"Una excesiva información no significa más conocimiento"

D. Casillas
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caba de publicar Maximiliano Fernández un libro de investigación muy apegado a la realidad actual, una aproximación al asunto del exceso de información que nos llega por un gran número de canales en la que da claves para saber gestionar tanto ruido

"Una excesiva información no significa más conocimiento" - Foto: Isabel García

Entre sus responsabilidades como profesor titular de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y como director de la Institución Gran Duque de Alba, el abulense Maximiliano Fernández ha sacado tiempo para publicar un libro en el que analiza, fundiendo para este proyecto sus perfiles de investigador, profesor y también de periodista, el hecho de que las nuevas tecnologías, que avanzan a velocidad vertiginosa, están «generando cambios sociales profundos, y no precisamente tranquilizadores, que afectan de modo muy especial al ámbito de la comunicación».

Metacomunicación en la era de la infoxicación. Teorías y usos en hiperconectividad, sobreexposición y saturación informativa es el título de ese trabajo, editado por la Universidad Rey Juan Carlos y la editorial Dykinson y que ha conseguido un magnífico posicionamiento en el campo de las publicaciones de esta especialidad recién salidas de imprenta en nuestro país.

Viendo el título, parece que el contenido no invita al optimismo.

Yo no soy precisamente de los optimistas tecnológicos, de los tecnooptimistas, que también dicen, soy más bien de los que se alinean en la línea crítica y reflexiva sobre los avances de las tecnologías o sobre determinados avances de las tecnologías, la digitalización excesiva, los peligros de la inteligencia artificial, la infodemia en la que vivimos, que es una época de saturación y de intoxicación informativa.

Intoxicación, saturación… usa usted términos que podrían ser de la medicina, ¿es un diagnóstico?

Quizás lo que hago es el diagnóstico, por seguir utilizando casi el término médico, de una situación que no vamos a decir que conlleve una enfermedad del sistema, pero que advierte de la existencia de elementos que creo que hay que corregir. De hecho, también se apunta hacia una reculturización digital y a otra serie de soluciones alternativas que aparecen como consecuencia de que nos hemos dado cuenta, por ejemplo, de que la digitalización en las aulas, con ordenadores y pantallas de forma generalizada, parecía como una panacea que iba a ayudar a los estudiantes a ser mejores, pero resulta que no es así. Los estudiantes ahora, con todos sus móviles, con todas sus pantallas, con todos sus recursos tecnológicos, no saben más que los estudiantes de antes.

Advierte también de que tanta tecnología ha creado nuevos problemas burocráticos.

Creo que en torno a los elementos digitales se ha generado a la vez una burocracia, lo que yo llamo en el libro la burotecnocracia, que nos exige una dedicación enorme a las tecnologías, dejando a un lado la lectura de libros, la formación en humanidades u otra serie de cosas que nos ayudan a entender de verdad el mundo. Es decir, que las tecnologías, por sí mismas, no nos llevan a una solución o a una situación mejor que la que tenemos. 

Y considero que en algunos aspectos nos están incluso un poco complicando la vida, y si eso lo mezclas con la burocracia cada vez mayor, las plataformas, las plantillas, las guías, las normativas, los enlaces, la cantidad de redes sociales que no aportan prácticamente nada pero en las que estamos inmersos porque no nos queda más remedio, todo ello nos lleva a concluir que hay que analizar un poco las enfermedades del sistema.

Sin caer en el victimismo, parece que algo o mucho de esos nuevos problemas no son casualidad, que vienen provocados por intereses que se nos escapan y cuya estrategia es que estemos tan ocupados en urgencias que reflexionemos cada vez menos.

Puede haber algo de eso, porque esas nuevas tecnologías nos ocupan constantemente, no dejan de enviarnos mensajes con los que nos bombardean, y así ya no es poco ir apagando fuegos de todas las cosas que surgen. Siguiendo con el símil, si estamos siempre apagando fuegos no podemos pensar en cómo construir y en cómo formarnos mejor.

Tanta información no significa siempre conocimiento, ¿no?

Claro que no, el conocimiento implica reflexión. e interiorización sobre la documentación y la información que recibimos. Pero si recibimos excesiva información, que además no tenemos capacidad muchas veces para seleccionar, y no reflexionamos e interiorizamos lo que pueda ser más útil o más informativo, pues no tenemos más conocimiento, tenemos más saturación, mucho ruido. Desde todos los ámbitos nos llega mucha información, pero eso no implica que conozcamos más, ni siquiera que debamos absorberla. Por eso hay que seleccionarla previamente y luego ver cómo la incorporamos y la interiorizamos.

¿No existe también mucha manipulación en el lenguaje, por ejemplo eso de llamar posverdad a lo que es en realidad una mentira?

Sí, siempre se han utilizado eufemismos para llamar a las cosas. Ahora decimos fake news, falsas noticias o bulos, pero lo de la posverdad es un eufemismo para decir que algo es mentira, algo que suelen ser hechos sin confirmar, sin contrastar, ajustados a determinados intereses. Es decir, están jugando con nosotros en ese aspecto, y ante ello los profesionales del periodismo tenemos también una responsabilidad mayor; eso a los estudiantes se lo decimos para que contrasten siempre las informaciones, que no se hagan eco de las que son tóxicas y de muchas cosas que cuentan en las redes sociales los haters o los odiadores.

¿Conocer ese problema, advertir de él y proponer soluciones sirve de algo o es demasiado difícil combatirlo?

Estamos en ello, en darle vueltas al asunto a ver si somos capaces de replantearnos lo que ocurre, y uno de los caminos para hallar una solución podría estar en una reculturización digital y una reflexión sobre los usos tecnológicos, además de en tener un control, antes de que sea tarde, sobre la inteligencia artificial. Creo que lo que hay ahora son estas llamadas de advertencia, que generalmente son apagadas por quienes suenan más alto con las tecnologías, con la digitalización y con la cantidad de novedades que todos los días salen en los medios de comunicación.

O sea, que los interesados en avanzar de forma quizás acrítica van por delante de quienes advierten de los peligros

Algo así, sí. Los que van en la vanguardia avanzan mucho más deprisa aunque yo creo que sería mejor que vayamos todos un poco al unísono, pero eso nunca ha sido así. Siempre ha habido dos velocidades en las cosas, y hay algunos que van muy rápidos y otros, los más centrados en lo analógicos y los que no tienen recursos informativos, que van más lentos; es la consabida división entre inforricos e infopobres, la brecha digital.

Otro peligro deshumanizador de las nuevas tecnologías y la inteligencia artificial es el del posthumanismo, entendido como la búsqueda de la superación de los límites físicos e intelectuales del ser humano mediante tecnologías, ingeniería genética, etc.

En cualquier caso, ¿cree que esas urgencias, esos excesos, responden a la casualidad o a unos intereses que se nos escapan?

Así, a primera vista, parece que hay unos intereses económicos; detrás de todo esto hay unas empresas que venden y que cobran por ello. Siempre hay alguien que quiere vender y obtener unos beneficios, y ahí están las grandes industrias y las grandes tecnologías que avanzan tantísimo que el ordenador y el móvil de ayer se nos quedan viejo enseguida, que lo que compramos esta mañana ya casi no sirve por la noche. 

Parece evidente que detrás de todo hay unos grupos que se benefician de esa evolución tan rápida, y creo que sin que eso sea del todo rechazable, porque no nos podemos oponer al progreso, tenemos que seguir avanzando pero procurando que haya siempre una humanización. El dilema está en si esas nuevas tecnologías, tan presentes siempre, contribuyen al conocimiento y a la humanización o, por el contrario, nos llevan a una deshumanización cada vez mayor.