Francisco I. Pérez de Pablo

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Francisco I. Pérez de Pablo


Tres años después

14/03/2023

Hoy martes se cumplen tres años de aquel «encierro forzoso» decretado con motivo del COVID. El transcurso de la vida suele ser breve y las cosas suceden tan deprisa que prácticamente hemos olvidado aquellos días que comenzaron con un confinamiento obligatorio y la única recomendación de usar los incomodos y molestos guantes de látex, antes que las perdurables mascarillas que llegaron algo más tarde y hasta ahora.
Tres años después algunos de esos recuerdos regresan, siquiera como comentario conmemorativo en esta columna. Aquel 14 de marzo fue sábado y el Real Decreto que regulo el posteriormente declarado inconstitucional estado de alarma entró en vigor ese mismo día con las consiguientes sanciones. En casa y sin fútbol la vida nos cambió y algo de aquello se ha quedado. Ese fin de semana fue el primero de muchos que vinieron después con miles de datos de contagiados, ingresos y fallecidos.
Cuando hecho la vista atrás me viene a la memoria aquel lunes como primer día laborable donde estaba presente la duda de si estaba o no autorizado para acudir a mi puesto de trabajo. Días más tarde otro de los muchos decretos dictados diferenciaba entre trabajos o trabajadores esenciales y no esenciales, lo que me generó cierta autoestima y un particular enorgullecimiento de haber elegido en su día la profesión adecuada. 
De aquellos primeros días aún no se me ha borrado que en Ávila cayó una curiosa nevada primaveral y un hecho que a día de hoy me sigue confirmando la escasa altura política de muchos de los dirigentes ante esas circunstancias extraordinarias, como fue que, sin gente, ni coches en las calles, los controladores de la ORA seguían vigilando y multando. Hasta casi una semana después el alcalde de la Capital, y sólo por sugerencia de la Autonomía, no acordó la eliminación del pago de dicha tasa cuya competencia era únicamente suya. Nostalgia, también, de un Capital con la ronda vieja despejada de automóviles aparcados que siguen ensombreciendo la muralla. 
Según escribo estas líneas van surgiendo más recuerdos que empiezan a agolparse, pero no todos tiene cabida en estas líneas. Sí lo tienen aquellos limites horarios que nunca llegue a entender muy bien. Para los que nuestro mayor exponente de libertad es el deporte al aire libre nunca nos explicaron porque de esa reclusión deportiva. Recuerdo, con una mezcla entre excitación y perplejidad, como los runners teníamos que correr solo de 8 a 10 de la mañana (verdadero esfuerzo que convertían los últimos kilómetros en un subidón de pulsaciones) para no coincidir con otras capas de la población –los perros y sus dueños tenían más rienda suelta–. En ese intempestivo horario coincidíamos muchos habituales y otros tantos que hasta ese momento nunca vi con mallas, ni zapatillas con espuma, pero que prefirieron sufrir en el asfalto antes que solo pisar parquet o tarima. 
Liberado el confinamiento también se puso hora de llegada a casa. Las 22 horas fue el límite de algo tan arraigado como ir de cañas. Escasamente dos horas para tomar unas cervezas en locales con aforos limitados, sin barra, sentados (ambas se han quedado y se empieza a perder la segunda) y con mascarilla entre sorbo y sorbo. Luego llegaron las terrazas. Cuando las agujas del reloj enfilaban ese último cuarto de hora la consumición se abreviaba aceleradamente, mientras, la ciudad, a falta de cinco minutos, se convertía en un circuito a modo de la Q3 de la fórmula uno. Recuerdos y huellas un día como hoy.