Chema Sánchez

En corto y por derecho

Chema Sánchez


El corazón de la sierra

09/10/2021

Regresamos a estas páginas tras un verano muy a la sazón con los tiempos que corren -sólo nos ha faltado una invasión alienígena-. En lo que a un servidor atañe, tuve la oportunidad de contar aquí lo que representó el incendio de la Sierra de la Paramera, también denominado de Navalacruz, por mi vinculación con Riofrío. Reconozco que nunca he pasado un invierno entero allí, lo cual puede restar valor a lo que escriba a partir de ahora. Aunque, según está el patio, con un mundo post-pandémico cada vez más plagado de egoísmos y lo quiero para ayer, no hay que descartar nada y cualquier día, como ese programa de la televisión autonómica, me vuelvo al pueblo. El medio rural se está quedando desnutrido de agricultores y ganaderos, pero nosotros, a lo nuestro. Vendrán curvas.
Tras el colosal incendio, tuve la ocasión de pasear con mis hermanos por una sierra que, todo sea dicho, cada vez me hace sentir un poco más extraño. Conforme transcurre la vida, van faltando personas, cambian las generaciones; los años pasan y, cómo cantamos en los 90, nada dura para siempre y los corazones cambian. Bueno, esto lo cantaba Axl Rose, no yo.
Visto con perspectiva, aquel destrozo dejó tiznada media provincia abulense tras el fuego que arrasó 22.000 hectáreas. Todas las circunstancias negativas que podían darse, tuvieron lugar en aquel fin de semana dramático en el que los pueblos demostraron lo que son: personas unidas. Aún más en la adversidad. 
Han pasado casi dos meses y la naturaleza sigue su curso. El otoño sacará la paleta de colores en lugares que, ciertamente, tenían una maleza notable. Es lo único positivo de un fuego que nos heló el corazón. Hay más cosas a recuperar que las arboledas, por cierto. Pero, más allá de lo que está a la vista, porque la tierra es mucho más sabia que los que la pateamos, en este tiempo ha aflorado el corazón de la sierra. Y se ha puesto en valor una vecindad que, con tanta prisa y tecnología, en cierto modo habíamos guardado en un cajón. 
Las autoridades reaccionaron ante esta auténtica desgracia. Los medios se acordaron por una vez de nuestros pueblos casi de cuento, con apenas habitantes, que en verano rezuman vida con los emigrantes que vuelven a su tierra. Pero que en invierno casi están olvidados.
Dos meses después los municipios siguen abasteciéndose, esperemos que no por demasiado tiempo, con agua embotellada. Hubo destrozos en tapiados, por las máquinas de la UME que buscaban frenar el avance del fuego, que algunos vecinos ya se han apresurado a arreglar, porque hay asuntos de relativa urgencia que no tienen miramientos ni burocracias. Las primeras riadas ya dejaron un panorama negro, más allá del color con que bajaba el agua cimero. Los caminos siguen embarrados, aunque confiemos en que se vayan adecentando. Pero el gran peligro sigue siendo el mismo que el primer día: que las administraciones consideren que allí sólo hay unos poquitos votos, que no hay que preocuparse. No pocos estaremos vigilantes. Y a lo largo de los años ya hemos demostrado que damos guerra.
En municipios como Riofrío, que es del que mejor puedo hablar, el COVID-19 abrió una ventana a ese paraíso particular que es mi pueblo. Me dicen que sigue yendo gente a las casas rurales, aunque siempre puede haber más ocupación. Aunque eso hace pensar que hay quien se pone en el lugar del otro. Reconforta.
Nada ni nadie podrá con nuestro medio rural. Aunque la naturaleza nos lleva avisando un rato.
En este tiempo hemos tenido aliados singulares. Como el genial Marazu, ese chaval que fue a Riofrío a ver actuar a su padre en el RíoRock, el mismo que tres días antes había llenado el Lienzo Norte con los primeros nombres de la canción actual para ayudar a los municipios afectados. Olé. O Miguel Encinar, que es mucho más que un concejal en el Ayuntamiento de Ávila: un tipo sagaz, implicado y generoso; vecinos así son los que hacen falta. Como antaño, cuando todos cargaban las pacas, o ayudaban en la matanza del cerdo. Como cuando se recogía la cosecha de uno y a los dos días la del dueño de la huerta de al lado. El trabajo en equipo funciona en los pueblos como en pocos sitios. Algunos de esos coach que escriben libros molones deberían darse un garbeo por los nuestros. Ya me entienden.