Mariano de la Puente

Percepciones

Mariano de la Puente


Volver a empezar

07/04/2024

Usted ha tenido suerte, y yo también. Hemos nacido en unos de los mejores lugares del planeta, y digo que hemos tenido suerte porque nadie decide donde nace. La sociedad de todos aquellos que tienen que volver a empezar es amplia y diversa. Circunstancias personales, laborales, políticas o vitales han llevado a muchas personas a ser parte de ese colectivo.
Cabrean y entristecen esos momentos televisivos con pateras cargadas de desdichados; o los millones de desplazados vagando cual fantasmas entre tugurios miserables, desarraigados a causa de conflictos bélicos; familias separadas o desaparecidas buscan reencontrarse. Situaciones críticas, desesperadas, al borde de un abismo donde usted y yo nunca quisiéramos estar. Gaza, Ucrania, migrantes, son noticias que desaparecen al instante de conocerse; desahuciados del trabajo o de sus casas. 
Pateras que arrojan miles de muertos o desaparecidos; doscientos mil jóvenes, militares ucranianos y rusos, caídos; en el frente por el capricho de un dictador; civiles muertos en su casa, pues el destino de un proyectil así lo quiso; cientos de miles de desplazados, viviendo en ratoneras, amenazados por quienes en el pasado padecieron algo parecido. ¿Ajustes de cuentas con los terroristas, o venganza por los sufrimientos de antaño?: han errado el objetivo. Se están equiparando con quienes fueron sus verdugos; les guía otro sátrapa, inhumano, sordo y ciego. Y qué decir de esos poderosos que con una mano plantean una tregua, mientras con la otra facilitan armas que perpetúan los conflictos. Las zonas bombardeadas y destruidas son inhabitables; los millones de desplazados carecen de todo. ¿Estas personas podrán volver a empezar? Escribió Finkelstein, descendiente de judíos, en su libro La industria del Holocausto: «Ya va siendo hora de que abramos nuestros corazones al sufrimiento del resto de la humanidad».
Insensibilidad y crudeza es lo que otros dirigentes exhiben, y para sobrellevarlo, se deja de poner nombre a las personas y se les asigna un número. Ya se sabe, los números no tienen corazón, ni pasan hambre, ni tienen necesidades, y si mueren son eso, números. Supremacistas allí y aquí niegan el pan y la sal.
Los migrantes que pisan por primera vez una especie de tierra prometida están fuera de lugar, todos quieren reiniciar su vida, y vemos aprovecharse de la miseria provocando un doble dolor, de un lado el sufrido por los conflictos o la huida de la pobreza y por otro la desesperación de no saber cómo volver a empezar; entretanto, los miserables viven y se enriquecen con de la desgracia, carroñeros que siempre ganan con el dolor de los demás. Algunos se han enriquecido durante la pandemia mientras, los más vulnerables quedaban a su suerte.  
Al político de turno, aquí o allí, le da igual. Son amigos del trazo grueso, la finura es algo que ignoran; dirigen la guerra y la destrucción, y estigmatizan a quienes vienen. Y si el migrante es de la comunidad vecina, a escasos kilómetros del destino elegido, brilla el supremacismo más insólito, dando asco. Qué decir de ese político dispensador de etiquetas, llegando a la estupidez suprema cuando afirma que si no has nacido aquí mala suerte. Su degradación les hace considerarte un extraño, aun siendo de la misma nación. Así lo decide un mentecato de mente cuadrada para quien eres inferior porque, no eres de su país, o comunidad, o no hablas su idioma. Sí, sí, tenemos un buen ramillete de ruines en casa. Es complicado volver a empezar.   
Instituciones públicas y privadas deben darse a la faena y ayudar a quienes buscan rehacer su vida. Hay noticia de que no lejos del ombligo del Estado existen pequeñas ciudades habitables, nada inhóspitas, donde comenzar desde de cero. Cargas la mochila de ilusión y te dispones a otear el horizonte de las oportunidades. Al llegar compruebas que la gente huye porque las circunstancias no son propicias, allí se unen los que, dada su juventud, inician su andadura, te preguntas ¿dónde están las oportunidades? Tu gozo en un pozo.
En el mundo laboral, por tu edad o por el capricho de algún majadero, quedas fuera del circuito profesional, así que la calle te espera. Te sientes con fuerza, pero te han dejado instalado en el vacío y hay que buscar modos de seguir viviendo, en definitiva, tienes que volver a empezar. Oyes que las mamandurrias y las paguitas son para gente tal que tú, y te subes por las paredes a causa de la indignación. 
Quienes gobiernan desde sillones cómodos y puestos bien remunerados, amigos del trazo grueso, ignoran la finura, e instalados en una vida muelle, lanzan proclamas. Por la ventana llegan los lamentos y protestas de quienes quieren iniciar una nueva vida, pero la música les impide oír. Escuchan la canción Sillón de mis entretelas, de Aute, protege sus oídos. Ellos no necesitan volver a empezar, porque como dice la letra: «aferrado a la butaca, como una lapa a mí nadie me despega de este sillón».
Quienes tienen responsabilidades de Estado han de velar por la sociedad de bienestar e impedir que la brecha crezca por causa de la miseria de unos y la indolencia de otros, deben entender que hay responsabilidades inaplazables e intransferibles. 
No se discute aquello que deba ser descentralizado para un mejor funcionamiento de la administración, pero las cesiones deben conllevar una vigilancia eficaz, una aplicación de la justicia sin rodeos y expulsar a todo gestor indeseable. Es urgente evitar que esos pocos miserables amigos de la desigualdad tengan en jaque a la mayoría de los ciudadanos por una gestión estéril y muchas veces malintencionada. No hay tiempo que perder y el Estado debe facilitar y dotar de medios a los que echan a andar de nuevo o por primera vez.