Adolfo Yáñez

Aquí y ahora

Adolfo Yáñez


Un horror que no cesa

18/04/2024

Ávila es una tierra que tiene la fortuna de vivir en paz. Con luces y sombras, pero en paz, sin las atrocidades que millones de personas en estos momentos sufren en numerosos lugares del planeta. Y es que la guerra, por desgracia, sigue siendo una brutal realidad, un horror que no cesa y que hoy causa estragos incluso en la "civilizada" Europa, en países cercanos a nosotros a los que podríamos desplazarnos en escasas horas de avión. Lo que nos toca padecer en Ávila es el diario desgarro que nos sirven desde esas naciones en conflicto los medios de comunicación, trasladándonos imágenes insufribles de seres humanos despedazados por la metralla, de madres con hijos muertos en sus brazos, de ciudades convertidas en inmensas escombreras…, imágenes que son la ineludible consecuencia de sufrimiento que la maldita guerra produce siempre.

Confieso a mis lectores que siento admiración por el pueblo judío, un pueblo al que las persecuciones y diásporas no han conseguido que pierda su propia personalidad a lo largo de la historia. Ha sobrevivido a holocaustos y odios para luego regalarnos genios de la física, la medicina, la economía, la química, etc. Es un pueblo que no llega a quince millones de personas en el mundo y, sin embargo, acapara el veinticinco por ciento de los premios Nobel que se han otorgado hasta hoy. Pues bien -me pregunto- ¿cómo el gobierno de este gran pueblo, al injustificable acto terrorista que cometió una enloquecida minoría de palestinos el 7 de octubre de 2023, no ha encontrado mejor respuesta que elevar al infinito su capacidad de sembrar dolor entre personas inocentes que no asesinaron a nadie, que tienen el mismo derecho a la vida que cualquier hijo de Israel? ¿Sólo era posible responder a terroristas y no terroristas de un modo tan feroz y desproporcionado, poniendo en riego incluso la paz internacional? El nudo gordiano que la ONU creó por decreto, asentando a los israelíes tras la Segunda Guerra Mundial en un territorio que ya estaba ocupado, ¿no hay otra forma de desatarlo que matando a docenas de miles de seres -casi la mitad de ellos menores de edad- generando millones de desplazamientos, destruyendo el ochenta por ciento de las escuelas en Gaza, reduciendo allí a cascotes los hospitales, desventrando el sesenta y dos por ciento de los edificios? Necesito, sí, necesito seguir admirando al pueblo judío y deseo que encuentre cuanto antes otras soluciones de justicia y humanidad a los atropellos que padece.

Y, si las imágenes que nos llegan hasta Ávila son de Ucrania, ¿qué decir? ¿El afán acariciado por un tirano de recomponer el viejo Imperio de la Gran Rusia le permite entrar a sangre y fuego en la existencia de gentes que ansían vivir, amar, trabajar, dormir sin temor a ser bombardeadas, cumplir ilusiones, gozar de esta paz maravillosa que en Ávila disfrutamos? ¿Es utópico pretender que llegue un venturoso día en el que el hombre no sea ya lobo del hombre y las televisiones cesen definitivamente de vomitar escenas que desgarran el alma, escenas de un horror inmenso que no acaba nunca y ante el que nos sentimos impotentes los ciudadanos normales, pero ante el que nos sentiríamos casi cómplices si en algún momento ese horror nos dejara apáticos e indiferentes?