«Volví a torear con 80 años porque quiero mucho al toro»

D. Juárez / J.A. Cartón
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La histórica figura villalpandina ha sido recientemente galardonada con el Premio Tauromaquia de Castilla y León 2020

«Volví a torear con 80 años porque quiero mucho al toro»

Atravesamos Castilla la Vieja observando el brillo que en el cereal estepario de La Moraña ha dejado el rocío, destino Villalpando (Zamora). Allí, en el corazón de este pueblo de toros, toreros y grandes aficionados, nos esperaba una histórica figura del toreo: Andrés Vázquez. Que quiso abrir al Diario de Ávila las puertas de su casa para, a continuación, hacer lo propio con las de su corazón. Interrumpimos el café con galletas de media mañana. Jaime, su hombre de confianza, nos invita a pasar al salón en lo que termina el tentempié. Frente a la tele, la mesa camilla en la que descansa el último semanario de Aplausos y el 4º tomo de El Cossío; las paredes, el relicario de su vida.

 Esa que nunca entendió sin ponerle todo su alma. Poder dar sentido a su existencia con tan solo dos segundos en los que fuera capaz de aguantar la mirada al miedo. Andrés fue un niño de la guerra que aprendió a leer y escribir en el coche de cuadrillas. Con 14 años se fue a Toro en bici a matar el sobrero de una novillada que toreaba Manolo Lozano. Torero de Madrid y maestro de los galgos. 17 son las cornadas que porta el mapa de su cuerpo; Belmonte, su fenómeno fan. A sus 88 años murmura verdades como losas de cobalto vidriado que se apilan en la estantería inmaculada de los años. El cárdeno de su fuerte pelo y el cuadro con Victorino detrás de su sillón hacen un guiño al cielo; el oro de ley de su legado; la sonrisa tierna de su bonhomía infinita. 

El almacén de la memoria lo tiene colapsado de recuerdos, mezclarlos sin querer, que le hacen emocionarse. Hilvana anécdotas mejor que un sastre, siéndole éstas imprescindibles para sentirse vivo. El pasado día 11, la Junta hacía pública la concesión al maestro zamorano del Premio Tauromaquia de Castilla y León «por su impecable carrera profesional». Antes de atravesar el umbral de la puerta, nos topamos de frente con un azulejo que custodia y preside la fachada: « Andrés Vázquez, Maestro de Maestros».

¿Cómo se encuentra con la que nos ha caído encima?

Bueno, pues ahora parece que muy bien, después de que me operaran de cataratas del ojo izquierdo. Todo esto viene de cuando me tiró al suelo el toro de Samuel (Flores) la primera vez que fui a Sevilla como matador. El toro me sorprendió, no le metí la espada bien y cuando me quise dar cuenta ya estaba tragando arena.

El confinamiento del pasado año fue muy duro. ¿Cómo lo vivió?

Muy metido por casa, en la otra de Madrid. Me ha acompañado Antonia, una amiga mía de Jerez que la pilló el confinamiento aquí. Después ella se fue y ahora viene una chica todos los días a ayudarme. En general, me he sentido muy acompañado. Porque yo he sido muy atento en los pueblos con los chavales, he ido mucho a practicar con ellos, a entrenar con ellos, parriba y pabajo...

Ha podido con los toros, tiene el reconocimiento de la afición y ahora, su Castilla, le honra con el premio regional de tauromaquia. ¿Qué más le queda por ganar?

Mira, recuerdo cuando metí la cabeza en Pamplona, en Bilbao y en todos esos sitios grandes donde me hice el estudio interno que debe hacerse un torero con sí mismo cuando consigue tal cosa. Ponerle seriedad a todo aquello. Cuando entré de lleno en Madrid para mí fue lo más grande que me ha pasado. Porque hice el paseíllo con Antonio Ordóñez y Antonio Bienvenida, que en paz descansen, y con muchas otras grandes figuras que significaron mucho para mí. Luego, espérate... [Se levanta del sillón y marcha a por un cuadro de una reseña de una corrida en la Feria de San Sebastián en la que toreó y dio muerte a un toro de Pablo Romero de 712 kg] esta corrida fue fabulosa para mí, junto con Ordóñez y Paco Camino. Lo que más me dolió fue que aparte de estas cosas [señalando a la reseña], no se comentó nada y eso es una cabronada. Pero saber que he salido por las puertas grandes de los sitios grandes es lo que me da fuerza y me deja recompensado.

La competencia directa de aquellos años con las figuras que no deja de mencionar, cobraba más importancia que ahora, tanto en el plano del toreo, como en el marco social de la época.

Desde luego que sí. A mí me ha gustado competir siempre con todas las figuras y los toreros más modestos que iban conmigo. Las figuras de ahora son calcamonías. Es cierto que el torero por la calle antes iba más arropado por la gente. Me hice íntimo de Orson Welles y otra gente con la que me sentía bien.

 Sin duda alguna, usted ha sido un torero espejo; del que fijarse y que se fijó en... 

Sí, sí, yo siempre lo digo. Cogí muchas cosas de Juan Belmonte, que era el rey del toreo, y fui a verlo a su tierra. Llego allí y me encuentro a 30 chavales esperando para tentar todo lo que iban a seleccionar. ‘¿Usted quién es?’ Yo soy Andrés Vázquez. ‘Venga, muy bien’. Empezaron a salir las vacas y yo no veía que ninguno de aquellos chavales me pudiera echar mano en oficio, con lo que tenía yo ya detrás con las capeas. Porque yo tenía mucha categoría en los pueblos donde echaban los animales grandes. Verdaderamente, ese era el toreo que me gustaba. Aquellas vacas que metían te hacían sentirte torero. También me fijé mucho en Domingo Ortega y Rafael Ortega -que era el que mejor mataba los toros-. Los Dominguines lo trajeron de Jerez para que enseñara a Luis Miguel a matar los toros. Y Antonio Bienvenida. De Bienvenida me maravillaba todo lo que hacía. Era muy difícil que se le fuera un toro a ese hombre. Bueno, toda la familia Bienvenida ha sido muy completa. Había que pintar ahí...

Las capeas fueron el origen del todo, o, mejor dicho, todo lo que ha conseguido es la consecuencia de aquello...

Totalmente. Yo iba toreando novilladitas de vez en cuando. Pero me acuerdo que echaban unos torazos enormes en Cerecinos de Campos y allí que me llamaban para ir a cuerpo limpio. Entonces, a los 14 años, me subía al coche de línea para ir a las capeas de los pueblos de por aquí, hasta que llegó un día en que me dijo el chofer que no me llevaba más. ¿Pero dónde voy yo ahora? ¡Ahora yo me voy a Madrid! Un tío mío que en paz descanse me dio un billete de esos grandecitos y un durito para pagar... Lo que tenía que pagar. Llegué a Valladolid y en Valladolid salté al tren. Me metí entre dos asientos y una persona se dio cuenta. ‘Pero niño, ¿qué haces ahí?’ Pues mire que soy torero y me tienen que ayudar, voy a Madrid. Eran dos mujeres medio flamencas. A lo que viene el revisor y le dicen: ‘¿cuánto vale el billete del niño?’ Tanto. ‘Tome y váyase de aquí’. Al cabo de un rato suena... [golpea tres veces con los nudillos sobre la mesa]: ‘Niño, sal de ahí, que ya hemos llegado. Anda, si te dicen algo diré que eres mi hijo’.

¿Qué ha significado para usted ser torero de Madrid?

Creo que llegar a ser torero de Madrid es lo más grande. Además de por la responsabilidad personal, ver que estás haciendo el paseíllo en esa plaza con otros dos figurones del toreo, no está pagado. Madrid me ha querido mucho, pero yo la he querido más.

Hablarle a usted de escuelas taurinas le sonará a chino mandarín…

Nada, nada. Nosotros nos curtíamos con las 6 o 7 vacas que echaban en Villalpando todos los años y en las demás capeas a las que íbamos con toda la ilusión del mundo, aunque con respeto porque aquellos animales… Ojo. También he visto a compañeros perder la vida en esos festejos. Mi padre fue el que me enseñó de toros. Entonces yo cogía el hilo y solo hablaba de toros. Yo no fui al colegio. Una vez que aprendí a leer, mi padre me empapaba de libros, libros y más libros de toros. Y cuando aún no sabía, siempre quería hablar de toros. Recuerdo que me dijo un día: ‘¡Móntate en la bicicleta y te vas a aprender a torear a Toro!’. Y en Toro me llegué a poner delante de cuatro toros, bien puestos [emulando los pitones con los brazos]. Yo me había hecho un atillo en la bicicleta con el capote, la muleta y la espada. A medio camino me dice mi padre: ‘¿Qué tal vas?’ Bueno, padre, pues querría beber algo. ‘Nada, aquí ni beber ni comer. Cuando llegues a la plaza ya veremos. Bueno pues llegué allí y me encuentro a Manolo y José Luis Lozano, que toreaban una novillada. Sale mi toro y me pega una paliza que no te puedes imaginar, pero yo como estaba con muy buen oficio, los toreé. Recuerdo que estaba así con él [se levanta, coge una servilleta y la pone en paralelo con el suelo, sujetada con ambas manos, radiografiando aquellos estatuarios] y no me podía mover. ‘¡Que saquen a ese muchacho de ahí!’. Digo, ¡que no salga nadie! Y uno, dos, tres… [enumerando los muletazos] De repente me saltan desde el tendido: ‘¿por qué no te mueves?’ Y dice mi padre: ‘es que ha traído la bicicleta y viene cansado’. Ahora, con el capote ya me había quedado a gusto... Decían los Lozano: ‘pero hombre, cómo puede ser posible que este chaval haga lo que hace con lo chico que es’.

Andrés Hernando, paisano nuestro y gran torero, nos manda recuerdos para usted, del que siempre ha hablado muy bien.

Con Andrés siempre me he llevado muy bien. La primera vez que coincidí con él fue por una sustitución que cogió de Antoñete porque El Cordobés decidió quitarle del cartel. Así que llegué con Andrés y le dije: ¿necesita usted un torero? Aquí lo tiene, póngale usted, que este no molesta. Y acabó cortando tres orejas. A lo que me dijo El Cordobés: ¿No decías que este no molestaba?.

Siendo figura del toreo terminaba las temporadas en festivales de algunos pueblos de la provincia de Ávila, como El Barraco o Burgohondo, entre otros. ¿Cree que se ha perdido esa modestia en las figuras de ahora de llevar el toreo a los pueblos en festejos menores?

Desde luego que sí. En Burgohondo llegué tarde una vez y me tuvieron que vestir deprisa y corriendo en el comedor del hostal. Ahora las figuras no andan con historias de esas, lo llevan todo planificado y en esas cosas no piensan. Antes íbamos a Madrid a torear festivales. Y ahora, ¿cuánto hace que no hay un festival en Madrid? ¿Qué pasa? ¿Tienen miedo?

Pero la casta ahora ya no es innegociable...

Pero si los toros de antes te querían comer. Te tenías que tirar de cabeza a un carro. Aquello no estaba tan seleccionado como ahora, que hay algunos que se pasan los toros hasta por el culo sin que haya nada de emoción. Porque cuando el toro es bravo, es otra cosa. Pero lo de ahora, ay lo de ahora...

El toro tiene sus deberes, que es ser bravo, crecerse en el castigo y acometer, pero también tiene sus derechos y uno de ellos es matar.

Hombre claro. El toro tiene sus deberes y sus derechos y por supuesto que matar es uno de ellos. Si no existe el miedo y la emoción que te ate al asiento, no vale para nada.

¿Cuántas cicatrices lleva intrínsecas el mapa corporal de Andrés Vázquez?

 17 [comienza a enseñarlas]. Esta una [remangándose la pata izquierda del pantalón], esta otra hasta el hombro (izquierdo), aquí otra [se señala la parte baja de la axila derecha] y bueno, muchas más... Ahora os llevo a un bar donde hay una fotografía de uno que me cogió por el cuello. Si queréis ahora nos tomamos un café allí.

Si hay una ganadería más que importante en su carrera para usted, y más en Madrid, esa es la de Victorino Martín. ¿Echa de menos al sabio paleto de Galapagar?

 Sí, mucho, mucho, mucho. Fue muy importante para mí. Torear aquellos toros con esa fuerza me hacía sentirme a gusto y bien. Y a Victorino le echo mucho de menos, pero ahora me echaría él más de menos a mí.

¿Cómo se decidió a lidiar y dar muerte a un victorino con 80 años?

La verdad, volví a torear con 80 años porque quiero mucho a los toros. Los quiero mucho y tanto mi cuerpo como mi alma torera me lo pedían. Así que no me pude decir que no a mí mismo.

 La experiencia como actor le cargó las pilas de la vida.

 Sí, la verdad es que siempre he creído que cada persona lleva dentro un actor. Y yo me sentí bien, me hicieron sentir bien los directores y todo eso, así que lo hice de muy buena gana.

¿Repetiría?

No sé, pero disfruté mucho. A lo mejor, si pudiera, sí me gustaría.