Emilio García

Desde el mirador

Emilio García


Desmontando a Sánchez (III)

12/05/2023

Como consecuencia de sus encantamientos y, sobre todo, de la deuda adquirida con ciertos chantajistas, Sánchez muestra sin rubor que quien manda en España son los nacionalistas radicales. Tal es el nivel y continuidad de los acuerdos que se escamotean a los españoles que ha permitido que la portavoz de EH-Bildu anuncie decisiones de Gobierno, confirmando lo que en 2020 anunció Pablo Iglesias –y nadie le hizo caso, salvo Otegui–: que ya «formaban parte de la dirección del Estado», especialmente porque «comprenden mejor la Constitución que la derecha». En fin… Por eso en el ideario sanchista podemos destacar algunas actuaciones que sonrojarían a cualquier mandatario.
Sánchez, y el ministro Marlaska como brazo ejecutor, fue a lo largo de estos años el promotor de que los terroristas etarras hayan abandonado su destierro y estén cerca de su casa y prontos para salir y vivir en libertad sin que hayan dado una explicación sobre quiénes han sido los autores de más de trescientos crímenes sin reconocer.
Sánchez es el inductor del maltrato a la Guardia Civil, la Policía Nacional frente a otros cuerpos y fuerzas de seguridad autonómicas.
Sánchez es el culpable de que los gobiernos catalán y vasco sigan esquilmando las arcas del Estado [como dijo Eduardo Mendoza: «La diversidad del Estado español desaparece a la hora de mangar y chorizar» (18-4-21)].
Sánchez es el responsable de que la política de igualdad haya expandido la desigualdad entre las mujeres y los hombres españoles y que dichas iniciativas produjeran los mayores problemas sociales que uno pudiera imaginar (violadores en la calle, que los niños puedan dar su consentimiento para mantener relaciones con mayores u hormonarse sin la autorización de sus padres, que el cambio de género se haga en una ventanilla, etc.).
Sánchez es el único que ha decidido que el problema de España sea el sexo y no la inflación.
Sánchez, con una ambición desmedida, es el que decidió aceptar e impulsar las leyes más nocivas para los ciudadanos.
Sánchez es el agitador que ha conseguido usurpar todas las reservas económicas de los españoles para repartirlas discriminadamente, perjudicando a la mayoría: por ejemplo, silenciar las calles a base de conceder 300 millones de euros a los desacreditados sindicatos mayoritarios –los verdaderos parásitos sociales– que tienen la desvergüenza de que cuando salen a la calle sea en «defensa de la democracia y los servicios públicos y frente a las políticas de la ultraderecha».
Sánchez es la persona que ha decidido motu proprio endeudar a España hasta los mayores límites jamás pensados –con una reforma de las pensiones insostenible–.
Sánchez es quien tira para adelante al aumentar el déficit de la Seguridad Social; quien doblegó el español como idioma nacional para eliminarlo como «lengua vehicular de la enseñanza en todo el Estado».
Sánchez promovió que las familias dejen de ser reconocidas como lo que son (¿recordamos el disparate de la ministra Belarra con los numerosos tipos de familias?).
Sánchez tanto ha desenterrado la historia para defenderse de sí mismo como propugna la muerte sin plantearse la defensa de la vida o una transición paliativa con sentido común.
Sánchez aceptó la propuesta de una ley educativa sectaria que incide especialmente en cuestiones ideológicas que se aclaran con la frase de la ministra Celaá: ¿a quién pertenecen los hijos? y priva a los padres de educar a sus hijos conforme a sus convicciones; y lo mismo sucede con la última ley de Universidades, totalmente política.
Sánchez gratifica a los jóvenes con un bono cultural mientras acaba con las ayudas a las familias numerosas: ¿por qué aplica los criterios de renta para los segundos y no para los primeros?
Sánchez es quien manda que se apoye, con nocturnidad y alevosía, a las Comunidades afines frente al conjunto; aunque algunas propias estén sufriendo el abandono histórico fruto de su mandato.
Sánchez es el que defiende el derribo de presas y embalses para ser el más ecológico del mundo, cuando España lleva años padeciendo irregulares sequías. Eso sí, pero los bosques no se deben tocar ni cuidar para que podamos tener cada temporada los numerosos incendios que lamentablemente nos asolan.