Una identidad que se resiste

David Alonso
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La celebración del Día de Castilla y León vuelve a poner sobre la mesa la escasa relevancia del sentimiento de pertenencia a la comunidad como ocurre en otras latitudes del país. Cuatro expertos analizan para este periódico las causas.

Imagen generada por una inteligencia artificial de un León y un Castillo abrazándose.

Castilla y León celebra hoy, 23 de abril, su jornada grande, el Día de la Comunidad. La decapitación de los tres líderes comuneros –Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado–, hace ahora 502 años, marca el génesis de una conmemoración que cada año vuelve a ponerse frente al espejo con el mismo interrogante. ¿Hay algo que celebrar? La Real Academia de la Lengua, en su segunda acepción del término 'identidad' establece que es el conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás. La identidad como eje para marcar diferencias es un elemento cultural que evoca a la identificación y la singularidad, construyendo una percepción de un 'nosotros intracomunal'. Pero, ¿tiene Castilla y León, con sus nueve provincias y 94.225 kilómetros cuadrados de extensión, elementos que ejerzan de pegamento social para forjar un sentimiento comunal? ¿Qué vincula emocional, cultural o folkloricamente a un ciudadano de la montaña leonesa con otro del Valle del Tietar?

No es ningún secreto que Castilla y León carece de un sentimiento de identidad regional fuerte como el que se vislumbra en comunidades vecinas como Asturias o Galicia, o un poco más alejadas como Andalucía o Cataluña. Un 'run run' a pie de calle que también se traslada a las encuestas realizadas al respecto, que establecen que seis de cada diez castellanos y leoneses reniegan del sentimiento autonómico en pos de pasiones más provinciales o locales. Cuatro catedráticos de historia analizan para este periódico las causas históricas, económicas y sociales que se esconden detrás de esta realidad con el fin de desenmarañar un ovillo que se sigue con la aguja perdida cuarenta años después de la firma de su Estatuto de Autonomía.

El origen puede buscarse tan atrás en el tiempo como se deseé. La peculiar conformación de la Comunidad durante la época democrática; la oposición leonesa, ya en la I República, a unirse a Castilla; los más de dos siglos de arraigo que tienen las provincias; la hegemonía territorial de la Corona de Castilla hace casi quinientos años; o en las uniones y fracturas de ambos reinos hace un milenio. Lo único cierto es que, hoy en día, la tendencia es seguir reduciendo el círculo. El éxito de los partidos localistas es la última evidencia de la preponderancia del provincialismo sobre el regionalismo, acrecentando la brecha y agudizando las trincheras entre los nueve territorios dentro de la propia Castilla y León. Lejos de buscar el todos a una, la tendencia se encarrila hacia uno contra todos.

Recientes encuestas señalan que el 60% de la población no se siente identificado como castellano y leonés.

«Desde el Siglo XIV lo que ahora llamamos Castilla y León, y muchos otros territorios, se llamaba Corona de Castilla. El hecho de que existiera una corona de Castilla que aglutinara a todos es lo que da el sentido de Estado. Todo se vinculaba a ese concepto de Castilla», explica el catedrático de Derecho Penal e Historia de la Universidad de Valladolid, Félix Javier Martínez Llorente, que significa que el sentimiento 'castellano' estaba intrínsecamente relacionado con la uniformidad administrativa que imperaba. Algo que no ocurría en la Corona de Aragón, que contaba, dentro de su estructura, con los reinos de Valencia, de Mallorca, de Aragón y de Cataluña. «Eso ha perdurado hasta nuestro tiempo y esa es la gran diferencia con ellos. Esto es lo que termina pesando a la hora de crear una conciencia colectiva». Tesis a la que se suma el Doctor en Filosofía e Historia, y catedrático de Historia del Pensamiento de la Universidad de Valladolid, Salvador Rus Rufino, que recuerda como «Castilla, en un principio, fue casi toda España. De Finesterre al Cabo de Gata. Por tanto, esa identidad castellano y leonesa está condicionada por la existencia de ese reino de Castilla y su hegemonía durante siglos».

Del otro lado de la colina se posiciona Francisco Carantoña Álvarez, catedrático de Historia de la Universidad de León, que remarca el hecho innegable de la existencia de un fulgor leonesista desde hace cientos de años. «Ya en la Guerra de la Independencia en León había un sentimiento de que era una región distinta. De hecho se creó la Junta de León, que después se llamó la Junta de León y de Castilla», explica Carantoña, que insiste en la idea de que en las actas de la época «ya se percibe que León era un reino tradicionalmente diferente de Castilla».

Provincialismo VS Regionalismo

Una de las bases sobre las que se asienta la falta de identidad autonómica radica en la fortaleza de los sentimientos provinciales y locales, donde los ciudadanos de Castilla y León parecen haber encontrado esas raíces culturales y sociales que les conectan emocionalmente. Punto en el que todos los expertos coinciden sin matices. Los más de 200 años que cargan sobre su espalda las provincias y sus fronteras suponen una herencia que las cuatro décadas de Autonomía siguen sin poder doblegar. «Las provincias han llegado a tener tal fuerza que ahora se habla más de ellas que de Comunidad. Uno se siente más abulense o zamorano, que castellano y leonés», verbaliza Félix Javier Martínez. La resaca histórica de la provincias emergidas durante el Trienio Liberal (1820-1823) dura hasta nuestros días. «En el siglo XIX se imponen las provincias y se va construyendo un nuevo nacionalismo. Eso diluye el sentimiento regional, tanto en León como en Castilla, y se afianza un sentimiento provincial», detalla Carantoña.

Este conjunto de ríos históricos vienen a confluir en la Transición Democrática y la actual organización autonómica del Estado tras el franquismo. Las innegables dificultades vividas para hilvanar las nueve provincias bajo el Castillo y el León tampoco sirvieron para apuntalar una Autonomía nacida con territorios con aspiraciones propias. «Desde el primer momento está la disidencia de León y Segovia, por lo que la Comunidad ya nace así», recuerda el antropólogo de la Universidad de Valladolid, José Luis Alonso Ponga.

«El discurso para aglutinar esta Comunidad ha sido el histórico, que es el único que no sirve, ya que con la historia en la mano esta Comunidad es lo que es», añade este, que lamenta que «no hay conciencia de que tenemos que gestionar lo nuestro». Precisamente este matiz que introduce Alonso Ponga, el de la ausencia de una conciencia común de las nueve provincias, cuenta con el respaldo del resto de expertos, que no ocultan el hecho de que Castilla y León sigue en la búsqueda de elementos que sepulten las trincheras provinciales en pos de una marcha conjunta bajo la misma bandera.

Hay consenso sobre la posibilidad de forjar un sentimiento autonómico,  para lo que instan a borrar las trincheras ideológicas.

«Hay unos elementos que unen y que son comunes, pero que quizás el problema es que no generan esa identidad, y es a partir de ahí de donde hay que generar un sentimiento», verbaliza Rus, que, a renglón seguido, pega un tirón de orejas a la clase política: «No se ve en los partidos un proyectos común de Castilla y León». Félix Javier Martínez ejemplifica la situación comparando a la Comunidad con Andalucía, otra vasta región con un número similar de provincias –ocho– pero una notable pasión colectiva bajo la bandera blanquiverde. «En Andalucía hay un sentimiento de unión común sobre un elemento como la cultura andaluza y su acento. Eso aquí no lo existe».

La disposición económica que atraviesan las nueve provincias tras la reconversión industrial, el declive agrario y el fin de la minería, unida a la sangría demográfica, tampoco suman por la unidad. Más bien al contrario. En época de carencias todos miran hacia dentro para salvar sus muebles. «Si la dinámica económica y demográfica cambiara, la situación sería diferente», evidencia Carantoña.

¿Hay punto de retorno?

Levantando la vista más allá del imperante cortoplacismo queda preguntarse si Castilla y León ha cruzado el rubicón identitario o si todavía puede reconducir la situación para llegar a buen puerto. La respuesta de los cuatro expertos se abraza a la posibilidad de forjar ese sentimiento autonómico. Aunque con muchos 'peros'. José Luís Alonso Ponga se muestra «convencido» de que sí se puede crear esa identidad, «con concesiones para un lado y otro obviamente». También se abona a esta tesis Salvador Rus Rufino, que matiza la forma de conseguirlo. «Yo no diría que hay que construir una identidad, sino empezar por una integración de elementos en el mismo proyecto, y a partir de ahí ya se puede empezar a hablar de identidad». Francisco Carantoña va un paso más allá y pone ejemplos sobre la mesa para «reconocer» la autonomía de las provincias dentro del proyecto común autonómico: «Hay que descentralizar las sedes de la Comunidad. Si colocas una consejería en cada provincia igual es poco operativo, pero podría ser algo positivo». Hoy, 23 de abril, Castilla y León vuelve a enfrentarse a los mismos fantasmas identitarios que asomaron en 1983, pero con la esperanza de que el tiempo los ahuyente en pro de un proyecto común que refuerce la Comunidad.

Los 'herederos' de Castilla y León: «No solo no se fomenta  el sentimiento,  sino que se evita»

Los jóvenes de Castilla y León no son ajenos a la realidad social autonómica. «Hay un sentimiento identitario difuso, es una Comunidad donde las provincias tienen mucho peso, y el sentimiento provincial está mucho más arraigado que el autonómico», explica Juanjo Álvarez, de Acción Castilla y León, que lamenta la escasa relevancia institucional que se le da a la celebración del 23 de abril. «Es una fecha con mucho fondo. Es la primera revolución moderna, si hubiera ocurrido en Cataluña o País Vasco sería una locura lo que montarían allí». Álvarez lleva un paso más allá la situación actual y sostiene que «desde las propias instituciones no se ha hecho nada para fomentar un sentimiento castellano y leonés, o incluso se ha intentado evitar». En cualquier caso, se muestra partidario de generar esa identidad autonómica «ya no por un sentimiento identitario, sino por un sentimiento de defensa de lo nuestro». «O luchamos todos juntos o aquí solo va a quedar ser el geriátrico de España», concluye Álvarez.