Chema Sánchez

En corto y por derecho

Chema Sánchez


Maneras de vivir

28/01/2023

La canción de marras, que compuso el grupo Leño allá por el inicio de los años 80 y llevó hasta hace cuatro días en su agenda Rosendo Mercado, me ha venido a la mente por varias cuestiones. Primero, porque en los últimos quince o veinte días sigue hablándose de ese sencillo musical lanzado por Shakira con un tipo cuyo nombre no recuerdo, dando cera a su exquerido, porque supongo que dada la buena relación que mantienen ambos zagales, ya habrán partido las peras como mandan los cánones. Es lo que toca. Ahora bien: lo de tirarse los trastos a la cabeza en público es algo que a algunos gusta, y, como dije en la anterior gacetilla aquí publicada, ciertas cosas a la gente en general le resbalan. O al menos, debería traérsela al pairo. Pero probablemente sea yo el que vive equivocado. No puedo entender que, con la cantidad de recursos que tenemos a nuestro alcance en los tiempos que corren, la gente pierda el poco que disfrutamos –del tiempo sigo hablando– con cebos como esos que ponen en los programas y en los informativos deportivos donde, repitiendo una misma jugada pueden abrasar perfectamente media hora de emisión. O como ocurre con esos espacios que dicen ser de cotilleo, del corazón, o telebasura –en esta calificación coincido absolutamente– pero que son, a mi modesto entender, algo bastante peor, y con un calado tan miserable que no me cabe en la cabeza que sigan abiertos tres décadas después de que triunfara Tómbola. Así es la vida. Sorprendente a veces. Luego nos extrañamos, por ejemplo, de que la publicidad se vaya a otros sitios, y leemos artículos como uno que publicaba esta misma semana, con todo su cuajo, uno de los grandes diarios de tirada nacional, aplaudiendo el cerco que se está organizando en torno a Google –ese gigante invisible– y recriminando a la multinacional de Mountain View que asume un pastel publicitario elevado, en España como en Estados Unidos y allá donde opera. Porque funciona como la seda. Lo curioso es que la tecnológica americana que, como casi todas, está aflojando plantilla, muy probablemente siga ganando mercado por deméritos de esos que dicen ser adalides de la independencia, porque de autocrítica y visión de negocio andan especialmente escasos, no se bajan del burro, y no se acaban de percatar de que son ellos solitos quienes se están cargando su propio negocio. 
Segunda cuestión: cada vez me aparecen más mensajes subliminales en el móvil con consejos para mantener la calma y afrontar ejercicios de relajación. Respira hondo, me viene a decir el terminal. No sé si me debería tener que preocupar. ¿Se habrán percatado hasta los celulares de que algunos sujetos vamos acelerados por el mundo? En esta semana me contaban que la inteligencia artificial lo va a cambiar todo, también nuestra manera de vivir. Será más factible el utópico objetivo de algunos políticos, que dicen pensar por todos nosotros, de alcanzar la semana de cuatro días. Trabajando se entiende. Sin embargo eso tendrá sus consecuencias. Si ya nos cuesta recordar el nombre de un actor y a los dos segundos los resultados de búsqueda escupen Melanie Griffith, imagínense, si con la IA vamos a tener la opción de que nos solucione en un segundo tareas relativamente complejas que ahora se tardan horas en completar. En los pocos meses que esta nueva moda lleva en oídos de casi todos, existe temor ya instalado porque ciertas profesiones podrían echarse a temblar con los avances que se han focalizado en un avance denominado chat GPT. Sin embargo, las oportunidades siempre serán más que los problemas. Así es como piensan los optimistas. Otros, como suele ocurrir, se encargarán de poner palos en las ruedas, como el colectivo que ve amenazar su zona de confort cuando llega el nuevo a la oficina y le empiezan a poner zancadillas. Sólo a modo de ejemplo, ilustrativo ejemplo: ¿Saben ustedes que en países que consideramos tan avanzados como Dinamarca no hay notarios? En no mucho tiempo, si no es ya, el blockchain tendrá unos detractores absolutamente frontales en España, porque están en juego muchos privilegios. Es más fácil resistirse al cambio que poner los bemoles encima de la mesa y afrontar lo que venga. Así somos. Y así nos va. Ya me entienden.