Y llegó 2024, y con él, un nuevo globo sonda, tras la subida de costes de un peaje que sigue clamando al cielo. La eliminación de pontazgos entre Castilla y León y Madrid en 2029 en las autopistas que nos conectan al centro vuelve a generar unas expectativas que, previamente, en más de una ocasión, se han visto frustradas. ¡Total! Dentro de cinco años, ¡dónde estaremos!.. afirma con desprecio algún político. Un servidor, cenizo por naturaleza, prefiere casi siempre ponerse en lo peor. Ya, sí, que es malo para la salud, que si el karma, que si la abuela fuma… Pero muchas veces hemos escuchado ese cuento de la lechera y conocemos su final. Además, la Comisión Europea sigue reiterando que, desde el Gobierno español, se ha puesto sobre la mesa, dentro del Plan de Recuperación exigido a nuestro país, un compromiso de pago por la utilización de autovías. Mal de muchos, consuelo de tontos. La realidad es que, a día de hoy, en España quedan menos de 2.000 kilómetros de peaje operativos tras suprimirse en el último lustro los que unían Zaragoza y El Vendrell, Tarragona y La Junquera y Montmeló y El Papiol, entre otros. Aquí, en Castilla y León, el tramo de la A-1 en la provincia de Burgos.
El escepticismo que por desgracia atesoramos los abulenses en cuestiones de infraestructuras -miren qué poco se tardó en hacer la autovía a Salamanca, cuando hubo empeño (y creíamos que también dinero)- ha llevado a muchos a bajar los brazos. Sí parece un hecho que la subida de tarifas en 2024 ha generado malestar y supone un hachazo para la economía de no pocas pymes y familias que tienen que mirar a la capital de España y alrededores -más dinámicos en todos los sentidos-, porque esta nueva alza lastra otro poquito su competitividad. Los márgenes, en román paladino.
El Ministerio de Transportes y Movilidad Sostenible salía al paso del encarecimiento señalando que ya se está pensando en la posibilidad de quitar el toll payment. Claro, claro. Pero, frente a lo que ocurre en otros territorios -a los que se responde con mucha más celeridad, con soluciones negro sobre blanco y unas infraestructuras a años luz por delante de las nuestras-, incluso desde la Administración ponen sobre la mesa condicionantes, dudas, posibilidades. En definitiva, paños calientes que, en aquellos lugares, a la mínima tornan en certezas. Algo falla. Y la paciencia tiene un límite. En algún momento, sucederá como cuando la madre le pide a su hijo 15 veces que ayude en casa y hasta que no alza la voz, no hay movimiento. Aquello de que por las buenas no hay manera y por las malas la solución llegará en AVE, a toda velocidad.
El hachazo a Ávila, como lo han tildado algunos, arroja otra certeza: el descontento de los abulenses causa poca inquietud en las oficinas de Moncloa, o de la Castellana… Tradición manda. Tampoco se ve muy preocupados por la provincia a dirigentes que pisan moqueta en la capital autonómica y que también cursan tickets para atravesar Guadarrama. Afirman, como luego se encargan de remarcar cuando nadie graba, que Segovia y Ávila miran más para Madrid que para la ciudad del Pisuerga. Si bien, esa mirada, cada vez está resultando más difícil de enfocar.
No digo yo que todos debamos tener de todo. Ojalá. La experiencia ha demostrado que eso es inviable. Creo que ofrece mejores réditos que explicar a los ciudadanos lo que vale un peine (en sentido estricto), pero sí creo que al igual que hay capacidad para abordar a golpe de machetazo otras cuestiones, se debería actuar, en algún momento, en este sentido con Ávila. Es clave disponer de un modelo de comunicaciones equitativo y sostenible.
La eliminación de los peajes en 2029 –¿lo verán estos ojos?– constituiría un paso real en esa dirección, pero ya llegamos tarde. Mientras tanto, en esta larga travesía que tenemos por delante, parece necesario considerar medidas compensatorias para mitigar el impacto de las recientes subidas de tarifas en los usuarios habituales de estas vías.
La melodía del progreso pierde ritmo y, pese a que uno siempre busca, como los Monty Python, el lado brillante de la vida, hay noticias que a aún más que hacerle silbar, le crucifican. Ya me entienden.