Suele ser habitual que la ermita de Las Vacas se quede pequeña en las celebraciones y este domingo desde luego que no fue la excepción dado que tuvieron que habilitarse más asientos con sillas plegables y aún así mucha gente se quedó de pie. En esta jornada se daba continuidad a las fiestas en honor al Cristo de la Ilusión con motivo de la Exaltación de la Santa Cruz y los fieles acudieron en masa desde bien temprano y además lo hicieron acompañados de una buena representación de la corporación municipal. 

Desde primera hora de la mañana los cohetes llamaban a la participación en el templo y la música de dulzaina de Los Potocos ponía el ritmo a ese preludio de la gran fiesta. Música que acompañó por cierto y dotó de gran solemnidad a la celebración eucarística, presidida un año más por el párroco Óscar Robledo. Fue él lógicamente quien puso de manifiesto ante el numeroso auditorio la importancia de esa exaltación de la cruz por el «valor salvífico» que tiene y que debemos comprender que posee. La cruz a la que «hay que contemplar», reposadamente y en contraste con ese ritmo tan rápido de vida hacia el que la sociedad se inclina, indicaba el párroco que ponía de manifiesto ese valor de la cruz como símbolo en positivo, el del triunfo del amor de Dios, «ensalzada y valorada como trofeo pascual de la victoria de Cristo», la cruz que él santificó con «su sacrificio y que es testimonio de su inmenso amor» y que «debe ser fortaleza ante la debilidad», expresaba Robledo en esta misa por cierto dedicada a Pilar Álvarez y Eduardo Díaz.

Tras ello y a pesar de la amenaza de lluvia la preciosa imagen del Cristo de la Ilusión pudo procesionar portada como es habitual por 24 anderos que la dirigieron  por las calles de la barriada hasta SantoTomás y desde allí emprender la vuelta al templo.  

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