Fernando Romera

El viento en la lumbre

Fernando Romera


El insufrible comienzo de año

04/01/2023

He estado tres meses encadenando catarros, coleccionando virus respiratorios en el sistema inmunitario para cuando haga falta tirar de ellos por lo que pueda venir. Todos me han parecido bastante similares: bronquitis, tos, estornudos y otros síntomas de lo más vulgar. Cuando parecía irse definitivamente uno, venía otro a recordar la vulnerabilidad humana y la fragilidad corporal. Cuando te pasa esto y lo cuentas descubres que todos hemos estado igual este invierno, algo que no consuela, pero te sitúa en el contexto de lo normal. El médico me puso un tratamiento bastante eficaz y he llegado a las fiestas con el cansancio propio, pero bien preparado para la carrera hasta el año nuevo: cenas, comidas, tardeos, mañaneos y otros obstáculos. Esto, a final de año, es como aquel rompepiernas con el que se encontraban los ciclistas de la Vuelta a España cuando les hacían subir en la etapa de Ávila la subida de la Ronda, con sus adoquines, su cuesta y sus baches. Así que hemos llegado al 2023 y nos hemos plantado en un año nuevo del que ya se anuncian crisis, enfermedades, guerras y otros desastres. Se ve que el año también padece sus propios virus y que los síntomas se le cronifican. El tránsito de año es algo convencional y de poco interés cuando vas acumulando nocheviejas. Cuando suponían salir por vez primera, ver el primer amanecer y obtener lo permisos paternos pertinentes para llegar de mañana con el salvoconducto, las transiciones eran festivas. Ahora ya no encuentra uno diferencia entre el último día de diciembre y el primero de enero. No voy a decir que pase uno la noche tomando una tortilla francesa y un vaso de leche. Pero tampoco que se eche uno a celebrar el tiempo que corre. Escuchar la marcha Radetzky me parece aburridísimo y los valses en Viena de una cursilería subida, sobre todo El Danubio Azul, un hit del siglo XIX que, a fuerza de años nuevos y bailes de boda, tiene uno entre los sonidos más insufribles, junto a la gaita escocesa y el reguetón. Nos han quitado, además, los saltos de esquí de Año Nuevo, no sé si por falta de nieve, porque el cambio climático ha convertido los glaciares austriacos y alemanes en un paisaje tropical o porque los han enviado a uno de esos canales deportivos de nuevo cuño. La nochevieja tiene algo de hortera por mucho que te vistas de smoking o por su causa; mucho más aún con las nuevas modas de vestir con algo rojo, por lo general ropa interior. Esto pasa porque es una enorme fiesta colectiva con uno de esos falsos afanes democratizadores: todo el mundo debe arreglarse, salir de traje o vestido, lustrarse los zapatos y desempolvar la corbata de las bodas. Es un poco el contrapunto uniformado de las chanclas, los bañadores y las camisetas del verano, la versión cool de la cutrez de agosto. Salvo, a regañadientes, lo de las doce uvas, por aquello de que es costumbre patria y da a los pobres agricultores para salvar el fin de año, ellos sí. Pero muy a regañadientes porque todo ello pasa por la Obregón o la Pedroche, por elegir cadena de televisión a la que engancharse y con la que decidir qué música pondrá banda sonora al primer minuto del año. Definitivamente, los catarros invernales, nunca vienen solos. Pero, con todo y con esto, que tengan todos ustedes muy feliz 2023.