Silvestre Sánchez, el último arrabelero de la sierra

Carlos Porro | Carlos del Peso
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Este verano, tan duro para los mayores, fallecía en Cuevas del Valle a la bajada del Puerto del Pico, con 92 años, el último arrabelero de tradición antigua de nuestra Sierra, Silvestre Sánchez, referente de la cultura tradicional de la provincia

Silvestre Sánchez, el último arrabelero de la sierra

Este verano, tan duro para nuestros mayores, fallecía en las Cuevas del Valle a la bajada del Puerto del Pico, con 92 años, el último arrabelero de tradición antigua de nuestra Sierra, Silvestre Sánchez, un referente de la cultura tradicional de la provincia. Silvestre nació en 1928. Hasta los 35 años fue pastor, pero dejó las ovejas para dedicarse, después de varios oficios, a la artesanía, principalmente a la construcción de arrabeles y a la cestería, oficios estos muy vinculados desde siempre a la condición pastoril.

Muchos somos los recopiladores que hemos llamado a su puerta. Bonifacio Gil en sus misiones de recogida de materiales de la tradición oral allá por 1949, ya incluye algunos temas suyos, dictados por un jovencísimo pastor de apenas 20 años. Más tarde, en 1995, los temas de rabel de Silvestre se incluirían en el sello mítico de SAGA, en la colección La tradición musical en España en un título dedicado a Los últimos tañedores de rabel, junto con el repertorio de rabel de Palencia, Cantabria, Toledo y Zamora.

Las puertas de su casa siempre estuvieron abiertas para los que nos hemos acercado a la tradición antigua de este hombre que sintetizaba en su ser, no solo el repertorio propio de la sierra sino también sus manos habilidosas para la construcción de instrumentos y cestos.

Empezó muy tempranamente a construir rabeles, desde los 9 años, copiando a su abuelo Bonifacio Sánchez, “Tío Boni”, natural de Navalosa, al otro lado de la sierra ya en el Valle del Alberche. Se aficionó a las legras, navajas y barrenas para el vaciado de maderas que encontraba alrededor de su casa, principalmente pino y nogal, para la elaboración de tan rústicos instrumentos. Acostumbraba a tallar su nombre en ellos o el nombre del propietario, al modo de los antiguos pastores, ya que esa era la técnica que utilizaba, la talla a navaja. El clavijero lo aprovechaba para figurar cabezas humanas o de animales, perros, vacas, cabras y carneros. Y los cubría con tapa de piel, como suelen ser los de estas tierras.

También dominaba los sones de las cuerdas, siendo un habitual guitarrero de bodas y rondas donde acudía a tocar la bandurria o la guitarra, desgranando jotas, rondeñas y veratas.

Estuvo muchos años sin tocar el rabel y sin hacerlos, pero volvió a trabajarlos porque según decía "yo les vi antiguamente a mis abuelos, Dios los tenga en gloria, y claro, lo aprendí a tocar con él y lo vi a él y parece que me duele de no seguir tocándole", teniendo siempre en su memoria a su querido abuelo Bonifacio, del cercano Navalosa.

Conocimos a Silvestre en las campañas de recogida de materiales de la tradición oral en el sur de la provincia de Ávila, a principios de los años 90. Por aquel entonces varias becas de investigación de la Junta de Castilla y León auspiciaron los continuos viajes a distintas localidades del sur provincial, especialmente al Valle del Alberche. En esos años empezaron las grabaciones que se han dilatado en el tiempo hasta nuestros días: Navalosa, Hoyocasero, Serranillos, Navalacruz, Navatalgordo, Navarredondilla, Navalmoral, Burgohondo, Navarrevisca, El Barraco, San Juan de la Nava o Villanueva de Ávila y que en buena parte todavía permanece inédito un estudio de las mismas, que poco a poco va viendo la luz.

Entre el material recogido destacaba la riqueza musical, arcaica donde las haya, del rabel o arrabel como se le conoce por estas tierras. El instrumento vivía entonces, en continua agonía, sus últimos momentos, en los lugares donde se refugió, las sierras y montañas, y en boca de personas, ya ancianas que dieron la vida por esa tradición.

A Silvestre le visitamos en su casa en muchas ocasiones, entre 1994 y 2019, ofreciendo siempre su amplio conocimiento de la tradición serrana y un trato afable y cordial. Le encargamos rabeles, cestos y disfrutamos de su buen talante y de su saber.

Mucho se acordaba, Silvestre, del arrabel en las reuniones de mozos o amigos y de vecinos, en las veladas de los inviernos o en las celebraciones familiares como los bautizos, las bodas y muy frecuentemente las matanzas, donde nunca podía faltar ya que siempre se recuerda asociado a este rito. La presencia era tal que en ocasiones era este instrumento el protagonista de los cuentos y las historias que se contaban, como esta que Silvestre Sánchez conocía de toda la vida y que nos relató: "Es que tocaba muy bien aquel antiguo, el arrabel, y entonces dijo a la mujer que cuando se muriera que se le echaran para que le tocara en el otro mundo también. Y entonces dijo que sí, que la mujer efectivamente que se le echaba. Entonces se murió, claro el hombre y fue la mujer y cogió el arrabel y tras, se le echó en la caja y se le puso entre las piernas, el arrabel, que ocupaba menos para que le tocara en el otro mundo. Y entonces cuando ya le llevaba camino del cementerio, como todos iremos, Dios mediante, pues la mujer, la pobre viuda lloraba y se ponía: -Ay, mi maridito, el pobre, ya se me va de este mundo y con lo que yo te quería y cuanto me habré divertido con ese arrabel que llevas entre las piernas". Una sonrisa nos iluminaba la cara al escucharle.

El repertorio de Silvestre se completaba con romances, muy propios del instrumento, como la loba parda o la peregrina y distintos temas de jota propios de dichas reuniones.

Con Silvestre Sánchez se nos va el último tañedor arrabelero de tradición antigua de la Sierra. Silvestre acompañará, allá donde vaya, a Justo Muñoz de Villanueva de Ávila y a Roberto Cantero de Pedro Bernardo, todos ellos maestros en el antiguo arte de hacer sonar las cuerdas de tan arcaico instrumento pastoril y a los que conocimos y tratamos en sus últimos años. Se acaba, no solo una forma de vida de nuestros pueblos, con ella desaparece también parte del saber secular de tradición serrana que con dificultad hemos sabido transmitir a las nuevas generaciones, poco pendientes del mantenimiento de todo el acervo de siglos que se apaga irremediablemente. Desde el Archivo de Folklore de Ávila, dirigido por el etnógrafo Carlos Porro, seguiremos trabajando en la puesta en valor de todo el legado que ha supuesto el acervo de estos últimos intérpretes de rabel y de toda la tradición oral abulense. Esperemos ser capaces de mantener, al menos documentado, este bien cultural, acaso el más frágil de toda la comunidad.