En su momento acepté la amnistía por una razón social. Pensaba en los miles de ciudadanos que, abducidos por unos políticos poseídos de una locura temporal, habían entrado en el oscuro mundo del incumplimiento de la ley. Gente con un sentimiento tradicional independentista, soñadores de una república catalana, Arcadia posible. Si el presidente de tu país dice que pueden separarse de España así, de pronto, por qué no has de creerle. La responsabilidad de llevar a tantos ciudadanos ante la faz poco amiga del juez, y enmarañar muchos años tu vida, es enorme. Y también la del fracaso colectivo inminente que significó dejar la declaración en suspenso, es decir, que los ríos de cava corrieron por la cuenca de una decepción.
Todo eso generó un descrédito del independentismo. Si no era posible, por qué tanto engaño. Y encima miles de personas rindiendo ante la justicia con su tiempo y su patrimonio. En las últimas elecciones ese descrédito se percibió en las urnas. ERC perdió más de 600.000 votos. Junts se convirtió en el quinto partido. Ese descrédito los hundía año a año.
En la última encuesta del Instituto de Ciencias Políticas y Sociales de Cataluña los datos han sido arrolladores: el 52% apoya la pertenencia a España frente al 39,5%; sólo el 5% piensa que el procés acabará con la independencia (antes el 17%), y casi el 55% que todo este lío acabará con más autogobierno.
Es fácil deducir que la gran mayoría del pueblo catalán, por una u otras causas, desaprobaba esa senda tortuosa que acabó con el 155. Ahora bien, los políticos independentistas han aprovechado la amnistía no como un hecho de gracia (así la contemplan las viejas leyes), sino como una reivindicación frente al poder opresor del Estado. Se extiende por la tierra catalana un huracán de legalidad y legitimidad. Es el Gobierno quien alienta esa tormenta. Ellos hicieron bien y los jueces, los fiscales, las leyes iniciaron una persecución política que ahora deja a cada uno en su lugar. Intentan derrotar la decepción con la razón. Llevaban razón y así lo reconoce hoy todo el mundo menos esa España siempre opresora.
La jugada es maestra si además de tener razón desaparecen las penas judiciales. Los que engañaron se reivindican. Los que respetaron la ley se equivocaron. Jamás existió un imperio de la tergiversación tan enorme. Así que no entiendo esa felicidad de Bolaños. Y menos su impudor ante lo patético y prepotente de felicitarse a sí mismo. Jamás vi a un político pavonearse de esa manera por un error. Un grave error, porque se ha abierto la caja de los truenos y ya veremos adónde nos lleva la senda que nos mostraba con tan imberbe alegría nada menos que el ministro de justicia.