Francisco I. Pérez de Pablo

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Francisco I. Pérez de Pablo


Última columna del año

27/12/2022

Ésta es mi última columna del año en espera de lo que nos depare un nuevo año en el que como siempre habrá de todo y habrá que descubrirlo. El año que vamos a despedir deja a la ciudad de Ávila igual de plana de como venía estando. Nada destacable se puede subrayar a pesar del resumen de fotos e instantáneas que en los próximos días cada formación política hará repasando lo que fue un año cuyos guarismos –par y capicúa– inspiraban más confianza. Para cada uno de nosotros, sin embargo, este año, como el que llega, si ha tenido y tendrá suficientes avatares personales donde ni las alegrías ni las penas son continuas.
La última columna del año es la excusa perfecta para no hablar del año que termina (entre otras razones porque la memoria colectiva suele ser precaria), sino del año que va a comenzar, aunque solo sea por esa necesidad de pasar página. Queda ya lejos aquel inicio de este año, que, si ya no lo recuerdan, venía en clave electoral regional por el adelanto en esta Autonomía con el resultado ya conocido y que mantuvo un continuismo que se trasladó a la inmovilista sociedad abulense. Un balance que se presagiaba exitoso para algunos y que no lo fue tanto y donde hubo viajes precipitados de ida y vuelta para algún aspirante.  
Este final de año se vuelve a repetir el escenario ya que por delante hay nuevas urnas –dos ocasiones– que esperarán que los abulenses nos pronunciemos sobre nuestros dirigentes, lo que hicieron y lo que dejaron de hacer. Los contendientes electorales –al menos los conocidos– no tardarán mucho más allá de la última uva para recordar a los paisanos por WhatsApp o por redes sociales que es año electoral y ellos concurren a la cita. Esto significará nuevas promesas y un sinfín de idílicos mensajes de cambio y modernidad que como casi siempre quedarán en poco o nada. Lo único cierto es que en primavera Ávila tendrá nuevo alcalde/sa y llegando al verano un nuevo obispo. Más allá de esto solo se puede confiar en que la muralla –piedra– siga en pie, pues el resto discurre por terrenos arcillosos, incluida la transformación de Nissan.   
Cuando un año termina la ilusión con que se comenzó se suele tornar en una realidad muy alejada de la imaginación con que se inició. La ilusión –más en la infancia que en la etapa adulta– se dice que puede mover montañas y quizás esto es lo que se echa en falta en quienes dirigen los destinos de esta capital o en quienes son aspirantes a dirigirla. Cuando en la Nochevieja comiencen a sonar las campanadas que anuncian el nuevo año, la ciudad de Ávila tendrá la esperanza de que suceda algo que anhela desde hace largo tiempo para salir de su propia inercia. Cada vez que llega el cambio del año, Ávila renueva sus ilusiones para caer pronto en la cuenta que es más cosa de un ilusionismo provocado –origen de la desgana y la decepción– con que se gestionan los intereses abulenses que de un verdadero afán de alcanzar sus justas aspiraciones.
La ilusión –imaginación– es un sentimiento interno que nos hace disfrutar antes de que nuestro deseo –corazón– se haya cumplido. No es fácil, pero se puede, ilusionar a un colectivo tan amplio y desencantado como toda la ciudad de Ávila a la que le viene faltando la «chispa de la vida». La última columna del año es ese cruce de caminos donde la vista hacia atrás es corta, mientras toda la mirada se extiende hacia el infinito con la perspectiva de encontrar lo que cada uno va buscando y la ciudad en su conjunto. Desde esta columna ansío que sea excelente.