«Un gobierno en minoría no tiene por qué ser inestable»

Santiago González
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Sánchez Reyes lideraba el CDS en 1987, cuando el resultado electoral le otorgó un papel de árbitro, similar al que ahora tiene Ciudadanos. Este salmantino de 80 años alcanzó la presidencia de las Cortes tras las negociaciones con Alianza Popular.

Carlos Sánchez Reyes - Foto: Eva Garrido

Los resultados del 26-M dejan a Ciudadanos como el árbitro para la formación de gobierno en Castilla y León. Una situación similar no se había vivido desde 1987, cuando los 18 escaños del CDS fueron determinantes para decidir si el presidente de la Junta era José María Aznar, candidato de Alianza Popular (hoy PP) o Juan José Laborda, aspirante del PSOE. En aquellos momentos, el candidato y líder del Centro Democrático y Social era Carlos Sánchez-Reyes, que se convirtió en presidente de las Cortes tras negociar una abstención que facilitó la llegada de los ‘populares’ al Gobierno autonómico.

¿Se parece mucho la situación actual a la vivida por usted en 1987?

Sí, sucedió algo similar. No hubo una mayoría clara en varios sitios y el CDS fue el tercer partido, esencial para dirimir los gobiernos hacia uno u otro lado. No obstante, nosotros lo teníamos muy claro y las instrucciones desde Madrid era que deberíamos respetar la voluntad popular, en ningún caso forzar o cambiar la mayoría salida de las urnas. La idea desde el principio fue nuestra abstención para facilitar la investidura al partido que tuviera la mayoría. 

¿Cuál era la situación en la Comunidad?

En aquellos momentos había prácticamente un empate. Tanto AP como PSOE obtuvieron 32 escaños, mientras que el CDS tenía 18. Pero había dos partidos con un escaño cada uno, PDP y Solución Independiente, que eran próximos a Alianza Popular. Esto hacía que, aunque no fuera una mayoría muy clara, la balanza se inclinaba hacia la formación liderada por Aznar, por lo que si nos hubiésemos decantado por el PSOE se podría decir que hubiéramos estado cambiando esa mayoría de las urnas.

¿Esto solo se daba solo en Castilla y León o había otras comunidades en juego como ahora?

Había varias y en todas se actuó con el mismo criterio. Así, el PSOE e IU estaban a un solo escaño de la mayoría absouta en Madrid y el CDS facilitó con su abstención el gobierno de la izquierda. Mientras que en Castilla y León y Aragón, donde sumaron fuerzas Partido Aragonés Regionalistas y AP, la abstención permitió gobernar a la derecha. Hicimos que se respetase la mayoría de las urnas.

¿Y qué diferencias ve con la encrucijada actual?

La diferencia fundamental es que el árbitro de la situación, Ciudadanos, sí ha formado parte de uno de los bloques durante la campaña. Yo creo que lo de los bloques no es bueno y eso dificulta el papel de árbitro que en ciertas ocasiones corresponde a un partido. No obstante, mi posición es que cuando un partido tiene un papel de árbitro debe ejercerlo respetando la decisión de las urnas.

¿Pero siempre se exige algo a cambio, no?

En 1987 nuestra posición era que si facilitábamos el Ejecutivo para un partido, pudiéramos continuar siendo los árbitros en el Legislativo. Y eso fue lo que me hizo presidente de las Cortes, ya que en la mesa había 2 miembros de AP, 2 de PSOE y 1 de CDS. Y así ocurrió también en la Asamblea de Madrid y en Aragón. Si las urnas te conceden un papel de árbitro, hay que respetar la mayoría e intentar mantenerlo toda la legislatura desde el Parlamento.

¿El hecho de facilitar un gobierno en minoría pero sin participar en él ni firmar un acuedo de legislatura no genera inestabilidad?

Eso sucedió los dos primeros años, porque luego sí hubo acuerdo entre CDS y AP. Pero el gobierno en minoría funcionó muy bien. No tiene por qué haber inestabilidad, lo que ocurre es que obliga a negociar, lo cual no es malo ni tiene por qué generar debilidad. Da al Parlamento el papel que le corresponde en democracia, que no piense el Ejecutivo que puede hacer lo que quiere porque tiene detrás una mayoría absoluta. Evidentemente, entre 1987 y 1989, la Junta tenía que negociar los presupuestos con todos; con el partido que hacía de árbitro y con la oposición, pero eso es bueno. Que haya gobiernos que negocien debería ser lo lógico.

¿Los políticos están ahora menos acostumbrados a pactar y dialogar que hace 30 años?

Lamentablemente. Antes estábamos más predispuestos a negociar y a no enfrentarnos, no éramos enemigos, ni teníamos posiciones prefijadas. Espero y deseo que se pasen estos años de tanto enfrentamiento. En estas condiciones un partido en minoría lo pasa muy mal, pero si hay voluntad de concordia y diálogo es bueno para la democracia. Los políticos deberían aprender que hay que negociar y se puede gobernar en minoría y que estar en la oposición no significa decir no por sistema.

¿En este tipo de procesos de negociación deben existir líneas rojas?

Pienso que no. Lo que se puede negociar siempre es el respeto, lógicamente se va a tratar de imponer algo de tu propio programa, pero no creo que tenga que haber líneas rojas ni enfrentamientos radicales entre los partidos. Esa tónica de enfrentamiento que hemos vivido en los últimos años me parece muy negativa.

¿Suelen ser largos y complicados estos procesos?

La verdad es que entonces fue bastante fácil. Se tardó muy poco porque nuestra posición era muy clara. No había un adversario a batir por parte del CDS, desde nuestra perspectiva era tan aceptable el PSOE como AP o un partido regionalista. Para negociar un gobierno de coalición es distinto, pero para permitir que el partido mayoritario forme gobierno simplemente hay que garantizarse el papel de árbitro durante toda la legislatura. Ahora es más difícil por ese planteamiento de adversarios entre los partidos, pero en un sistema democrático debemos acostumbrarnos a convivir y respetar las mayorías, aunque no sean absolutas. 

¿Deben intervenir factores nacionales o las direcciones desde Madrid o debería primar el ámbito autonómico?

Primero hay que tener en cuenta a la propia Comunidad y su interés por encima de todo. Nosotros recibimos instrucciones generales desde Madrid, pero la negociación se hizo aquí. Eran instrucciones flexibles, simplemente para que no intentáramos torcer la voluntad popular. Pero la situación era distinta porque nosotros no nos habíamos posicionado como adversarios de ninguna otra formación, eramos solamente competidores.