Adolfo Yáñez

Aquí y ahora

Adolfo Yáñez


Inmigración masiva

07/03/2024

En la provincia de Ávila, hace pocos años hubiera resultado sorprendente encontrarnos en cualquier calle de la capital o de nuestros pueblos con una persona de color. O cruzarnos con señoras, ataviadas con chador y niqab, hablando el árabe entre ellas. O ver pasar a varios niños chinos, mochila al hombro, camino de alguno de los colegios abulenses. Sorprendente hubiera sido también saber que miles y miles de migrantes de Rumanía, Colombia, Bulgaria, Ecuador, Marruecos, Venezuela, etc., estarían en 2024 ayudándonos en tareas domésticas, atendiendo urgencias en nuestros hospitales, prestándonos un amable servicio en el bar al que vamos a tomar café, cuidando ancianos, remodelándonos el hogar o solucionando necesidades que sería imposible solucionar si tuviéramos que echar mano, únicamente, de profesionales españoles.

Parece que fue ayer cuando la Diputación Provincial dio acomodo en su dehesa de El Fresnillo a varias familias de Laos o cuando, a instancias de Juan Pablo II, la generosidad de Juan Antonio de la Puente, prematuramente desaparecido, buscó aquí acomodo a un pequeño contingente de compatriotas del Papa que sufrían apuros en su Polonia natal. Aquel novedoso advenimiento tanto de inmigrantes laosianos como polacos alcanzó la portada de periódicos y los abulenses le dedicamos asombrados comentarios en tertulias y sobremesas familiares.

Sólo un puñado de lustros después, la inmigración en Ávila, España y Europa se ha convertido en torrente que todo lo inunda y transforma. Para bien en muchos casos, porque aporta el flujo demográfico que precisamos con urgencia países que hemos comenzado a sentir cierta repulsión por la fecundidad y evitamos el esfuerzo que supone la crianza de hijos. Esta revolucionaria mutación poblacional es, con toda probabilidad, uno de los fenómenos más trascendentales de ahora mismo en Occidente y al que no sé si las autoridades y la ciudadanía prestamos la atención que merece. ¿Lo contemplamos con sorpresa, con indiferencia, con gozo, con temor y desagrado, con esperanza? Me consta que, ante un acontecimiento no planificado por nadie, pero de consecuencias tan variadas, las reacciones son múltiples también. Hay ya barrios europeos (por ejemplo, el de Molenbeek, en Bruselas) en los que el ochenta por ciento de la población es musulmana. Otros, como el conformado por los bulevares parisinos Strasbourg y Sebastopol, en los que miles de gentes llegadas del África subsahariana han sustituido a los franceses, instalando allí estilos nuevos, tiendas nuevas, músicas y gastronomías nuevas, formas de vivir, de rezar y de pensar absolutamente inéditas. Y, en cualquier ciudad grande o pequeña de España y de Europa, ocurre lo mismo con barriadas en las que, poco a poco, se han agrupado comunidades hispanoamericanas, asiáticas o de naciones del este. Cada una con peculiaridades propias. La uniformidad local de antaño se ha desdibujado por doquier y es un hecho incontestable que estamos ante un futuro en el que la sociedad será forzosamente híbrida y heterogénea. Para beneficio común, si respetamos nuestras diferencias y aprovechamos la mutua transfusión de vida que podemos darnos. O para el conflicto y el caos, si al futuro lo llenamos de incomprensión y odios estúpidos.