La semana deja imágenes para reflexionar. Por supuesto la de ese fuego que ha segado los sueños de muchas familias y que nos ha vuelto a decir que por mucho que nos creamos dioses, ante la naturaleza, claudicamos todos. Pero yo venía a hablarles de algo que nos toca más de cerca. En los últimos tiempos la agricultura ha dicho basta. Se acabó. Un sector que es clave por cuestiones obvias -de momento no se ha inventado la pildorita que en las películas de ciencia ficción evita comer al menos tres veces al día-, supone en la actualidad algo más del 2 por ciento del PIB nacional. No parece mucho, pero las estadísticas suelen tener tantas lecturas como lectores. Ese es su peso, que se acrecienta en la provincia de Ávila en otro punto porcentual. Probablemente sea el menor de los principales sectores productivos. Esto lo saben bien las altas esferas, que hacen el paripé, que promulgan derechos sin límite a otros colectivos, pero que no prestan especial atención al que sostiene a un campo en retroceso. Lo he escrito aquí en múltiples ocasiones, pero pocos parecen ya ser los sensatos osados que se lanzan a la vida pública -política- sin tener el arnés de una plaza, ya sea en propiedad o de manera interina en algún organismo. Más, si cabe, en los tiempos que corren. Las diferencias resultan odiosas, porque en el caso de los servicios, ya suponen dos de cada tres euros del PIB de nuestro país, si hacemos caso a una fuente tan fiable como Statista, conforme a los datos disponibles de mayor actualidad. En ese cajón está la Función Pública, con convocatorias periódicas de plazas -más votos a la postre-.
El campo se echó a las carreteras, con los contratiempos que esto ha supuesto parael ciudadano, también para los protagonistas, y entre sus demandas, por si a usted no le ha dado tiempo a reparar en ellas, se encuentran: precios justos y evitar la competencia desleal, o lo que es lo mismo que pudiendo tirar de cosecha propia se importe de otros países. De igual forma demanda apoyo financiero frente a la subida de costes y la necesidad de adaptarse tecnológicamente a las opciones existentes, una PAC justa y flexible frente a la cuadratura mental que en ocasiones impera en Europa, o una producción sostenible. También exigen gestión eficiente y sostenible del agua, menos papeleos y un freno a las trabas burocráticas y una regulación cada vez más dopada, reciprocidad en acuerdos comerciales, un rejuvenecimiento del sector y, por encima de todo, mayor reconocimiento social. Ésta es una de las claves de bóveda. Lo que no se conoce no existe, y vivimos tan de espaldas al campo que hay quien cree que la situación del sector agrario abulense y español no requiere de soluciones. Las dos primeras deben pasar por un beneficio digno y por acabar con los agricultores y ganaderos de salón. Esos sobran. Como quien más que apostar por avanzar prefiere el inservible ejercicio que supone estar de brazos cruzados. Ya me entienden.