La atracción del infierno

Agencias
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El ojo humano lleva a quien observa 'El jardín de las delicias', obra de El Bosco que atesora el Museo del Prado, directo a la tabla que representa el averno... Al menos así lo dice la ciencia

Una mujer observa la obra "El jardín de las Delicias" de El Bosco. - Foto: EFE/Jennifer Gómez

¿Qué miramos cuando vemos un cuadro?, se preguntaba hace unos días Javier Solana, presidente del Patronato del Museo del Prado. Cuando nos ponemos ante un lienzo no miramos todos lo mismo, ni hacia igual lugar y, en concreto, frente a El jardín de las delicias de El Bosco, el delirio visual puede ser bárbaro... pero la tentación es descender al inframundo de la tercera tabla que conforma esta obra magistral del Renacimiento, la que corresponde al infierno.

Y así lo dice la ciencia. El último panel de esta pieza que atesora la pinacoteca madrileña es la parte que más miradas atrae de las personas que observan el conjunto de las tres tablas, según se desprende del estudio ¿Dónde miramos cuando miramos El Bosco?, realizado por el Prado junto a la Universidad Miguel Hernández de Elche (UMH-Elche). Así lo explica el catedrático de Biología Celular Eduardo Fernández Jover, responsable del grupo de Neuroingeniería Biomédica de la UMH. Los investigadores han analizado los datos recabados entre 52 participantes en una investigación, de los cuales el 60 por ciento eran mujeres y el 40 hombres, de edades comprendidas entre los 10 y los 70 años y procedentes de diversas nacionalidades. Para ello, cada persona ha usado unas gafas conectadas a un ordenador para hacer un seguimiento ocular y registrar la dirección de su mirada, el tamaño de sus pupilas y las zonas donde estas se fijan en cada momento. Según desveló Fernández Jover, los datos se han analizado en segundos por metro cuadrado, ya que las tres tablas de la obra no tienen el mismo tamaño.

En este sentido, el estudio revela que la observación del panel del Infierno ha sido de 33,2 segundos/metro cuadrado, frente a los 26 seg/m2 de la tabla central y 16 seg/m2 del Paraíso. Esta diferencia también se observa en el tiempo de fijaciones por panel, pero el cuadro recibe en total una atención media de observación de cuatro minutos y ocho segundos. Por lo general, las mujeres lo miran durante 4,17 minutos y los hombres le dedican 4,08. También ellas les superan en tiempo normalizado en cada zona: panel izquierdo (19 frente a 15 segundos); panel central (27-25 segundos); y el derecho (36-32 segundos).

Del total de los participantes, el 52 por ciento había visto el cuadro antes y para el 48 por ciento era la primera vez. «Esta es una información muy útil para hacernos preguntas del tipo ¿qué pasa cuando vuelves a ver un cuadro que ya conoces? o ¿qué sucede cuándo observas un lienzo por primera vez? Estas cuestiones probablemente se las hicieron los pintores al presentar sus obras», ahonda el investigador.

Ahora bien, de este análisis de datos puede surgir una duda más que razonable... ¿por qué de esta complejísima composición los ojos van directos al infierno? Al margen de la interpretación psicoanalítica de esta actitud, que seguro que la hay, no es de extrañar que la iconografía que representó el artista neerlandés llame tanto la atención, para empezar por el claro cambio en los tonos de la tercera tabla, que pasa de los verdes y azulados de El paraíso de la tabla izquierda y El jardín de las delicias, en la central, a la oscuridad del infierno.

Como de todas las grandes obras de la Historia del Arte hay interpretaciones muy variadas de lo que El Bosco quiso representar en este tríptico del que se desconoce la fecha exacta de su factura.

Al particular Infierno de El Bosco se le suele llamar Infierno musical por la importante presencia de instrumentos musicales, utilizados para torturar a los pecadores que dedican su tiempo a la música profana, como sucede con los amantes de la parte superior de la tabla central del tríptico de El carro de heno, que también está a su lado en las paredes del Museo del Prado. Pero de toda la escena, lo que más atrae la atención es el plano medio con la figura del hombre-árbol -asociado con el demonio-, tanto por su color claro sobre fondo oscuro, como por su gran tamaño en relación a los otros seres representados. 

 Mientras que en El jardín de las delicias domina la representación de la lujuria, en el Infierno reciben su castigo todos los pecados capitales. Buen ejemplo de ello es el monstruo sentado en el primer plano, a la derecha de la tabla, que devora hombres y los expulsa por el ano -avaros-. Y, sin duda, alude a los glotones -al pecado de la gula- el interior de taberna del tronco del hombre-árbol, en el que los personajes desnudos sentados a la mesa esperan a que los demonios les sirvan sapos y otros animales inmundos, al igual que se destina a los envidiosos el suplicio del agua helada. 

Tampoco faltan castigos para los vicios censurados por la sociedad de la época, como el juego, o para alguna clase social, como el clero tan desprestigiado entonces, como se verifica en el cerdo con toca de monja que abraza a un hombre desnudo, abajo, a la derecha de la tabla. 

En general, el tríptico de El jardín de las delicias es una obra de carácter moralizador -no exenta de pesimismo- en la que El Bosco insiste en lo efímero de los placeres pecaminosos representados en la tabla central. El pecado es el único punto de unión entre las tres tablas. Desde su aparición en el Paraíso con la serpiente y con Eva -que asume la culpa principal de la expulsión del Paraíso, propia de la misoginia medieval-, el pecado está presente en el mundo, pese a que se muestre como un paraíso terreno engañoso a los sentidos, y tiene su castigo en el Infierno.

Una compleja composición

La investigación pormenorizada que ha realizado el Museo del Prado junto a la Universidad Miguel Hernández sobre esta obra de arte se ha llevado a cabo para saber dónde y qué mira el espectador y, precisamente, se ha decidido comenzar por El Jardín de las delicias por su «complejidad». «Es un cuadro en el que no sabes bien dónde mirar», precisaba Fernández Jover.

Junto a él, en la presentación de las conclusiones de su estudio, Javier Solana reconoció que, efectivamente, esta investigación y lo que ha dejado ver «es una presentación un poco particular».

«El Prado es un museo que tiene una gran apertura de miras. Lo que vamos a ver aquí es solo el principio de algo que estamos desarrollando. Vamos a intentar aprender un poco más cómo es la mirada, y esto nos va a ayudar a aprender mucho sobre el arte, sobre el ojo. El arte desde el punto de vista científico», explicó sobre la investigación inaugurada con la obra de El Bosco. Pero la pinacoteca aseguró que no se va a quedar aquí y, por tanto, que les gustaría seguir con esta experiencia e investigación y apuestan por los cuadros «más emblemáticos» que poseen. Eso sí, no revelaron ninguna obra en concreto. Las apuestas están abiertas... ¿cuál le gustaría que fuera la próxima?

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