Editorial

Dos problemas reconocidos a la espera de medidas eficientes

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Decir que los problemas de la despoblación y de la baja tasa de natalidad son dos de los más complicados de resolver, y a la vez dos de los principales que padece la provincia de Ávila, no es descubrir nada nuevo. Para recordarlo, con cierta frecuencia aparecen datos estadísticos que vienen a corroborar lo que cualquier persona puede pensar y adivinar de la situación de ambas cuestiones en muchas provincias de lo que se ha pasado a denominar de un tiempo a esta parte como la España Vaciada en donde Avila aparece incluida por méritos propios.

En esta ocasión es un dato del Instituto Nacional de Estadística (INE) el que nos da de bruces con la realidad que todos sospechamos que sucede en la provincia abulense. Según este organismo, en los últimos cinco años en uno de cada tres pueblos de la provincia no ha habido ningún nacimiento, lo que viene a demostrar, una vez más, y en esta ocasión con cifras irrebatibles, que la Ávila rural languidece en lo que a natalidad se refiere ya que más o menos la mitad de los últimos nacimientos anuales se produce, en la capital y el resto son de parejas empadronadas en los diferentes pueblos de la provincia, hasta 247, pero en donde únicamente en un tercio de ellos se ha registrado algún nacimiento en el último lustro.

Parándose a analizar este dato, realmente no es algo que pueda sorprender a cualquier persona que esté medianamante informada de la situación de despoblación que se vive en la provincia de Ávila desde hace ya bastantes años.

Es fácil de adivinar que en los pueblos de Ávila hay que ser muy valiente para afrontar, no ya solo un proyecto de vida, sino además dotar a ese proyecto de herederos, porque construir una familia en los pueblos de Ávila es algo que no está al alcance de cualquiera y es una cuestión que hay que meditarla profundamente antes de poder afrontarla, porque la supervivencia en localidades más pequeñas es más que complicada, tanto por la posibilidad de encontrar en ellas un puesto de trabajo, como por las dificultades que supone la merma de servicios y comodidades de todo tipo, si se compara con poblaciones de más población.

Lo peor de esta situación es que el problema se reconoce, el diagnóstico está claro y se es consciente de la situación desde hace varios años, pero no se atisba, al menos a corto plazo, ni tampoco a medio, una solución, de ahí que el descenso de población y de indicadores como el de los nacimientos sea algo que se viene repitiendo desde hace tiempo sin que nadie sea capaz de atajarlo. Hay quien piensa que es cuestión de inversión económica en el medio rural para intentar salvarlo, y otros simplemente se resignan a una tendencia que creen irreversible. Intentar lo primero, aunque sólo sea por no rendirse, debería ser una obligación.