Una marioneta rebelde y divertida

M.R
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El segundo espectáculo de Titirimundi dejó este domingo muy buen sabor de boca entre el público familiar que acudió a San Francisco, donde hubo risas y sonrisas

Una marioneta rebelde y divertida - Foto: David Castro

Las carcajadas sinceras de los niños, que salían espontáneas mientras el sol asomaba a ratos al mediodía de este domingo por el patio del Auditorio Municipal de San Francisco, fueron la prueba irrefutable de que Mr. Barti volvió a meterse al público en el bolsillo. Ya lo ha hecho en Segovia cada vez que ha acudido a Titirimundi y volvió a hacerlo este domingo en Ávila en el segundo de los dos espectáculos de la extensión abulense del festival segoviano. Claro que el éxito de la marioneta no sería tal sin la maestría de quien mueve sus hilos, el danés Álex, que la da vida con una sorprendente habilidad.

Sin palabras, con el único acompañamiento de la música que el singular Mr. Barti acaba interpretando no sin hacerse el interesante una y otra vez discurrió un espectáculo en el que una sola marioneta fue suficiente para hacer pasar un rato ameno y divertido a un público que disfrutó del tira y afloja entre personaje y persona y, sobre todo, de los hilarantes momentos que ambos protagonizaron.

Mr. Barti tocó el piano y la guitarra, incluso cantó flamenco con duende en la actuación final de un espectáculo que en tan solo media hora dejó bien claro cómo el arte de las marionetas sigue vivo, continúa vigente mientras haga palpitar al público, tal como ocurrió ayer en Ávila. Ni la pandemia ha impedido que se celebre Titirimundi, aunque personajes como Mr. Barti salgan al escenario con ella puesta para luego quitársela. Quienes permanecieron con ella puesta fueron las personas que se acercaron hasta San Francisco, en su mayoría público familiar que supo disfrutar de la mañana del domingo con la seguridad que brinda estar al aire libre y guardar la distancia de seguridad. 

Mientras la marioneta desafiaba al hombre que la da vida pidiéndole que le rascara la cabeza o directamente metiéndose el dedo en la nariz y decidía si tocaba o no, el público disfrutaba de esa singular relación entre ambos que sobre el escenario acabó, igual que empezó, con Mr. Barti durmiendo dentro del piano.