José Guillermo Buenadicha Sánchez

De la rabia y de la idea

José Guillermo Buenadicha Sánchez


La edad de la inocencia

03/11/2023

El pasado lunes se cumplieron ochenta y cinco años desde que un jovenzuelo, de apenas veintitrés, hiciese historia con un programa radiofónico. Ubicó una obra victoriana de H.G. Wells en los Estados Unidos de entreguerras y añadió interrupciones de periodistas y falsos científicos informando en directo de una invasión alienígena, logrando que millones de americanos viviesen una terrorífica noche previa a Halloween y olvidasen por un momento la recesión.
No se sabe si el pánico desatado en las calles de Nueva York fue real o algo que los medios de comunicación magnificaron después, empujados por la megalomanía del genial director de «Ciudadano Kane» —dijo Leguineche que era la historia de un megalómano contada por otro—. Era periodismo de otros tiempos, la línea entre la realidad y la ficción no era rígida, pero todo el mundo era consciente ello, como retrató Welles en la historia de Kane-Hearst. No como el de ahora, que elabora distorsiones de la verdad mientras convence al público de su pureza e independencia. En Ávila tenemos mitificado a Orson Welles porque, dado a visitar España, tuvo a bien filmar «Campanadas a medianoche» en nuestras calles; más aún, dijo en una entrevista —repetida hasta la saciedad en redes sociales, si les soy sincero no la había visto u oído antes en mi vida— que la nuestra era la ciudad en la que le gustaría vivir. Como comprenderán, queridos tres lectores, toda una orgía para el localismo chauvinista.
Pero volviendo a su celebérrimo programa, me pregunto si causaría hoy la más mínima impresión. Los extraterrestres ya no infunden terror; si alguno de ellos se apareciese en el carril bici de la zona sur, con sus húmedos tentáculos, sus siete ojos y su pistola de rayos gamma, lo ignoraríamos: «Fíjate, otra chorrada que ha comprado el Ayuntamiento con fondos europeos». Vivimos una época en la que por un lado nos creemos todo, pero por otro no creemos en nada, así es difícil apelar a uno de los más primitivos motores humanos: el terror a lo desconocido. Sabemos de todo, lo que no, lo buscamos en Google o en TikTok, ya no quedan oscuras cuevas, profundas simas o abismos estelares que nos espanten. Algunos políticos, al llamar a nuestra puerta con su «truco o trato» para perpetuarse en el poder, y contando solo con alienígenas de Bélgica, que no de Marte, tienen que acudir al recurso de amenazar con una alternativa aparentemente peor, el nuevo hombre del saco de la extrema derecha. Vano esfuerzo, la sociedad no va a sopesar su disyuntiva porque vive feliz en su narcolepsia, ajena a cualquier susto o propuesta.
Perdimos la edad de la inocencia, hemos cumplido la mayoría de edad dejando atrás el mundo donde el asombro o el terror eran posibles y, por tanto, sin saber identificar riesgos y problemas para poder huir o enfrentarnos a ellos. Hoy los muertos se tornan calabazas, los fugitivos, aliados y, como decía Sabina, las niñas ya no quieren ser princesas. Es peor, las propias princesas no quieren serlo, gastan sus días jurando la Constitución y entrenándose para la lucha. Porque su sangre azul al menos las hace recordar que la Guerra de los Mundos todavía está por venir, y alguien tendrá que protegernos. Felicidades, alteza.