Los ojos de la tragedia

Carmen Naranjo (EFE)
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El celador Pedro Sáez cuenta en un diario cómo vivió la pandemia y, en tono muy crítico, señala que de la primera ola los españoles no hemos aprendido absolutamente nada

Este montañero madrileño decidió unirse como voluntario a los sanitarios en pleno pico de la crisis sanitaria. - Foto: Esther Tomás

¿Qué pinta un montañero poeta metido a celador en un hospital donde habita el coronavirus? La respuesta está en el diario que Pedro Sáez escribió en los tres meses que trabajó desde «el centro de Covidland», publicado en un libro ahora cuando, considera, estamos peor que entonces: «No hemos aprendido nada».

Diario de un celador insomne. Miradas desde el interior de la pandemia es el título de este libro de la editorial La Vorágine, que fue publicando en su web por entregas los textos que el sanitario escribía durante los tres meses que estuvo trabajando en un hospital madrileño que no quiere identificar.

Un libro que ha sido prologado por Rafael Reig, Ricardo Gómez y Virginia Rodríguez, mientras que el epílogo es de Belén Gopegui, y en el que día a día, señala La Vorágine, el «celador insomne» relataba el ambiente dentro del hospital donde él, un aprendiz de celador, se pone del lado de la sanidad pública, junto con enfermeras, fisios, auxiliares, celadores, limpiadoras o cocineras que lo están dando todo.

Sáez recuerda con cierta emoción cómo eligió ser voluntario para trabajar como celador: «Presenté mi solicitud en el hospital el 26 de marzo, en el pico de la crisis. Antes no se me había pasado por la cabeza, a pesar de tener amigos y familiares sanitarios».

Ytodo esto lo decidió después de quedar «absolutamente conmocionado» al leer que eran precisamente las personas que habían nacido «en tiempos de catástrofe», la guerra y la posguerra, las que estaban muriendo en soledad. Y porque esos familiares y amigos sanitarios ya estaban empezando a enfermar. «Era para mí un deber moral sustituirlos», consideró.

Covidland

Escribir un diario sobre sus vivencias desde finales de marzo a finales de junio en ese territorio que llama Covidland tampoco fue algo premeditado, prosigue el autor, sino que surgió por «pura necesidad de expresión» porque la escritura «es testimonio de la memoria» para no dejar que actúe el olvido.

Mientras que la pandemia ha sido un acontecimiento real e inmenso, nadie, salvo los directamente afectados, ha podido verlo. Las noticias hablan de síntomas y cifras, de decretos y recuentos, pero «la población sabe poco de lo que ocurre en los epicentros del dolor», algo que se cuenta en el diario.

Y el que la sociedad no lo haya visto puede tener que ver con lo que está ocurriendo en la actualidad, reconoce el autor, que cree que se «ha olvidado muy rápido» y sería necesario un tratamiento de choque «no para sufrir más, sino para tomar conciencia»: «Nos han tratado como una sociedad infantil y eso está siendo catastrófico».

«Nos han negado la posibilidad de ver a nuestros abuelos muertos y me parece nefasto por parte de las autoridades y los medios, que creo que no han luchado lo suficiente para mostrar la realidad en toda su crudeza», sostiene Pedro Sáez, que cree que en Italia no fueron tan «paternalistas» y mostraron imágenes impactantes como la fila de camiones militares de Bérgamo transportando ataúdes.

Asimismo, cree el montañero poeta que los políticos «lo están haciendo rematadamente mal» desde que se inició el desconfinamiento y que «habrá que pedir responsabilidades».

Estamos ante un diario lleno de referencias literarias, ternura y humor, en el que este celador que siempre corre por los pasillos del hospital con sus zapatos blancos aprende a ponerse los EPI, a tratar a los pacientes, a limpiarlos y a alentarlos y, a veces, a llevarlos al depósito de cadáveres.

 El compañerismo es una de las mejores cosas que recuerda y, sobre todo, la risa, «una válvula de escape muy necesaria en situaciones difíciles» durante lo que ha sido, asegura, la experiencia más intensa de su vida.

Un índice explicativo de personajes pone fin al libro, nombres ficticios pero no así las personas a las que se refiere y con las que trató esos tres meses, aclara Sáez, que también incluye personalidades aludidas en el texto como escritores, cineastas o políticos. Entre ellos Boris Johnson, el primer ministro británico del que el celador se confiesa «en las antípodas», aunque suscriba íntegramente una frase suya: «El sistema de salud pública es el corazón del pueblo y está impulsado por el amor».