"La pérdida de la libertad es una de las peores experiencias"

Ester Bueno
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Manuela Prieto, funcionaria de prisiones ya jubilada, es una mujer con ideas claras, consecuente con sus valores y sus creencias, comprometida con la época que la ha tocado vivir y activa en todas las causas que considera justas

"La pérdida de la libertad es una de las peores experiencias" - Foto: David Castro

Manuela Prieto conserva aún el acento de su Talarrubias natal a pesar de ser ya abulense de adopción por los muchos años que lleva viviendo en nuestra ciudad. En una simbiosis íntima, su pequeño pueblo de Badajoz y Ávila han conformado gran parte la historia de una mujer luchadora, comprometida con la sociedad, con los tiempos que la ha tocado vivir, y con un ideario heredado de su familia que la ha marcado íntimamente. Sus primeros recuerdos van unidos la libertad de su infancia extremeña, a la voz de su padre, a los juegos, a la escuela primaria, a los amigos. Cuando comenzó quinto de bachiller se trasladó, con una beca para chicos y chicas especialmente esforzados, a Zaragoza, en cuya Universidad Laboral cursaría los últimos años antes de ir a Madrid para iniciar sus estudios universitarios. De esa etapa zaragozana evoca el primer desarraigo de su familia, la soledad del que sale por primera vez de su entorno, pero también las amistades que trabó y que se convirtieron en poco tiempo en ese núcleo de confianza que te da estar lejos del hogar. 

A finales de los años setenta se afincó en Madrid para estudiar Derecho, y en ese ambiente universitario tomó contacto con personas que estaban trabajando en prisiones y con las que descubrió una realidad que le era ajena hasta entonces. «A finales de 1976 en la cárcel de Carabanchel se creó un movimiento formado por un grupo de presos, con el apoyo de algunos abogados,  que se denominó COPEL (Coordinadora de Presos en Lucha), cuyo objetivo era conseguir una amnistía general o indulto, y que planteaba además cambiar las normas y condiciones de vida en las cárceles. Entre sus reivindicaciones se encontraba esa petición de  amnistía general, la abolición de torturas y malos tratos, una alimentación decente, sanidad efectiva, etc. En  julio de 1977 los presos de Carabanchel y los del resto de España se amotinaron, y fue a raíz de estas revueltas cuando comenzaron a cambiar las cosas en las cárceles» nos dice.

«En septiembre de  1979  se aprobó la Ley Orgánica General Penitenciaria y el mundo de las prisiones comenzó un profundo cambio. Fue la primera  ley específica sobre prisiones en el país y que estableció los derechos y deberes de las personas privadas de libertad, así como los principios que rigen el sistema penitenciario español. También reguló esa ley aspectos como el régimen de clasificación de los internos, las medidas disciplinarias, la atención sanitaria, la reinserción social y la ejecución de penas y medidas de seguridad» comenta. 

«A raíz de estos cambios empezaron a entrar funcionarios y funcionarias jóvenes, con ganas de poner en práctica la nueva ley. Funcionarios que creían  en la reeducación y reinserción de las personas privadas de libertad y que querían humanizar las prisiones. Y en ese contexto, después de Estudiar Trabajo Social,  fue cuando decidí preparar las oposiciones al cuerpo de Ayudantes de Instituciones Penitenciarias, iniciando mi carrera profesional en  enero de 1981en Pamplona».

¿Cómo fue ese primer contacto, tan joven, con una prisión?

La prisión de Pamplona tenía un número muy pequeño de mujeres y no fue difícil ese primer destino. Esas promociones de funcionarios de prisiones comenzamos a trabajar con la nueva ley, moderna y progresista, en la que se circunscribe un poco la filosofía de tener una relación más fluida en lo posible con los internos. Muy rápido me trasladaron al complejo penitenciario de Yeserías y ahí sí ya había mucha más población reclusa, alrededor de 500 mujeres. En este destino, aunque por supuesto conté con la ayuda de mis compañeros, tuve que aprender muy deprisa. Estaba en el departamento de jóvenes de entre 18 y 21 años, y yo tenía 24. Te puedes imaginar el impacto que eso causó en mí. Si tengo que expresar lo que sentía en aquellos momentos te diré que, de repente, fui plenamente consciente de la suerte de haber nacido en la familia en la que nací, de que no importa el nivel económico, sino una educación en valores que te distancie de esa parte más dura de la sociedad.

Yeserías era una prisión más dura.

Todas las prisiones lo son. Ten en cuenta que estás en una situación en la que cumples con tu trabajo, pero ellas se quedan allí, en una realidad que es tremenda por esa falta de libertad que conlleva. En Yeserías estuve al menos un año en el departamento psiquiátrico, con personas que habían cometido un delito y que estaban mal mentalmente. Habían sido condenadas a ingresar en esta institución psiquiátrica penitenciaria. Vi tanto dolor en esa época, con situaciones personales dificilísimas, mujeres a las que nadie visitaba, olvidadas por sus familias en gran número de casos.  En esos primeros tiempos se me hacía difícil la desconexión, llevaba a casa los problemas, no lo encajaba bien. Ya tenía a mis dos hijos y decidí pedir el traslado a Ávila, a un lugar un poco más pequeño, más vivible quizás. Era el año 1989, cuando se puso en funcionamiento la prisión de Brieva, con una capacidad de 162 celdas y 18 complementarias. Era un ámbito más reducido y pensé que me vendría bien el cambio. Además, yo tenía vinculación con la ciudad y con la provincia porque mi marido es de Junciana. Así estaríamos también más cerca de la familia y por supuesto en esta ciudad que es tranquila y perfecta para criar a nuestros hijos. 

¿Cuál ha sido tu trayectoria laboral en Ávila?

En Ávila comencé como Jefa de Servicio y aunque no tenía ese contacto tan directo como en Yeserías, sí debía asumir el ser responsable de todo lo que ocurriera en la prisión durante mi servicio. Fue una época también durísima. Muchas de las internas que había conocido durante los seis años de Yeserías recalaron en Ávila. Un alto porcentaje de ellas murieron de SIDA dentro de la prisión, otras salieron para morir. Me marcó profundamente porque yo les tenía aprecio personal, sabía de sus vidas, de sus sentimientos. Estando ya en Ávila aprobé las oposiciones del Cuerpo Especial de Instituciones Penitenciarias, y desde el año 1991, hasta mi jubilación en 2015,  desempeñé funciones, primero como Jefa de Gabinete y posteriormente como Coordinadora de Servicios. Tengo que decir que la prisión de Ávila es un modelo, no ha estado saturada prácticamente en ningún momento.

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