¿Mejor solo que mal acompañado?

M.R.Y. (SPC)
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La ansiada mayoría absoluta lograda en 2022 no se ha convertido en el camino de rosas esperado por Costa en Portugal, sino que le está acarreando más problemas que cuando gobernaba con socios incómodos

¿Mejor solo que mal acompañado? - Foto: Reuters

Dijo de él Pedro Sánchez en la cumbre hispanolusa celebrada en Lanzarote a mediados de marzo que «envidiaba su mayoría absoluta», en clara referencia a los problemas que encuentra el presidente español en su Ejecutivo de coalición con Unidas Podemos. Sin embargo, el aludido, el primer ministro portugués, António Costa, no parece ser, precisamente, motivo para la envidia en este último año, en el que sí, ha gobernado por primera vez en solitario y con una mayoría holgada desde 2015, pero en el que se ha encontrado con muchos más problemas de los que vivió cuando dirigía el país con unos socios un tanto complicados. 

Poco podía esperar Costa ganar con tanto margen los comicios de enero de 2022, principalmente por dos factores: las encuestas no le eran favorables y los expertos apuntaban que el electorado progresista quería obligarle a repetir una coalición de izquierdas. Fallaron en ambos casos y el socialista tomó posesión el 30 de marzo de 2022 tras darle la vuelta a una legislatura inacabada en la que quedó demostrado que gobernar en minoría no era una opción. Todo apuntaba a que esta vez tendría mucha más tranquilidad tras liberarse del todo de alianzas -en el Gobierno o en el Parlamento-. Pero, un año después, la realidad es muy diferente: la situación económica y la guerra de Ucrania han lastrado este principio de legislatura. Y no solo eso, la inestabilidad en su Gobierno ha sido permanente, con más de una docena de dimisiones de cargos -13, muchas de ellas entre escándalos, malas gestiones y procesos judiciales-, lo que ha golpeado seriamente a un Gabinete asediado por la oposición: en este año ya le han presentado dos mociones de censura.

Casos y casitos

Dentro de esas renuncias, dos han sido especialmente dolorosas: la de la ministra de Sanidad, Marta Temido -quien dejó su cargo al considerar que ya no cumplía «las condiciones para el cargo» tras la polémica muerte de una turista embarazada- y la del titular de Infraestructuras, Pedro Nuno Santos -considerado el delfín de Costa en el Partido Socialista-, que dimitió tras la controversia creada por una indemnización con irregulares pagada por la aerolínea lusa TAP. Pero también fue dura la de la secretaria de Estado de Agricultura, Carla Alves, quien se marchó apenas un día después de asumir su puesto cuando la prensa destapó el embargo de cuentas bancarias conjuntas con su marido, un exalcalde acusado de corrupción y prevaricación.

«No podemos ni debemos normalizar situaciones anómalas, aunque sean casos y casitos», aseguró a principios de año en relación a ese escándalo. Sin embargo, esos casitos han abierto una crisis interna sin precedentes en las tres legislaturas de Costa. Una crisis que parece que se está eternizando, puesto que a la incertidumbre política se ha sumado también el descontento ciudadano, que se ha demostrado en una sucesión de huelgas en los últimos meses en varios sectores, como el sanitario, el de los transportes o el de la educación.

Un año de plazo

Todo esto ha hecho mella en el Gobierno: todos los sondeos coinciden en una caída aplastante de los socialistas y, si se celebrasen ahora elecciones, sería la derecha -en caso de que los conservadores y los extremistas apostaran por unir sus fuerzas en una alianza inédita- la que se haría con la mayoría absoluta. 

Sería una revalidación de aquella geringonça que protagonizaron en 2015 Costa -que fue segundo en las elecciones de ese año-, los comunistas y los ecologistas. Una unión que duró una legislatura, pero que no llegó a buen puerto por las diferencias entre sus integrantes. Hasta el punto de que en las elecciones de 2019, el socialista optó por gobernar en solitario con apoyos puntuales en el Parlamento, insuficientes a todas luces, lo que le obligó a no concluir aquel mandato. De ahí la importancia de su aplastante victoria en las elecciones anticipadas de 2022. «Una mayoría absoluta no es poder absoluto, no es gobernar solo», prometió Costa tras su triunfo. «Uno de los desafíos de esta legislatura es reconciliar a los portugueses con la idea de que la mayoría absoluta y que la estabilidad es buena para la democracia, y no una amenaza», agregó.

Sin embargo, lejos de acercar posturas o de potenciar esa estabilidad prometida, la situación es cada vez más cuesta arriba para el premier. Hasta el punto de que el presidente del país, Marcelo Rebelo de Sousa, ya ha cargado contra el mandatario: «Solo el Gobierno puede debilitar la estabilidad política» y sería «imperdonable desbaratar 2023». Fuentes de su entorno aseguran que dejará este año al primer ministro para que consiga estabilizar la situación o planteará un posible adelanto electoral que, sin duda, acabará costándole el puesto a un Costa que, según varios expertos, podría estar ya pensando en iniciar una carrera en la UE y dejar un Portugal que se le empieza a atragantar.