Hace un par de semanas escribía estas líneas envuelto en medio de una campaña, con ánimos de terminar pronto los trabajos de caravana electoral y llegar a los comicios del 28 de mayo, ya un tanto cansado, como imagino que sucede con todos los ciudadanos. De golpe y porrazo, conforme la Ley dispone y confiere la atribución de disolver las Cortes al presidente del Gobierno, así lo hizo, apresuradamente menos de 24 horas después, y nos convocó a las elecciones de la canícula, algo inédito en España (salvo la excepción de dos autonómicas a final de mandato, en estado de alarma, como consecuencia del covid).
De saber lo que iba a ocurrir –y el inquilino de la Moncloa bien lo preveía– lo más adecuado habría sido ir a un superdomingo electoral con cuatro urnas y haber dejado todo resuelto, dejando tranquilos a los españoles. Pero no, Maquiavelo en estado puro obró y, dado que el fin justifica los medios en política a su juicio, como así ha hecho a lo largo de estos años, nos llamó a las urnas, las que se colocarán en los colegios el día de la Magdalena, festivo en bastantes pueblos de la provincia, en medio del puente de Santiago Apóstol, segunda quincena de julio vacacional. El inicio de la campaña coincide con el chupinazo: ¡Todos a las urnas y, si no, a Correos, y si a usted le corresponde ir a una mesa electoral, ajo y agua!
El mencionado Príncipe, con estas decisiones más parecido a Calígula, como ya le apoda algún locutor mañanero, se dio un baño de multitudes de grupo parlamentario para justificar su decisión. Así es más fácil: «El que no aplauda, no repite», pensaría, aturdido por el palmeo incesante a 3 batidas por segundo de Montero. Pues nada, habrá que aguantar unas semanas de polarización, campañas similares a las del dóberman, mítines bajo registro con DNI para evitar algún grito y nos vemos otra vez frente a las urnas, con ventilador y abanicos.
Todo esto, con la paciencia de los españoles, que una y otra vez nos hemos convertido en moneda de cambio de un Gobierno de coalición que nos decía cuándo y cómo teníamos que salir de casa, al que se le ha llenado la boca de igualdad, solo sí es sí, trans, aborto, Franco y José Antonio fuera, bonos culturales y un largo etcétera. Ahora bien, ¿dónde ha quedado la gestión del país? ¿Dónde la buena economía y el control de precios? ¿Dónde un pacto educativo? ¿Dónde la mejora de las infraestructuras y comunicaciones para una tierra como la nuestra? ¿Qué pasa con la despoblación, de la que tanto han hablado para qué? ¿Dónde la garantía de que nuestras generaciones tendrán pensiones dignas?
Son preguntas en el aire, que a más de 30 grados de temperatura podremos responder frente a dos urnas el día 23 de julio, cuando todos los ayuntamientos estén a pleno rendimiento, cuando el hábil calculador quiera servirse de los pactos autonómicos en uno u otro sentido a la hora de tenerlos en cuenta para su campaña, toda vez que no le ha sido posible valerse del discurso de inicio de la Presidencia europea de la Unión.
La democracia permite estos cálculos, es así. Pero en democracia se responde votando y participando, pese a que quien manda no ponga todas las facilidades para que el ciudadano se exprese. Ese es el momento de manifestarse, en las urnas y hablando claro. Solo me queda pedirnos un poco más de paciencia, que todo llega.