Darío Juárez Calvo

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Darío Juárez Calvo


Que le hagan caso

11/01/2022

Ahora que el roscón sigue cayendo garganta abajo más que el barril de Brent en el último mes y medio, y sólo queda el recuerdo de los bigotes de las gambas trenzando risas de ácido úrico entre tú y tu cuñado un año más, Miquel Iceta se entretiene manoseando esa cartera que San Pedro Sánchez le otorgó tras la patada que le hizo salir pitando de Cataluña. 
Illa llegaba a la tierra prometida con la campaña hecha, las elecciones ganadas y desgranando una síntesis meticulosamente rechinante y obsesiva por contrarrestar desde su estatus de experto sanitario (...) los ovarios isabelinos que custodiaban los fueros madrileños. Allí –en Cataluña–, todo eso eran votos, pero a Iceta no le importó agarrar el petate como hobbit condenado a un destierro con final feliz. Mal se tenía que dar para que de los 22 imprescindibilísimos ministerios no le cayera una mísera pedrea a la que poder agarrarse para que le hicieran casito en Madrid. 
Seis meses después, el hecho de parar en la Feria del Libro frente a la caseta de Cintora para rogarle que le firmase 'La Conjura' o pasar por El Prado cada mes y medio para ver cómo le tienen aquello, no era suficiente para Miquel. Cabía algo más: el bono cultural. Un proyecto de UVI de un Gobierno amarrado a una boya en alta mar, que ya sólo grita socorro a Tezanos, mientras vierte su censura contra los toros cuando su yo contemplativo les invita a entrar en Twitter para captar votos, que es donde está la verdadera revolución. 
Una enmienda definitiva a vida o muerte, encarrilada a lograr unir definitivamente a los «ismos» (feminismo, ecologismo, animalismo, comunismo, socialismo independentismo y demás familia) desde un regocijo atrevidamente patético, sectario y censor para paladares modernos, tutelados por la Agenda 2030. Ayer, los toros. Hoy, la carne de animales maltratados que el ministro de Consumo dice que exportamos. Mañana, el aire que respiras.