El sanchismo queda en entredicho

SPC
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El líder socialista sale muy tocado de unas urnas que castigan sus pactos con Bildu, las concesiones al separatismo catalán o el 'sí es sí'

El sanchismo queda en entredicho - Foto: Enric Fontcuberta

«Toda realidad ignorada prepara siempre su venganza». La vieja frase de Ortega siempre suele cobrar protagonismo en unas elecciones y las celebradas ayer volvieron a sacarle brillo. Tal vez, incluso, alguien se la haya mencionado al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, para recordarle que, en política, ignorar de forma tenaz una realidad es siempre una actitud arriesgada. Incluso, hasta imprudente.

Las elecciones de ayer eran municipales y autonómicas pero lo cierto es que se escribieron en clave nacional y con dos nombres propios: el del líder socialista, Pedro Sánchez, y el del jefe de la oposición popular, Alberto Núñez Feijóo. Para los dos, la cita del 28-M era un plebiscito en toda regla.

Uno, el actual inquilino de la Moncloa, estaba obligado a confirmar si su política y su cuestionada versión del socialismo, encarnada en su liderazgo incuestionable, habían venido para quedarse o si, por el contrario, la voz salida de las urnas marcaba un cambio de rumbo. 

El envite del líder del PP no era menor. Si el azul de su partido no se extendía como una marea alta por el mapa nacional y el PSOE aguantaba su poder territorial y buena parte de sus feudos, su brillo como el elegido para «derogar el sanchismo», como repitió machaconamente durante la campaña, se apagaría o como poco se eclipsaría. 

Tras el escrutinio quedó una cosa clara: el PSOE de Sánchez ha perdido mucho terreno. En términos bélicos podría decirse que la ofensiva de Génova conquistó su territorio, arrinconándolo.

A la hora de buscar una explicación al duro varapalo se hace preciso volver a la reflexión de Ortega. Sánchez no quiso ver una realidad evidente o al menos la quiso ver distorsionada: su falta de palabra sobre asuntos de hondo calado social no ha sido olvidada por la ciudadanía.

Y esa factura tiene un nombre propio: EH Bildu. «Yo con Bildu no me voy a reunir», «Con Bildu no vamos a pactar», «Esa pregunta ofende y si quiere se lo digo cinco veces: no vamos a pactar».

Sin embargo, la realidad desmintió su discurso. Bildu se ha convertido en un partido estratégico e imprescindible para el Gobierno, con quien llegó a pactar los Presupuestos, las medidas anticrisis o la polémica Ley de Memoria Democrática. La puntilla llegó esta campaña cuando trascendió que la formación abertzale concurría con 44 condenados por terrorismo en sus listas.

 Por si fuera poco, su entente cordiale con el secesionismo catalán y sus continuas concesiones le reportaron también un aluvión de críticas que implosionaron cuando dio luz verde a una reforma legislativa que aprobaba la derogación del delito de sedición y la rebaja de pena por el de malversación, cambios impulsados junto con sus socios de Unidas Podemos.

Un aliado, el partido morado, que fue durante muchos momentos de la legislatura una piedra en el zapato. Se vio con su postura contraria al apoyo a Ucrania tras la invasión rusa y se convirtió en una sangría constante con la controvertida Ley del sí es sí que permitió rebajas de condenas e incluso excarcelaciones de cientos de condenados por delitos sexuales.

La mezcla de ese peligroso cocktail se le ha indigestado a un presidente del Ejecutivo al que estas elecciones condenan ahora a un tiempo muy duro de cara a las generales. Larga travesía le espera.