Abel Veiga

Fragua histórica

Abel Veiga


Tragedia en el Jónico

20/06/2023

Otra vez la muerte se agazapa en la mar. Otra vez la muerte, inmisericordemente inhumana pero humana en el fondo, se ha llevado la vida y los sueños de cientos de inmigrantes. El rostro golpeado de la pobreza, de la miseria, de la desnudez. Vidas truncadas ante la indiferencia de todos. De la soberbia de naciones ricas que miran con indiferencia el alma desgarrada de pueblos y sociedades condenadas a dictaduras, satrapías y oligarquías de poder que se reparten propiedades, recursos, riquezas. Siempre lo mismo. Francisco, el Papa de los pobres y de una Iglesia pobre, hace ya casi una década, en su primer viaje fuera de Roma,  en Lampedusa, alzó su voz y su mirada al mundo proclamando "es una vergüenza".
Occidente sigun naufragando en su crisis de identidad, de valores. No nos importa nada ni nadie, salvo el yo, prisioneros de una oquedad inhumana y que nos asfixia como personas. La tragedia, el desgarro de cientos de personas que mueren en las costas de la Europa del sur, pero Europa rica, no nos quiebran ni rasgan el alma, ni siquiera la conciencia. Esta vez es en el Jónico. Se tema que en aquél barco hubieran podido viajar 700 personas. No aparecen niños y mujeres que se dice iban en las bodegas. Es el drama de la pobreza, pero es el drama de una desoladora Europa. Un mar lleno de cadáveres. Un barco con cientos de vidas que esperaban, que soñaban, que anhelaban una vida mejor. Pero aquí, aquí, nadie regala nada. Paraísos de indiferencia, de vacíos, de hedonismos fútiles.
¿Qué espera Europa, qué más tiene que pasar para que tomemos conciencia de una realidad aciaga, dura, trágica? Terrible. ¿Qué hacemos por los países pobres de África? ¿Qué estamos haciendo allí, consintiendo, apoyando? No queremos ver, somos ciegos viendo, somos sordos escuchando, somos fantasmas sin voz, ni conciencia, ni alma, ni fuerza, ni coraje. Cuánta miseria. Porque la indiferencia nos ahoga también, nos hace naufragar como sociedad, como pueblo, como padres. ¿Qué tenemos que enseñar a nuestros hijos? ¿Qué decirles?
Vergüenza, sí, vergüenza, pero miramos hacia otro lado. Siempre lo hemos hecho. Lo seguiremos haciendo. Así somos. Miles y miles de inmigrantes han muerto ahogados en la noche de las lunas rotas, sin lágrimas, sin sentimientos. Rumbo a la tierra prometida, esa tierra que no regala nada, indolente y que apenas da oportunidades. El rico Occidente, egoísta y meditabundo, ensoberbecido y embriagado de sí mismo. Aguas de Canarias, aguas mauritanas, libias, italianas, griegas, aguas del frío y gélido Atlántico, del meditabundo y tranquilo Mediterráneo, zozobra de pateras y ceguera de patrulleras con banderas de indiferencia que miran a otro lado. Mafias rutilantes y tráfico humano, cadenas de esclavitud y miseria del siglo XXI. Todo es dinero y una densa niebla de silencios cómplices y miradas furtivas. Tierras de escarnio, crisol de culturas, ocio y abundancia, de trabajo y vanidad. ¿A quién le importan estas muertes sin rostro y sin gritos que escuchemos? ¿Quién llora?
Sin papeles, a la intemperie de sus derechos y dignidad humana, potenciales explotados por algunos sin escrúpulos. Solo eran inmigrantes, sin nombre, sin rostro, sin futuro. Solo eran eso para algunos miserables. En busca de una oportunidad, pero tras ello se ocultaba sigilosa y, a la par, acechante la muerte. La tragedia y la bravura del mar los abrazan impunemente. No los indultan en su oleaje de vida y muerte. Nadie los llorará de este lado, y quizá del otro nunca se sepa que ni siquiera murieron ahogados. Y la mar cruje de saciedad y vomita los cuerpos descarnados.