Elena Rodríguez

Con el rabillo del ojo

Elena Rodríguez


Réquiem

28/01/2021

Te lo repites a todas horas. Otra vez. No me puedo creer que esté pasando otra vez. Bueno, en realidad sí. Podías oír desde tu casa el chin chin y las mordidas a las almendras del turrón. En tu salón retumbaban las carcajadas y los villancicos, como el trueno que anuncia la tormenta y da paso a la destrucción. Y ahí vuelves a estar tú. Otra vez. En el epicentro del terremoto. Sabías que iba a pasar y que no te equivocarías. Ojalá hubiera sido así. Hoy las risas han enmudecido. Ha vuelto el silencio. Te suena ese silencio. Te suena el lamento de los que se cruzan contigo en los pasillos. Los partes te suenan. Los informes te suenan. Y la muerte también te suena. Y vuelves a escuchar el réquiem. 
Pero no es todo igual que aquella primera vez, que te pilló con fuerza y alto de moral. Nada que ver. Ahora estás cansado, agotado, fatigado. Te sientes vencido, sí, derrotado. Sientes que no puedes más. Llevas un año con esa presión aplastando tu mente, tu cuerpo, tu alma. Otra vez, te repites. Qué habéis hecho. Otra vez. Otra vez el no parar de las ambulancias. Vuelve a llenarse la sala de urgencias. Vuelven a ocuparse las camas. Y compruebas que sí hay algo en común con aquella primera vez: que empiezas a sentir que no puedes abarcar todo. Que te faltan manos, que te vuelve a echar un pulso la impotencia. Y solo quieres gritar. Qué habéis hecho. Y te quema la rabia. Te arde. Te abrasa. Te consume. Solo quieres llorar. Pero te tragas tu dolor y tu agotamiento, y vuelves a enfundarte en el traje infernal. Olvidas que te ahoga y empiezas la ronda. Y cuando regresas a casa después de otro día de mierda, otra vez el maldito réquiem… 
Y mientras tanto, ¿el mundo? Pues depende de a quién le preguntes. Tú, por ejemplo. Tú no piensas por qué tienes que estar esta semana más en casa y por qué mamá no te ha despertado temprano esta mañana para llevarte a la guarde. Tú ni siquiera sabes lo que era el mundo antes de esto. No lo recuerdas. Te pilló demasiado pequeño. Cumpliste un año y caímos al vacío. Así que se te han olvidado las sonrisas de la gente y lo que es montar en un columpio o tirarte por un tobogán. Es como si nunca lo hubieras hecho. No has ido a un cuentacuentos, ni al circo. No has jugado con tus primos, no has besado a tu bisabuelo y no recuerdas las caras de tu familia porque las únicas que ves completas son las de tus padres y tu hermano…
Y tú, ¿qué? Tú dices con orgullo que has vencido al coronavirus tres veces, una por cada uno de los PCR que te han hecho. Te pones triste cuando tienes que guardar una nueva cuarentena porque no puedes ir al cole a jugar con tus amigos a obreros, policías o a la aldea de papá. Dices con desparpajo que ahora en invierno la mascarilla se agradece. Echas de menos el patio del pueblo, ir a casa de los abuelos a Salamanca y te preguntas si este año tampoco podrás celebrar tu cumpleaños con tus amigos en El Soto.
¿Y tú? Tú lloras todos los días desde hace casi un año. Sabes que, en el fondo, eres afortunada porque no has tenido que despedir a nadie, pero te invade la pena por no poder abrazar a tus nietos. Te asfixia el pensar la de cosas que te estás perdiendo. Cambian tanto cuando son tan pequeños…
Y entonces, ¿tú? Pues tú no sabes ni cómo estás. A ratos asistes a tu vida como si fuera una película. Intentas evitar pararte a pensar y emprendes una huida hacia adelante porque sabes que si te detienes se te va a romper la coraza de cristal y ya la has tenido que pegar varias veces. Te dejas empujar por el huracán de la rutina y evitas pensar en la cantidad de besos que tus padres no le han dado a tus hijos, en cuándo podrás volver a pasear por Salamanca, en que hay amigos a los llevas un año sin ver, incluso dos, porque el pueblo ha dejado de ser ese lugar de encuentro. A ratos te invade la rabia, la tristeza, la impotencia. A ratos asoma la esperanza. Pero cuando hay silencio, otra vez… el réquiem.