Desafío casi imposible

M. R. Y. (SPC)
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Tsipras afronta una prueba de fuego en unas elecciones que se adelantaron por su fiasco en las europeas y que auguran su despedida

Desafío casi imposible - Foto: ALEXANDROS VLACHOS

Enero de 2015. Grecia, sumida en una crisis económica sin precedentes, votaba a su nuevo Gobierno. Asediada por la troika -compuesta por el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y el Eurogrupo-, parecía que solo había una manera de plantar cara a las imposiciones que amenazaban desde el exterior: elegir a un partido que no claudicara ante la presión exterior. Y, por ello, Syriza se aupó como primera fuerza más votada, prácticamente con mayoría absoluta, en lo que fue un vuelco a la política tradicional helena.

Encabezando ese partido, Alexis Tsipras, que se convirtió en primer ministro. Y, junto a él, su hombre fuerte, Yanis Varoufakis, titular de Finanzas. Una revolución en el país que apenas fue un espejismo. Menos de medio año después, en junio, el Gobierno convocaba un referéndum para que la población aceptara o rechazara las medidas financieras emitidas por la troika. Un 60 por ciento de los griegos dijeron no... Pero de poco valió. Un mes más tarde, el Ejecutivo claudicó y Varoufakis dimitió. Y en septiembre se convocaron nuevas elecciones a modo de plebiscito de la gestión de los ultraizquierdistas, que aprobaron con nota y mantuvieron su poder.

Casi cuatro años más tarde, Tsipras busca una nueva reválida. Aunque, en esta ocasión, la empresa se antoja mucho más complicada.

El fracaso vivido en las europeas de mayo parece ser la antesala del fiasco con el que se encontrará Syriza en estos comicios, inicialmente previstos para octubre y que se adelantaron, precisamente, por el mal resultado del bloque gubernamental en las comunitarias.

 

Cuatro años dan para mucho. La revolución antisistema encabezada hace cuatro años por Tsipras y Varoufakis se ha desinflado a la misma velocidad que la conservadora Nueva Democracia recuperaba a los desencantados años atrás -muchos de ellos viraron hacia la ultraderecha de Amanecer Dorado, que ahora también ha hundido entre los votantes-. Así se demostró en las europeas -Syriza obtuvo un 23,9 por ciento de los votos y Nueva Democracia se hizo con un 33,3 por ciento-, pero también en las posteriores regionales, en las que la derecha moderada no solo ganó, despuntó: 12 de las 13 demarcaciones en juego cayeron de su lado.

Se trata de un desastre para un partido que ha logrado sacar a Grecia del rescate y que en estas citas con las urnas se medía a la aprobación de sus primeros planes antiausteridad, como la bajada del IVA o la subida de las pensiones. Sin embargo, la situación ha cambiado, y mucho, y los griegos ya no se fían en un primer ministro que prácticamente les engañó desde el principio de su mandato. Aquella especie de mesías en el que depositaron su confianza para plantar cara a la UE terminó por someterse a las pautas del bloque y, aunque eso supuso el fin a ocho años de crisis y emergencia financieras, el coste ha sido muy alto.

Para empezar, Syriza se ha desvirtualizado. Ya no es aquel partido populista que se erigía como la gran alternativa a los dos grandes bloques tradicionales -Nueva Democracia y el socialista Pasok-. Aquella formación a la izquierda de la izquierda se ha moderado al entrar en el juego de poder. 

La clase media se ha cansado de las fuertes subidas de impuestos de esta legislatura y apenas han prestado atención a la ligera recuperación económica vivida tras el fin del rescate, el pasado agosto. La promesa de recortes fiscales del centroderecha es más creíble que cualquiera que haga un Tsipras que rompió las ilusiones de aquel 60 por ciento de griegos que le pidieron no claudicar y que ahora ha perdido la fe.

La gestión de la crisis migratoria también ha hecho mella. Miles de refugiados continúan en campos helenos y para muchos, el Gobierno de Atenas no ha sabido plantar cara a las instituciones europeas que garantizaron -sin éxito- un reparto de los sin papeles.

La disputa sobre el nombre de Macedonia, que pasó a llamarse Macedonia del Norte en enero, parece haber sido la gota que ha colmado el vaso de la decepción con Tsipras. Hubo protestas y ruptura de coalición en el Gobierno.

Ahora, el primer ministro debe convencer a los griegos de que sigue siendo el mismo que en 2015. A pesar de que todo apunta a que no lo es.