"Mi propósito es que Ávila tenga Escuela Municipal de danza"

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El bailarín y coreógrafo abulense Javier del Real, miembro del Consejo Internacional de Danza de la UNESCO, es un trabajador incansable cuya vida ha supuesto un camino de superación. ha vuelto a su ciudad para aportar todo lo que ha aprendido

"Mi propósito es que Ávila tenga Escuela Municipal de danza" - Foto: David González

Javier del Real sienta las bases de su vida en la superación, la valentía y la falta de miedos, también en el amor, en la amistad y en una inmensa capacidad de trabajo. Su cuerpo, cincelado por horas y horas de entrenamiento, refleja la constancia de una vida entera dedicada a la danza. Nacido en Ávila, en una casa de la calle Segovia, sus primeros recuerdos se difuminan en las tardes azules de San Antonio y en el entorno de una iglesia de San Francisco, entonces derruida, y que ha sido mucho más tarde, ya como auditorio, testigo de su poder en el escenario y de sus éxitos. La ciudad, demasiado conservadora para aquella época, aprisionaba a un niño repleto de arte, aún sin saberlo, que sintió el desprecio y la cobardía de sus compañeros de clase por su físico y por su orientación sexual. «Era un niño gordito y además gay, y en esa época, tanto en Ávila como en el resto de España, ser diferente era un problema inasumible casi. El acoso escolar era constante y esto me llevó a sufrir de anorexia nerviosa, intenté cambiar mi apariencia para evitar los insultos, lo que casi me cuesta la vida», nos comenta. «Creo que en cada ocasión que nos surja hay que dar visibilidad a estas cuestiones que aún no están resueltas por ciertos sectores de la sociedad, y que los testimonios de personas que lo hemos vivido, y lo hemos superado, les sirvan a los más pequeños que puedan estar sufriéndolo, como impulso para seguir adelante y no desfallecer». En mi caso fue la danza la que me salvó, la danza no solo se convirtió en mi pasión sino también en mi refugio.

¿Dirías que esos desafíos te moldearon en la persona y el artista que eres hoy?

Absolutamente. Aunque no desearía esos desafíos a nadie, me enseñaron resiliencia y me abrieron el camino hacia la danza, mi verdadera pasión. Ese viaje desde los momentos más bajos de mi vida hasta encontrar inesperadamente mi camino, es algo que valoro enormemente. La danza me dio una nueva perspectiva y me ayudó a superar mis batallas personales, transformándolas en una fuente de fuerza y creatividad. Durante el primer año de BUP, cuando estaba luchando con la anorexia, una compañera mencionó que el grupo folclórico «Espadaña» necesitaba chicos y decidí unirme. Y fue así como la danza me abrió a un mundo donde no era juzgado, en el que podía ser yo mismo sin temores.

"Mi propósito es que Ávila tenga Escuela Municipal de danza" - Foto: David González¿Cómo fue esa primera incursión en el mundo de la danza?

Lo recuerdo como algo maravilloso; íbamos a una de las salas de Santo Tomás a ensayar, y yo esperaba cada encuentro con impaciencia. Me enamoré perdidamente de esa forma de sentir, y eso marcó un antes y un después para mí. Aunque mi padre tenía reticencias al respecto, mi madre, que me ha apoyado incondicionalmente desde el minuto uno, hizo en aquel primer momento lo posible por comprenderme, por ver globalmente lo que necesitaba, sobre todo a nivel personal, y así seguí este apasionante camino uniéndome después a la escuela de Irene Zambra, una persona clave en mi vida, que me ayudó también de forma decidida. Ella fue la que, en un momento dado, me indicó que aquí el aprendizaje ya se estaba limitando para mí y que debería buscar clases más avanzadas en Madrid. Y fue allí, donde verdaderamente me di cuenta del potencial que tenía y de lo mucho que me faltaba por aprender. Empecé a asistir al 'Amor de Dios', un estudio legendario donde grandes figuras de la danza han dejado su huella.

¿Compaginabas esto con los estudios y el trabajo?

"Mi propósito es que Ávila tenga Escuela Municipal de danza" - Foto: David GonzálezAunque oficialmente decía que estaba en la biblioteca estudiando, porque mi padre solo quería que me centrara en los estudios, viajaba a Madrid con la complicidad de mi madre. Fue un período de mucha actividad, como casi toda mi vida, intentando equilibrar los estudios de turismo con mi formación en danza. Me las arreglé para compaginar ambos mundos, estudiando por las mañanas y bailando por las tardes. El camino no fue fácil, pero cada paso, cada decisión, me llevó a donde estoy ahora. Cuando acabé la carrera, comencé a trabajar en la Fundación Cultural Santa Teresa, que me había contratado inicialmente como alumno en prácticas. Así, por la mañana trabajaba y por las tardes, tomaba el tren a Madrid para asistir a mis clases de danza. La vida era un constante ir y venir, madrugando para trabajar, corriendo para no perder el tren de la tarde y regresando a casa tarde en la noche para hacerlo todo de nuevo al día siguiente.

¿De qué forma continuó tu formación?

Mi vida muchas veces se ha guiado por casualidades. Un día fui a comprar unas botas de baile y vi un cartel que ofrecía becas para chicos interesados en estudiar danza española. Hasta ese momento, desconocía que existiera una carrera formal en danza española. Intrigado, llamé al número que aparecía en el anuncio y hablé con Rosmery Coquilla, la directora de origen italiano pero afincada en Madrid, quien me informó sobre el título privado en arte de la danza española que ofrecían. Me animé a hacer la prueba y, para mi sorpresa, fui aceptado. Esto significó poder tomar clases de danza clásica, escuela bolera, flamenco y danza estilizada, todo sin costo más allá del viaje. Más tarde, y aunque ya era 'mayor' para comenzar en el Conservatorio, tenía 23 años, quise probar y me presenté a la audición en el Conservatorio de Danza Madrid Fortea, un día que no olvidaré. Estaba tan nervioso que tuve que llamar a mi madre para buscar algo de consuelo. Ella, como siempre, me dijo que siguiera adelante, que lo importante era intentarlo. La audición incluía pruebas de danza clásica, escuela bolera, danza estilizada y música, entre otras. Al final del día, no solo había pasado la audición, sino que me colocaron directamente en el tercer año, saltándome los dos primeros, gracias a mi formación previa y a mi desempeño en las pruebas de improvisación. Fue un momento de gran emoción y de validación de todo el esfuerzo que había puesto en seguir mi pasión por la danza. Este es otro de los periodos de mi vida de extrema ocupación, durante el día trabajaba en la Fundación Cultural de Santa Teresa y por la tarde iba a Madrid, además, para mejorar mi técnica en danza clásica, empecé a tomar clases adicionales por la tarde en la Escuela de Danza Antonio Salas, costeándolo con el dinero que ganaba en la Fundación.

"Mi propósito es que Ávila tenga Escuela Municipal de danza" - Foto: David González¿Cómo manejabas la presión y el cansancio?

Fue un reto, sin duda. Algunas noches, para ganar algo de dinero extra, trabajaba en el Palacio de Gaviria, bailando bailes de salón. Esto significaba que mi rutina diaria era exhaustiva. Sin embargo, lo que me mantenía en pie era mi pasión por la danza y la visión de lo que quería alcanzar. Incluso me permitía soñar con bailar algún día en el Teatro Real, un lugar que siempre vi como el pináculo del arte escénico y al que debo mi nombre artístico, 'Javier del Real'. Ese sueño se volvió tangible cuando supe que había audiciones para la ópera Fausto; me presenté y fui seleccionado.

Supongo que fue una experiencia increíble bailar en el Teatro Real

Fue un sueño hecho realidad. Representó la culminación de años de trabajo duro, sacrificios y una pasión inquebrantable por la danza. Se convirtió en un momento decisivo, no solo porque confirmaba que había tomado el camino correcto, sino porque simbolizaba la superación de todas las adversidades que enfrenté, desde el acoso escolar hasta los desafíos económicos y personales. Y aunque fue un período extremadamente duro, cada experiencia contribuyó a mi crecimiento tanto personal como profesional. Creo firmemente en la importancia de dar visibilidad a estas historias, no solo para inspirar a otros jóvenes, sino también para mostrar que, con determinación y pasión, es posible superar cualquier obstáculo y alcanzar tus metas.

Después de graduarte del conservatorio, te enfrentaste a la realidad del mercado laboral. ¿Cómo fue esa transición de la educación formal a la vida profesional en la danza?

La transición fue un shock, para ser honesto. En el conservatorio, estás en una especie de burbuja, donde todo gira en torno a aprender y perfeccionarte en un espacio relativamente seguro. Pero al salir, te das cuenta de la magnitud del mundo real, donde hay miles de bailarines, muchos de ellos extremadamente talentosos, compitiendo por las mismas oportunidades. Mi primer trabajo fue con la compañía de Zarzuela de Alberto Agudín en el Teatro Infanta Isabel, donde interpretamos La boda de Luis Alonso. Y durante una de las funciones, el coreógrafo de Noche de Fiesta de Televisión Española me vio y me invitó a una audición. Eso me llevó a participar en el programa, un trabajo que combinaba danza moderna con folclórica y que demandaba aprender rápidamente un gran número de coreografías. Era intensamente desafiante. Imagínate, tener que aprender hasta 12 coreografías en cuestión de días. Además, estaba el temor constante a no ser suficientemente bueno, especialmente cuando el coreógrafo principal podía decidir, en cualquier momento, que no continuabas en el programa. A pesar de la presión y el estrés, aprendí muchísimo, tanto de la danza como de la capacidad para trabajar bajo presión y adaptarme rápidamente a nuevas rutinas.

Y después montas tu propia compañía

Después de Noche de Fiesta, tuve que reevaluar mi dirección profesional. Me encontraba en una época donde los musicales comenzaban a ganar popularidad en España, pero no me veía en ese ámbito. Sin embargo, participé en audiciones, incluyendo una para «La mujer del año», donde pasé la audición de baile pero no la de canto. Luego, una oportunidad inesperada surgió para ir a Francia con el ballet de Guadalupe, donde disfruté y aprendí muchísimo. Al volver, intenté formar una compañía en Málaga con mi pareja de entonces, pero la relación personal y profesional no funcionó, lo que me llevó a volver a Ávila y luego a Madrid, donde finalmente establecí mi propia compañía. Fundar mi compañía fue una experiencia de aprendizaje continua. Comenzamos siendo un pequeño grupo, actuando donde podíamos, desde Valencia hasta Galicia, llevando nuestro espectáculo a diferentes teatros y adaptándonos a lo que surgiera. Eventualmente, empezamos a trabajar en un espectáculo dirigido por la cantante María Gracia, que se llamó Noches Bonitas de España. Esto nos dio mucha más estabilidad y visibilidad. Fue un momento clave en el que mi compañía comenzó a despuntar. Pero llegó un momento en el que no me sentía ya motivado por el baile, un periodo en el que me fue necesario alejarme de la danza y me puse a trabajar en un banco. Ahí paré durante un tiempo. 

 Pero era imposible apartarte de la danza, tu corazón estaba ahí.

Pues creo que sí, porque me trasladé a vivir a Canarias y allí retomé de nuevo lo que es mi pasión. En Canarias, mi carrera tomó otro rumbo. Trabajé con el Ballet del Sur de la isla y exploré el flamenco y la danza clásica, siempre volviendo a mis raíces en la danza estilizada. La oportunidad de participar en La Traviata en el Teatro Pérez Galdós fue un punto de inflexión, demostrándome que el destino me guiaba de vuelta a la danza. Comencé a dar clases en una escuela local, donde pude compartir mi pasión por la danza española y el flamenco. Más tarde, dirigí allí mi propio estudio. Mi escuela comenzó a ganar reconocimiento; participamos en la feria de abril donde presentamos un número con mis alumnos y recibimos una ovación tan entusiasta que confirmó que estábamos haciendo algo especial. También actué en el Carnaval, otro de los momentos más especiales que he vivido. Sin embargo, la realidad del compromiso financiero y la fluctuante dedicación de los alumnos me hicieron reevaluar mi enfoque, centrándome más en eventos y menos en la enseñanza diaria.

Hace poco has vuelto a Ávila, a tu ciudad.

Volver a Ávila ha sido como volver a casa, en todos los sentidos de la palabra. A pesar de mis miedos y dudas, necesitaba estar cerca de mi madre, especialmente después del fallecimiento de mi padre. Fue una decisión que no tomé a la ligera, pero, al final, sabía que era lo correcto. Mi padre y yo tuvimos un acercamiento muy esencial para mí hacia el final de su vida, lo cual me trajo paz, y ahora estar en Ávila me ha dado una nueva perspectiva y una renovada pasión por seguir contribuyendo al mundo del arte y la cultura, esta vez desde mi lugar de origen. Siempre he necesitado estar en Ávila; es mi lugar en el mundo.

Los cambios siempre han sido parte de mi vida, pero creo firmemente que son oportunidades para crecer y aprender. Ahora, en Ávila, me siento enraizado, con la mirada puesta en el futuro. Planeo seguir enseñando, creando y actuando, aprovechando mi experiencia para aportar lo que esté en mi mano, siempre buscando maneras de innovar y compartir mi pasión con la próxima generación de bailarines.

¿Cuál crees que es tu aportación y será tu legado a la danza?

Siempre he tenido una gran lucha y una misión personal para diferenciar y destacar los diversos géneros dentro de la danza española. He intentado educar y exponer la riqueza de la danza española, distinguiendo entre sus diversas formas: flamenco, danza estilizada, escuela bolera y folclore. Cada género tiene su valor y belleza únicos. En mis espectáculos y clases, hago énfasis en esta diversidad, intentando transmitir la importancia de cada estilo y el papel fundamental de la castañuela, buscando así promover una apreciación más profunda de nuestra cultura. Pero mi misión principal, mi intención próxima, es que Ávila tenga su propia escuela municipal de danza donde los chicos y chicas abulenses puedan formarse.

¿Qué consejo le darías a alguien que quiera seguir tus pasos?

Diría que nunca es tarde para seguir tus sueños. Habrá momentos difíciles, claro, y veces en las que pensarás que no vale la pena. Pero si es algo que realmente amas, algo por lo que sientes una verdadera pasión, entonces cada sacrificio, cada madrugón, cada momento de duda, merece absolutamente el esfuerzo. El camino en las artes nunca es fácil, pero es profundamente gratificante. Mi consejo sería perseverar, estar abierto a aprender constantemente y no tener miedo de tomar rutas menos convencionales. Las experiencias, buenas y malas, te forman como artista. Nunca subestimes el poder de la resiliencia, la adaptabilidad y, sobre todo, la pasión por lo que haces.