"Lo peor fue pensar que lo podía contagiar"

ICAL
-

Este joven empresario abulense, que colaboró en un proyecto que fabricó más de 12.00 máscaras de protección desde Arévalo, ha superado el COVID-19 y agradece el apoyo de su familia y el trato que ha recibido de la clínica Santa Teresa

"Lo peor fue pensar que lo podía contagiar"

A los 20 años montó su primer negocio y convirtió un viejo taller mecánico de El Oso (Ávila) en un establecimiento de neumáticos especializado en tractores y camiones. Poco más de diez años después, Abel Sanz se ha convertido en un emprendedor de éxito y en sus dos modernos talleres de Ávila y Arévalo, así como en su tienda de recambios de Madrid y en el taller de El Oso que aún mantiene abierto, trabajan ya más de una veintena de personas.

En su pueblo, Pajares de Adaja, pero también en el de sus otros abuelos, Pedro Rodríguez, conoció y aprendió la dureza de los trabajos del campo, pero también el placer de las mañanas de caza entre pinares y arroyos junto a sus galgos, o de los paseos a caballo. Enamorado de la vida rural, de los encierros a caballo de Arévalo, Cuéllar, Tordesillas, Nava de la Asunción, Medina del Campo... y del Real Madrid, Abel, a sus 32 años, acaba de enfrentarse con éxito a una de las batallas más duras de su vida.

¿Sabe o supone cómo se contagió?

No lo sé. Mis tres talleres, tanto el de Ávila como los de Arévalo y El Oso han estado abiertos en todo momento como servicios esenciales y la verdad es desde el primer día me estuve moviendo de un lado para otro para comprobar que las cosas se estaban haciendo bien y que todos los trabajadores cumplían con las medidas de protección. Ninguno de mis 20 empleados ha tenido el virus, aunque algunos, por precaución y por contactos familiares, estuvieron aislados durante quince días.

¿Qué es lo primero que se le vino a la cabeza cuando supo que estaba enfermo?

Al principio no le di mucha importancia, pero cada día que pasaba me encontraba peor y llegó un momento en el que no respiraba bien. Era una sensación muy agobiante, como si me asfixiara. Llevaba un par de días manteniendo contacto telefónico con los médicos, pero en vista que solo me recomendaban paracetamol y mi estado empeoraba, decidí llamar a mi seguro privado. Recuerdo que era un miércoles y durante el trayecto en la ambulancia desde mi casa a la clínica Santa Teresa pensé en lo peor. Allí decidieron ponerme un tratamiento a base de antibióticos y afortunadamente respondí bien y comencé a mejorar. De todas formas, luego vinieron días muy duros, en los que apenas podía hablar y estaba como si me hubieran dado una paliza en todo el cuerpo. Muy lentamente me fui recuperando y ahora, más de tres semanas después, todavía me encuentro cansado y me cuesta estar hablando durante mucho tiempo.

Aunque fue duro, lo peor de todo fue los días que pasé comiéndome la cabeza y pensando que yo podía haber contagiado a las personas que más quiero, entre ellas mi pequeña Alba, a mi mujer, Arantxa, y a mis padres.

¿De una enfermedad así sale una persona nueva?

Yo creo que sí. En estos días de aislamiento y de soledad te da tiempo a pensar en muchas cosas y darte cuenta de lo que realmente es importante. Nadie se podía imaginar que una epidemia de este tipo nos iba a poner en jaque a todos. Ahora, y en función de lo que nos digan las autoridades sanitarias, también es el momento de arrimar el hombre y de lograr entre todos que la economía se ponga en marcha lo antes posible, ya que en caso contrario los efectos van a ser devastadores.

Además, estos días disfruté de lo mejor de la gente, de su cara solidaria, y tuve la suerte de colaborar en un proyecto junto a más empresas de Arévalo con el que se fabricaron más de 12.000 máscaras de protección para el personal sanitario.

¿Cuál es el detalle más bonito o más digno de recordar de todo el proceso?

El apoyo y la ayuda de toda mi familiar desde el primer minuto y también quiero agradecer el trabajo y la dedicación de los médicos de la clínica Santa Teresa. Especialmente tengo que agradecer la dedicación, día y noche, de mi mujer.