España, año 2023 según el calendario gregoriano, año seis (aproximadamente) en la era de la polarización. Una tierra en la que dos antagonistas no pueden estar de acuerdo en nada, ni siquiera en algo en lo que hace seis o siete años podían tener la misma opinión sin que ello sorprendiera. «Enmienda a la totalidad» es uno de esos conceptos que definen el momento. «¿A la totalidad? O sea, que te lo has leído todo, absolutamente todo… ¿Y no te valen ni las comas?». No. No rotundo. Sobre todo si tú has dicho «sí». 
Gavi polariza ahora nuestro fútbol. Lo viene haciendo desde hace un tiempo y el 'Tato', mi madridista de cabecera, apunta su clave: «Es 'ADN Real Madrid', no Barça». Imaginen el guirigay que se puede montar después de tal afirmación, una blasfemia para el azulgrana medio. Y puede que también para el 'merengue estándar'. Este se niega a ver al estupendo pelotero que tiene el enemigo y aquel, el culé cegado por los colores, se niega a ver otra cosa que no sea el pelotero estupendo. No entra a valorar, ay, pillín, el fútbol pendenciero del muchacho, la velocidad a la que entra en innecesaria ebullición o las peligrosas temeridades de meter la cabeza a ras de suelo, de las que despegan ovaciones en la grada, pero escalofríos en el banquillo. Y el forofo blanco no quiere oír hablar de un muchacho de 18 años que corre por dos, roba y corta y ya casi intimida con apenas 1,73 metros y 68 kilogramos, y maneja ambas piernas con maestría y se gira y tira del carro y contagia a sus compañeros e impide que nadie se relaje… como hizo en Elche, en el típico partido (53 puntos de diferencia y víspera de un clásico en la Copa) donde lo normal era echarse la siesta. Solo hay un Gavi, aunque la polarización nos dice que debemos ver dos.