Carolina Ares

Escrito a tiza

Carolina Ares


Repollo dorado

11/11/2023

Si ustedes deciden viajar a la capital de Austria, doy por seguro que el Pabellón de la Secesión no será lo primero que vayan a ver y es más que probable que, si lo descubren, sea por casualidad. En una ciudad imperial como Viena, donde la belleza es una constante que te envuelve y te rodea, esta galería de arte, aún hoy, rompe con todos los cánones establecidos. Ya ocurrió así tal día como mañana, pero hace 125 años, cuando se inauguró bajo el gobierno de los emperadores Francisco José y Sissi. Lo que más llama la atención es su brillante cúpula, construida con laureles de bronce, que hace que se le conozca como el repollo dorado. El edificio es pequeño, blanco, un moderno templo griego, y esta firmado por su arquitecto, Joseph María Olbrich. Esto nos da una pista de la consideración que tenían hacia él las personas que lo construyeron: lo consideraban una obra de arte en sí mismo. Sobre la puerta, en letras doradas se puede leer  «A cada tiempo su arte, al arte su libertad».
Y esta máxima es la clave de la importancia del edificio, pues fue la primera galería de arte que introdujo mejoras que hoy consideramos básicas en los museos o galerías. En primer lugar, la sala de exposiciones se encuentra bajo una claraboya inmensa: la luz es natural, para poder ver correctamente las obras y que el impacto sobre ellas sea mínimo. Además, las paredes interiores son móviles, para poder adaptarse a las necesidades expositivas. Por otra parte, fueron los primeros en hacer sus exhibiciones sin acumular cuadros unos encima de otros: ponían las obras exentas y bien separadas, para que la gente pudiera disfrutarlas con calma y tiempo.
La historia de la construcción del edificio es la del rechazo. Los artistas que formaron el movimiento de la Secesión se encontraron con las normas de la rígida sociedad vienesa, que no aceptaban los cambios que el surgimiento de la fotografía estaba trayendo al arte. La Künstlerhaus (la misma que rechazó unos años más tarde a un joven Hitler) no aceptaba el arte que los jóvenes de la ciudad querían hacer y no les dejaba exponer en su edificio en el que, en la puerta, aún se puede ver una escultura de Velázquez. Por ese motivo rompieron con ellos, fundaron un grupo artístico llamado Secesión e hicieron exposiciones no solo de sus obras: fueron los primeros llevar a Viena el impresionismo francés o el modernismo escocés. Tuvieron que alquilar varias salas para sus primeras muestras hasta que pudieron contar con su edificio terminado. Y durante sus 125 años de historia han optado por seguir fieles a la máxima que corona su puerta y seguir siendo un baluarte del arte contemporáneo. 
Déjenme decirles antes de concluir, que podrían haberse asegurado muchas más visitas y fama si hubiesen optado por ser un museo temático del secesionismo vienés. Y es que cuando digo que uno de los lideres y fundadores del mismo fue Gustav Klimt, suele pasar que el edificio se vuelve más interesante. Su obra maestra, que no es El Beso sino el Friso de Beethoven, aún se puede ver allí. La única concesión que han hecho. Pero es que un templo del arte con un repollo dorado en el tejado y que reclama la libertad del arte en la puerta es el lugar más apropiado para custodiar la mayor alegoría a la importancia de las artes que existe.