Ester Bueno

Las múltiples imágenes

Ester Bueno


I miss Amsterdam

06/01/2023

En los primeros de año es cuando más echo de menos Amsterdam, sus calles barridas por el viento, mojadas por las borrascas del norte, emborronadas por nieblas que parecen emerger de los canales. Cuando llueve en Amsterdam todo es pacífico, el mundo borbotea allí con un sonido de címbalos roncos, envejecidos por la pátina del tiempo y demasiado lavados para mantener el dorado de antes.
Volver a andar entre las aguas, con una sorpresa después de cada puente, paisajes semiurbanos que se quedan prendidos en la mente como si Vermeer estuviera evocando su siglo. 
Los edificios, vencidos en el suelo inseguro, enarenado, llegado de la playa, parecen hacer la reverencia a los que pasan a su lado. Blanco, verde y castaño en ventanas gigantes que muestran moradores sin pudor alguno. Observar la vida cotidiana  de los Amsterdamers sin quererlo, solo porque ellos mismos no encuentran un problema de que veas sus salones, los juegos con sus nietos, su lugar de trabajo… es la herencia de ancestros mucho más religiosos, inexplicable mezcla de exposición pública y de introspección clara en sus caracteres. 
Amsterdam es como un niño dormido, en su sueño profundo, no abre los ojos a las sirenas de las ambulancias ni a los ruidos de calles repletas de paraguas y de bares. Un joven inocente que guarda en su interior lo bueno y malo de la humanidad. Una mujer ajada por el clima con los ojos llorosos por el viento. Un anciano que mantiene la firmeza en sus piernas antiguas gracias a no dejar su bicicleta. Miles de acentos de países distantes que conviven, en apariencia en armonía, pero que guardan bajo sus abrigos cuitas e indiferencia,  rechazos  y deseos de no ser, de volver al lugar de sus antepasados.
En Amsterdam no somos extranjeros y en un par de minutos nos convertimos en parte del paisaje de este lugar tan sucio y descuidado como inolvidable. Nada parece cambiar, aunque pasen los años, es como retornar a los amigos de la infancia que con un simple "hola" ya saben que las cosas fueron bien, o no fueron, o se descabalaron para estar incompletas. 
Echo de menos deambular por el Dam, en solitaria búsqueda de lugares perfectos para escribir poemas: un café en el Jordaan con mesas de madera y camareras rubias que comen bocadillos detrás de la barra y que te sirven vino sin mostrar la botella. Un barecito insignificante al que se accede hacia abajo, en los sótanos de los viejos edificios, donde el café se siente desde las escaleras y alguien que apenas me comprende me responde con una sonrisa; un gran escaparate con luces navideñas, que permanecen con su parpadeo durante todo el año y donde chequear las vestimentas de los transeúntes es algo inspirador; una terraza al sol ya moribundo en el mediodía con cojines impermeabilizados y un ramito de rosas para acompañarte.
Amsterdam nunca defrauda, te atrapa como atraparon a Ulises los cantos de sirena camino a Ítaca. La belleza expande los pulmones y te hace más feliz de forma imperceptible, lo imperfecto te pone sobre el mundo y te permite valorar lo extraordinario de la respiración, de lo sencillo. Una mezcla para ser tú mismo, y muy consciente. Amsterdam es amor y desespero, es luz y bruma impenetrable.
Cada mañana del invierno cruje la madera de los suelos de casas encantadas. Fantasmas de mujeres con tocas impolutamente almidonadas se pasean por los alféizares y gritos de estibadores viejos y borrachos, muertos desde hace siglos se sienten como soplos de alcohol en los oídos. Podría imaginar cualquier historia, cualquier crimen doliente, cualquier ardoroso amor adolescente, cualquier aventura en el "achterhouse" de sitios aún en pie, donde los judíos se escondieron de sus depredadores, donde Ana Frank veía las estrellas sin entender lo que le decían.
Es ahora en enero cuando más echo de menos Amsterdam y no en verano. Necesito sentir el viento encadenado en mis mejillas por las Negen Straatjes, por esas pequeñitas  nueve calles que me hacen tener 22 años: la Ree, la Harten, Beren, Wolven, Oude Spiegel, Run ,Huidenstraat, Wijde Heisteeg, Gasthuismolensteeg, y comprar cuatro cosas insignificantes en comercios sin marca.
Necesito soñar en Amsterdam, dormir entre sus cielos, para ser más consciente de que todo sigue como siempre, que sigo siendo yo.