José Ramón García Hernández

Con la misma temperatura

José Ramón García Hernández


Ojo por ojo

04/02/2024

No hemos dejado de escuchar esta amenaza desde que somos pequeños. Incluso mi generación pareció que de verdad había interiorizado que el Evangelio, la Buena Nueva, había acabado con ella. Pero no ha sido posible.
Y todo en este mundo caótico parece querer llevarnos de nuevo a la casilla de salida, incluso personal, se advera con toda su fuerza. Son los finales de época que se han relatado en multitud de ocasiones en la literatura, en el periodismo, en la historia. Yo siempre que puedo les propongo que lean 'El mundo de ayer' del genio austríaco de Stefan Zweig. Yo siempre me preguntaba cuándo viviría mi particular mundo de ayer, y lo expresé por primera vez con la caída de Kabul que antecedió a la invasión de Ucrania. Las reglas del derecho internacional al que tanto esfuerzo habíamos dedicado una generación, que sobre todo tuvo que ocuparse de la guerra de los Balcanes, para que ninguna guerra tuviera que repetirse, se volvieron simplemente indicaciones para un mundo que dice que no participó en su redacción ni en su concreción, aunque se han beneficiado profusamente de ellas.
Ese mundo de ayer, es el momento en que tus códigos sociales, y por ello muchos de los personales, dejan de tener sentido o de ser respetados, o ni tan siquiera comprendidos. Ese ser un caballero español, o abulense para los que nos gusta más la capa que el abrigo como bien sabe Auxi, parece ya un extremo y no hay que irse hasta allí. Es el gusto por la conversación, por encontrarse en la calle, por el respeto a la palabra dada, por la generosidad desde las expresiones hasta las acciones, por la tranquilidad y la moderación en emitir un juicio de valor o la opinión sobre alguien para no caer en los chismes ni en los rumores. El respeto por la jerarquía en el sentido social, saber quienes son tus pares porque se lo han ganado, no esa caricatura de los que piensan sólo en clases sociales para simplificar una comunidad que no entienden. Es saber que nuestras imperfecciones conviven con la de los demás. Y por ello, y por haber interiorizado lo de la «otra mejilla» no nos lanzamos alegremente al ojo por ojo.
Una de esas experiencias que vivamente he guardado en la memoria y que me piden que escriba en forma de anécdotas, tiene que ver con algo que presencié en una Convención Demócrata en Estados Unidos. Básicamente uno de los oradores aludiendo a un terrorista enemigo de Estados Unidos relataba cómo se había hecho justicia, pronunciaba un discurso similar a un Western. Mi amigo Tomás y yo nos dábamos crédito, pero todo el auditorio estaba enardecido. Ahí entendí mucho de lo que denominamos diferencias culturales. Cicerón prefería enterrar y respetar de otra manera, a lo mejor, también sea dicho de paso, porque preveía su final. 
Tal vez por eso el ojo por ojo, incluso a efectos prácticos, solo sirve para abundar en uno de los pecados que menos placer proporciona, como son la envidia y el rencor y dedicar a esperar oportunidades de venganza, que a mi me parece la peor forma de pasar el resto de nuestra vida.