Jesús Quijano

UN MINUTO MIO

Jesús Quijano

Catedrático de Derecho Mercantil de la Universidad de Valladolid


El volcán

27/09/2021

Asistimos desde hace unos días a un espectáculo verdaderamente impactante, como sin duda lo es la erupción del volcán en la isla de La Palma. Vemos en tiempo real como la corriente de lava avanza inexorablemente a medida que el cráter la expulsa y poco a poco, en dirección al mar, va engullendo lo que encuentra a su paso. Lo hace de manera irremisible, porque, aunque lo haga muy despacio y sea evidente la trayectoria que seguirá, no hay forma humana de detenerla, retrasarla o desviarla por muchos medios técnicos que estén disponibles.
A diferencia de otros fenómenos de incidencia más imprevisible y más rápida, el curso lento de la lava permite tomar alguna precaución. Si lo comparamos con un incendio que cambia bruscamente de dirección por la acción del viento, con una gran inundación que irrumpe en el cauce de forma imprevista, con un terremoto que tiene efecto devastador instantáneo, la erupción volcánica es más predecible y de incidencia más pausada. Como bien lo estamos comprobando, eso permite evitar el riesgo para las personas, que pueden tomar distancia y permanecer alejadas, incluso contemplando la magnitud del acontecimiento. Y tal vez eso mismo es lo que puede tener un efecto confuso, algo así como si fuera una ilusión óptica de quien tiene la sensación de estar contemplando uno de esos documentales maravillosos de ciencia y naturaleza con que nos obsequian con frecuencia las televisiones.
Vemos enseguida el drama humano de personas y familias que presencian el acercamiento de la catástrofe a sus lugares de referencia, sus casas, o sus tierras; comprueban de inmediato que los perderán para siempre; y tienen que decidir en tiempo limitado qué llevarse, qué objetos, documentos, recuerdos, etc., les son más necesarios, más útiles o más apreciados. Todo lo demás, es decir, su sitio, su vida, se quedará allí debajo de la lava. Cuando percibimos esto seguramente comprendemos la verdadera dimensión humana de lo que está pasando. Y, como ya nos pasó con la pandemia, quizá entonces tomemos conciencia de nuestra radical debilidad de seres vulnerables que en algún momento se creyeron dominadores de todo, incluida la naturaleza, a la que tanto hemos castigado sin misericordia.

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