Francisco Javier Sancho Fermín

De bien en mejor

Francisco Javier Sancho Fermín


El AMOR como regalo

07/04/2023

Nos encontramos en plenas celebraciones de Semana Santa. Para muchos son días de descanso, viaje y relax. Para otros la oportunidad de revivir y celebrar uno de los grandes regalos que ha recibido la humanidad, pero del cual todavía no somos lo suficientemente conscientes. Más allá de las creencias o de las manifestaciones devocionales, en estos días se celebra uno de esos «milagros» que no ha dejado de acompañar la historia de la humanidad.
Para la mayoría de los creyentes cristianos son días cargados de tanto significado. No sólo por las expresiones devocionales en forma de procesiones, que inundan las calles de ciudades y pueblos, sino porque se rememora lo que no deja de ser un misterio incomprensible para la inmensa mayoría: la muerte y la resurrección de Jesucristo. Una muerte cruenta que es expresión de hasta donde puede llegar la crueldad del hombre en su capacidad de desviarse de su verdadera condición «humana». Pero, por otro lado, también es la expresión de la grandeza de un Amor, dispuesto a darlo todo, hasta la propia vida. Y, convertirse, de esta manera, en fuente de vida, en resurrección. Aquí, y no en las procesiones, se desentraña el sentido más profundo de estos días. Y es la lección, siempre nueva y necesaria, para una humanidad que está llamada a engendrar vida y dignidad.
Toda expresión religiosa, cuando ésta es auténtica, celebra, en definitiva, esos valores de vida que implican a todos, más allá de las propias creencias. Cuando surgieron las procesiones, al igual que toda la imaginería religiosa presente en nuestros templos, había siempre una intencionalidad catequética o formativa. A través de medios plásticos, no sólo celebrar algo, sino llevarnos más allá, para ayudarnos a captar de manera visible la invisibilidad del misterio y de los grandes valores de la vida.
La historia de la crucifixión de Jesucristo es, en el fondo, la historia de la misma humanidad, y desde la que se ensalzan los principios de una vida auténtica y verdadera, de una vida que más allá de los propios intereses egoístas, busca hacer renacer algo nuevo, algo que, en vez de destruir, sea capaz de dar vida y sentido.
Sinceramente creo que todos podemos y debemos aprender tanto de estas expresiones populares, más allá del folclore o de las pretensiones turísticas o multitudinarias. Eso implica ir más allá de la parafernalia externa para entrar en el corazón de aquello que realmente se celebra. 
Cuando uno lee el desenlace de la historia de Jesús, surgen preguntas frente a las cuales nos cuesta dar respuestas razonables. ¿Cómo es posible que a un hombre que pasó la vida haciendo el bien, terminaran por odiarlo tanto? ¿Cómo entender que los humanos terminemos crucificando a alguien cuyo único anhelo fue servir a los demás? ¿Cómo explicar que sus propios amigos fueran los que le traicionaran y abandonaran? Se podría responder de múltiples maneras a estos y otros muchos interrogantes. Pero, en el fondo, la respuesta siempre remite a un mismo problema: el egoísmo, la soberbia, la prepotencia, etc…, terminan por llevarnos a descalificar a aquel que se dedica a amar, a servir, a hacer el bien. Las personas así nos resultan incómodas, porque son una denuncia constante a nuestra comodidad, a nuestro egoísmo, a nuestra percepción de la vida, a nuestra autojustificación. 
Y lo más sorprendente, lo que pone en evidencia la incondicionalidad del amor de Jesús por todos los seres humanos: que perdona, incluso, a quienes lo crucificaron. Un Amor tan grande e incondicional es un don inmenso que se nos regala, pero que nos resulta difícil aceptar porque nos compromete. Por eso ya el mismo San Pablo decía que la cruz era un verdadero escándalo, porque nos implica en el amor y en el perdón. Y, siendo sinceros, muchos no estamos dispuestos a tanto, ni siquiera entre los que se creen muy «cristianos» y mejores que los demás. 
Lo que hoy celebramos no es más que el regalo incondicional del Amor, lo único que nos salva de nosotros mismos; y la única vía capaz de poner freno al odio y al rencor, a la injusticia, a la desigualdad, a la violencia. Jesucristo es lo que hizo y lo que nos ha dejado como «memorial» para hacerlo vida. Y ese amor incondicional, que tantos hombres y mujeres han hecho suyo a lo largo de la historia y del presente actual, es lo que siguen salvando a la humanidad de caer en el pozo irreversible del odio.