Desbordamiento policial y altercados con decenas de heridos y detenidos y con imágenes de fuerte contestación en la capital francesa. ¿Cuáles son las razones de fondo? El descontento es general, el aumento en dos años de la edad de jubilación ha sido simple y nuevamente otra espoleta que ha prendido el incendio.  Ahora se pide una cabeza, la del presidente. El joven Macron que se ha perdido en las sombras del Louvre aquella noche triunfal antes de entrar en el Palacio del Eliseo en su primera elección. Aquella aureola de invencible y aquella ignota ilusión han muerto. Los viejos demonios vuelven. Se acabó la distensión. No hay tregua.
 La Europa y el estado social de derecho tiene que hacer frente al problema de las pensiones, de la jubilación, a la falta de migrantes para ciertos trabajos que el europeo rechaza o no quiere. Es una historia que se repite en muchos países. No son los chalecos o solo la reforma jubilar, es, en suma, el descontento el que ha prendido con rabia. La excusa era cualquiera. Los antisistema acechaban agazapados desde que los brutales atentados de París de hace unos años les habían silenciado y echado de las calles. Todo vale. Un presidente que cuida lo mediático y que ha cometido precisamente errores garrafales en este ámbito. Y que busca la redención en el exterior, esta vez de la mano de China y recobrar impulso que no tiene dentro en casa.
Difícil el momento para un presidente que atraviesa su peor momento político y que, si hace unos años encarnaba el estado cual nuevo monarca, ahora centra las iras de ese mismo pueblo que no se siente representado con el rumbo. 
Los partidos tradicionales han sido volatilizados. Desposeídos de credibilidad. Lo peor de todo es que, lo que está sucediendo en Francia, puede suceder en cualquier otro país vecino. El por qué no lo hace todavía es una incógnita en una sociedad de mileuristas y desempleados donde lo nuevo, lo tecnológico, las redes, el big data y la inteligencia artificial amenaza si no se sabe aprovechar la oportunidad. Pero eso nuevo no cultivará los campos franceses, ni sus viñedos ni arrojará diésel a sus camiones y tractores. Otros presidentes miraron hacia otro lado. Macron puede hacer lo mismo que Hollande, que Sarkozy, que Chirac, seguir apelando a una grandeur que termina en las periferias donde el desempleo, la marginación, la violencia pueden prender con más fuerza aún.