José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


Gestos y gestas

28/04/2023

«¡Cómetelo todo, que pasan mucha hambre los negritos de África!». Esta fue, estimados tres lectores, una de las frases que marcaron mi niñez, no sé si motivada por la hambruna en el continente o por la memoria grabada en los genes de la que pasaron nuestras abuelas. Era el mantra usado cuando el plato no era de mi agrado y prefería yo salir pitando a jugar con los amigos antes que rebañar los últimos restos. Siempre me asaltaba una duda: si me lo comía todo, ¿qué harían los negritos? ¿No sería mejor dejar sobras en el plato —o el plato entero, si eran acelgas— y hacérselas llegar de alguna forma? No entendía cómo mis últimas cucharadas iban a resolver el hambre en el mundo, que tanto preocupaba a las mises que salían en la tele.
Seguro que mis mayores tenían una sincera preocupación por los infantes africanos, pero además de alimentarme, su principal interés era transmitirme un valor: el respeto por la comida. A través de ese gesto nos inculcaron conciencia global a los que estábamos olvidando el hambre de la posguerra. Comiéndonos las acelgas no arreglaríamos África, pero sí nos constituimos en generación para la que su penuria fue un tema político importante. El porcentaje de personas hambrientas en el continente se redujo a la mitad desde los años setenta hasta finales de siglo XX, aunque este descenso se ha ralentizado luego e incluso invertido en las dos décadas que llevamos de milenio, quizás porque con la prosperidad hemos olvidado el gesto y lo que tras él había.
Vivimos una ola de calor inédita en abril, con sequía y temperaturas nunca vistas. El clima cambia a un ritmo del que hay poco recuerdo o registro, y es innegable que ese cambio guarda relación con el aumento de actividad del ser humano en el mundo. La conciencia ambiental ha pasado a ser parte de la agenda política —perdón por el lugar común— y eso se ha conseguido gracias a que hemos educado a una generación a través de gestos, que pudieran parecer banales, irrelevantes. El planeta no se salvará por comprar un coche eléctrico, reciclar los tapones o las latas de refresco, volar menos en avión o consumir productos de proximidad, sobre todo si lo hacemos en los países occidentales. La mayor generación de CO2 se da en Asia —más de la mitad del total— y los consumos asociados a esas actividades mencionadas son a veces anecdóticos frente a los de la industria, agricultura y otros elementos que sostienen nuestra forma de vida y el crecimiento demográfico. El mundo emitía casi un tercio menos de gases cuando yo nací, pero también lo habitábamos menos de la mitad de las personas de hoy. 
Me parece que a veces el activismo militante pretende quedarse solo con los gestos, cree que repitiéndolos compulsivamente resolveremos los problemas, usándolos para acallar conciencias, ¡qué verde soy, qué ecologista! Tienen otro objetivo: imbuir un cambio de paradigma, de reglas del juego, a aquellos que se han de enfrentar al futuro. No sé si lograremos alcanzar el día en el que no haya ningún africano hambriento o cambiar una inercia climática quizás ya imparable, pero mientras tanto, si me permiten la paronomasia, recurramos a los gestos, siempre sabiendo que han de ser la antesala de las gestas.