Esta frase me la espetó el otro día un gran comercial que trabaja en una prestigiosa tienda española. Jose y yo ya nos conocemos de hace años. Es una de estas personas de las de siempre, de las que saben como ayudarte y consigue que siempre te sientas como en casa, aunque él es consciente como todos, que antes podía ofrecer una calidad sin parangón que se vendía sola, pero ahora algún gran ejecutivo preocupado por los resultados absurdos sólo aptos para los inversores anónimos, pero no para los clientes conocidos y fieles, ha decidido reducir la oferta y Jose con su profesionalidad intenta poner y añadir lo que otros han hurtado al catálogo.
Estábamos en esas cuando nos entretuvimos en una conversación sobre los lares que habito. Acababa de salir un libro que encontraba una explicación a lo inexplicable a simple vista, como recogía en un brillante artículo de esta misma cabecera el otro día 'Luz Enol'. El título es 'Gente casi perfecta' del periodista británico Michael Booth. Él es un periodista que vive un poco más al sur pero que le sorprendía como año tras año, Dinamarca sale elegida como el país más feliz del mundo, y él pensaba que era el resultado de que leía el periódico en el equivalente a nuestro día de los inocentes del 28 de diciembre.
Cuando se lo relataba a Jose, le decía que el secreto es que en estos países siempre están hablando maravillas de lo suyo. No porque carezcan de espíritu crítico, si no más bien al contrario. Porque poseen un sentido crítico pragmático y no quieren vivir en esa permanente insatisfacción y sobresalto en el que vivimos inalterablemente los países mediterráneos donde nos parece siempre que las praderas verdes de nuestros vecinos son siempre mayores que las nuestras, aunque ahora esta sequía sea más del amarillo que del verde. Y además si criticamos sin piedad y envidiamos sin medida, parece que somos más auténticos.
Él, para contestarme con esa sabiduría castiza amasada durante años, me respondía, que el máximo reconocimiento que había tenido siempre de sus jefes, como mucho, en un sitio en el que no existen bonus financieros como en el sistema bancario, era el siguiente «eres bueno…pero no eres el mejor». Y que con eso llevaba años conviviendo. Aquí, le decía yo, una persona como tu sería alabada permanentemente como «el mejor aunque no fueras bueno», pero eso es lo de menos. Poder decir que tienes al mejor comercial en tus filas ya es un plus para cualquier empresa.
En nuestra cultura, como mucho, suele ser la madre de Jenny o la abuela conocedora de todos los remedios mágicos quita manchas la que suele decir que no hay hija o nieta como la suya, aunque la realidad se empeñe matemáticamente en regalarla todos los años 9 suspensos consecutivos. Y algún tipo de personalidad que habla de ella como si fuera la última Coca-Cola en el desierto, si recuerdan aquella pequeña reflexión desde fuera de la muralla.
También le decía que cuando hay alguien bueno, siempre le ponemos un 'pero', como si nos fuera a quitar algo a nosotros mismos, o por reconocérsele sus cualidades nos volviéramos tontos acríticos de repente. Ni lo uno ni lo otro. No estamos entrenados en el arte de bendecir, de decir bien de los otros, y yo siempre creo que, mediando una golosina, se puede hablar bien de casi todos, porque todos poseemos cosas salvables y admirables que conviven con las más contradictorias y menos sobresalientes. Vamos, lo que viene siendo un ser humano de los de hace miles años de naturaleza moral perfectible, incluso para los que se sienten satisfechos de si mismos porque se están rindiendo a la pelea. Por eso los animo este verano a que cambien el título de este artículo y empiecen a hablar de los que nos rodean como si no solo fueran buenos, si no los mejores, ya apuesto a que verán como se nota el cambio.