Miguel Velayos: «En la cárcel aprendo a abolir mis prejuicios»

Santiago Ibáñez (SPC)
-

Para él, es fundamental ser perseverante, humilde y trabajar a diario en el taller de las palabras para saber cómo manejar las herramientas y hacerse con el oficio

Miguel Velayos: «En la cárcel aprendo a abolir mis prejuicios»

 
Descubrir la poesía fue de una enorme ayuda en su adolescencia, hasta el punto de que a los 15 años supo que un día se dedicaría a ella. Ser perseverante, humilde y trabajar a diario en el taller de las palabras sigue pareciéndole vital para saber cómo manejar las herramientas y hacerse con el oficio. Miguel Velayos (Ávila, 1978), actor, profesor de español para extranjeros en un centro penitenciario y poeta, no está dispuesto a apearse de esta vocación hasta no haber cumplido los 90. Es autor de Esquelas desde Madrid (Premio Blas de Otero), Yo también quise ser poema (finalista del certamen de Jóvenes Creadores de Castilla y León), Desinencias, y ahora cierra la trilogía que inició con Identidad de edades y Permanencia en el tránsito con la publicación de Política sesions (Ediciones Vitruvio), su libro más rompedor hasta la fecha.
 
Educador, actor y poeta. Tres palabras que suenan muy bien…
Es una vocación tripartita, pero una es más profesional que las otras dos. La poesía y el teatro en este país exigen mucha suerte y uno no puede vivir de ellas normalmente. Así es que me dedico a la Educación, que también es una de mis pasiones y hace que me sienta afortunado. 
 
La poesía, ese refugio tan íntimo para lectores minoritarios, ¿para qué sirve actualmente? 
Para acompañarnos, como lo ha hecho desde hace miles de años. La poesía, con su complejidad y su belleza, es un compendio de emociones colectivas, históricas y políticas que nos mantiene cerca de nuestras propias raíces. 
 
¿Para saber leer versos hay que estar hecho de una pasta especial? 
No, porque es un género que pertenece al pueblo y regresa a él. Cualquier persona que sienta, que piense, que conozca sus miedos y sus anhelos y quiera saber más sobre sí misma, está preparada para acceder a un poema.
 
Sin embargo, hay autores tan oscuros, tan intransitables… 
Los poetas hemos cometido muchos excesos a lo largo de la Historia y nos hemos envuelto en hermetismos que no nos han hecho ningún favor. La obra que permanece es la que se entiende, no digo que sea fácil, pero no debe ser hermética ni compleja. 
 
Pese a que el hábitat natural de un poema es la soledad de una habitación o de un parque, usted acostumbra a escenificar su obra. ¿Cómo vive ese acercamiento con el público? 
Aunque me he formado en varias escuelas de interpretación y sigo haciéndolo, sobre el escenario me considero más poeta que actor, y lo vivo actuando con honestidad, dando gracias al teatro por poderlo utilizar para establecer ese puente de comunicación con el público. 
 
En Política sesions, dedica un espacio a dos hombres mayores que tal vez se encontraron un día en bandos enemigos. ¿De qué sirvió matar por la otra España? 
Es un buen momento para rendir cuentas con nuestra propia memoria, pero el país no está siendo generoso con esta asignatura pendiente, una de las mayores que tiene. De hecho, somos incapaces de cicatrizar las heridas que todavía arrastramos. 
 
¿Qué hemos asimilado los nietos de quienes vivieron la Guerra Civil? 
Estamos aprendiendo a valorar lo que hicieron las generaciones anteriores y a intentar buscar soluciones que no sean las de las armas que no han traído nada bueno al país. Debemos apuntalarlo y conseguir una visión más amplia, que no esté centrada solo en las dificultades de España, ya que ahora sabemos que todas ellas tienen conexiones con problemas internacionales. 
 
En su poemario, reivindica la política como compromiso. ¿La poesía debe ser, fundamentalmente, social? 
No, depende del momento vital en el que se encuentre el autor. La poesía es tan hermosa y nos acompaña desde hace tantos años precisamente porque abarca un abanico de posibilidades infinitas, desde lo más íntimo, desde lo más privado a lo más histórico, a lo más social. 
 
Si la vida, según usted, no es justa y la muerte tampoco lo es, ¿para qué perder el tiempo hablando de libertad?
Para reivindicar la verdad, esa gran palabra que necesita en estos momentos de una justicia real para que millones de personas que están esclavizadas tengan las mismas oportunidades que hemos tenido los demás. Solo por eso merece la pena vivir, escribir un texto político o un poema que tenga un carácter reivindicativo.
 
En esta ocasión, se detiene en los cristales y en el dolor de Euskadi. El odio, además de para alquilar pisos francos, ¿a qué conduce?
A nada positivo. El odio oxida el corazón y el alma de las personas y desde ese lugar, que es desde el que se está tratando de solucionar un tema tan serio como es el del terrorismo en Euskadi, de nuevo vamos a tener una página injusta. El Gobierno no puede ser ninguna alternativa, porque se tiene que resolver a través del diálogo y del encuentro con los otros. 
 
El miedo, ese maestro dispuesto a adoctrinar, ¿suele cobrarse las heridas? 
Hay un miedo legítimo, que es el que tenemos todos los seres humanos, pero lo terrorífico es sentirlo permanentemente. El desempleo, que es una forma de vivir con miedo, se está cobrando un precio demasiado alto. 
 
Los jóvenes españoles vuelven, como antaño, a emigrar a Europa con maletas oscuras, aunque no sean de cartón. ¿Qué les espera más allá de la frontera? 
Es la gran pregunta que se hace esta generación de gente joven, la más preparada de toda la democracia y que, extrañamente, se está viendo abocada a hacer el mismo viaje que emprendieron sus abuelos con el supuesto sueño de prosperar, pero Alemania no es el paraíso que se vende desde allí. 
 
 Mientras tanto, miles de subsaharianos tratan de alcanzar a brazadas las playas de Ceuta. ¿Tan distintos somos los emigrantes nacionales de ellos?
No, no somos diferentes, porque el deseo de una vida mejor es igual para todos. Es una cuestión de hambre y de injusticia atrasadas, de siglos de opresión que hacen atravesar desiertos, surcar mares y saltar concertinas. Veremos si dentro de unos años, aunque los suizos digan que no va a entrar ningún español en su país, no lo haremos igualmente. 
 
Como educador en centros penitenciarios, ¿qué aprende usted de los reclusos? 
En la cárcel, que es el lugar donde más poemas se escriben por metro cuadrado, aprendo de los internos a creer que las personas pueden, quieren y necesitan cambiar, y a flexibilizar mis prejuicios, incluso a abolirlos, a tratar de comprender vidas complejas, realmente extremas, muy distintas a la mía.
 
Cuando acaba su jornada laboral y deja atrás la cárcel, ¿se siente más libre?
No exactamente, pero cuando salgo y compruebo que puedo caminar un kilómetro en línea recta, que respiro el aroma de una flor y que puedo pasear con total libertad, es un recordatorio de que la vida, tan hermosa y tan breve, hay que vivirla con intensidad. 
 
En su opinión, ¿qué camino hay que elegir para llegar a ser un buen poeta?
El de siempre, el único. Hay que leer mucho, apasionadamente, poesía y buena novela, combinando las dos, pero deteniéndose en la primera, porque es donde se aprende y se reciben lecciones de humildad de lo que uno puede hacer ante los grandes escritores. 
 
Si no fuera el autor de ‘Política sesions’, ¿a quiénes se lo recomendaría?
A cualquiera que tenga interés en preguntarse quiénes somos y quiénes hemos sido en el pasado. Es una apuesta por la política, pero también por la esperanza, esa palabra denostada en algunos medios y en muchas conversaciones.