Pablo Garcinuño García

Vísperas de nada

Pablo Garcinuño García


Un monstruo enorme, rojo y blando

12/03/2023

Te lo cuento desde ahora. Te lo cuento para que lo sepas y no te asustes cuando mires hacia atrás y la veas ahí parada, tan enorme ella. No la tocarás, porque estoy seguro de que no lo harás de puro miedo, pero es blanda y calentita. Y muy pegajosa. Se va deshaciendo a cada paso, como si se derrumbara poco a poco. Pero es un efecto óptico. En realidad nunca ha dejado de crecer.
Por eso es tan enorme. Tú sabes bien de su peso porque se te agarra al cogote a veces y entonces es difícil moverse por el mundo. Vas como arrastrándote. Y llamas a los amigos y les dices: Llegaremos más tarde, hacia las cinco. Tu culpa y tú, por eso hablas en plural. Pero todos sabemos que no llegarás nunca. Con esa carga a la espalda es del todo imposible, hombrecillo. Lo intentas, pero no llegas a ningún sitio serpenteando de esa manera tan patética. Las uñas rotas de agarrar adoquines, las rodillas doloridas, el vientre todo raspado. La ropa con pelotillas de tanto rozarla por el suelo.
Así te pasa, que vas de un lado a otro y eres un peligro público. ¿Te has dado cuenta? Se doblan las farolas a tu paso. Las macetas caen de las cornisas. Se apaga la luz en las equinas. No estás preparado para algo así; tampoco las calles estrechas. Lo más seguro es que Dios esté sorprendido de tu torpeza. Qué ibas a saber tú de que ser padre es amor y culpa. Sobre todo amor, pero sobre todo culpa. Y la tuya es enorme, roja y blanda. Parece que se derrite y no, no es así.
Crece porque es omnívora y se alimenta casi de cualquier cosa, igual que un marrano. Y te muerde de las orejas por pasar poco tiempo con M y con A. Tiene la costumbre de hozarte los pies cuando pones cualquier excusa para no jugar con ellas. Tú y tus cositas importantes. O te arranca una costilla la noche que pierdes los nervios y les gritas algo absurdo. La mayor entonces; mirándote con esos ojos nerviosos que revolotean sin saber dónde posarse. A mí me da como remordimiento de conciencia. ¿Qué bobadas dices? Eso es la culpa, imbécil.
La tuya no sabes cómo se llama. Podría ser Campanario. O Everest. A veces miras de rejo y ves que es roja y blanda; casi seguro que también caliente. Vete a saber si está caliente, fría o templada; pero si ni siquiera te atreves a tocarla. Mejor no la hurgues, que es mocita y pierde. Déjala crecer. Un poco al menos; bastante… cada vez más. Que sea tan grande como para crear su propio monstruo. Entonces será, la culpa por tener culpa, que es la más absurda de las creaciones humanas. Cuidado al cruzar las vías porque un tren puede ocultar a otro. Otro monstruo igual de rojo, igual de blando, igual de caliente.
Te quedas en silencio, imagino que de la impresión. La culpa sabe que a ti esto de la paternidad te viene grande. Intuye que a veces se te olvida querer y eso no está bien, no señor, nada bien. "Hay algo oscuro en gritar a un niño", te susurra a la espalda. Te das la vuelta y parece que se derrite poco a poco, pero en realidad está creciendo a pasos agigantados. Descubres que solo tiene un diente. Babea de gusto con las cosas que estás pensando ahora mismo. Te respira muy fuerte y muy cerca. Ves como caen sobre el papel gotitas de algo blando y rojo. Y se ríe a carcajadas de la paradoja de que ahora, a estas alturas de la columna, te sientas culpable de escribir esto.

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